En la Biblia, las perlas son símbolo de cosas valiosas que merece la pena conservar pero, a la vez, se enseña que existen características humanas más importantes.
También el reino de los cielos es semejante
a un mercader que busca buenas perlas,
que habiendo hallado una perla preciosa,
fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. (Mt. 13:45-46)
La palabra hebrea gabish, גָּבִישׁ, significa “perla”, se transliteró al griego de la Septuaginta como gabís, γαβίς, mientras que en el Nuevo Testamento aparece como margarites, μαργαρῖτης, pero con el mismo significado.
Este vocablo pasó al latín como margarita, que es asimismo “perla”. Se trata de un objeto duro y brillante que se forma en el tejido blando del manto de ciertos moluscos bivalvos como las ostras, cuando un cuerpo extraño se introduce en su interior.
El animal reacciona envolviendo dicho cuerpo, que puede ser un simple grano de arena, con numerosas capas de nácar. Igual que las conchas de dichos moluscos, las ostras están formadas por carbonato cálcico (sobre todo aragonita o bien por una mezcla de aragonita y calcita) y una proteína denominada conchiolina, que se ha ido depositando lentamente en sucesivas capas concéntricas.
Una perla puede tardar en formarse alrededor de diez años. Las perlas se consideran piedras preciosas y pueden tener muchas formas irregulares y diversos colores, aunque las más valoradas son las esféricas, usadas para hacer collares.
De ahí que el término “perla” haya pasado al lenguaje común como símbolo de algo valioso, delicado o extraordinario. Hay perlas marinas y perlas de agua dulce según sea el hábitat del molusco acuático que las genere.
Una de las más grandes jamás encontrada es la llamada “perla Peregrina” (pesaba 58,5 quilates, es decir unos 11,7 gramos), procedente del archipiélago de las Perlas en Panamá.
La descubrió un esclavo negro en el siglo XVI y posteriormente fue regalada al rey español Felipe II, quien la incluyó con las demás joyas de la corona de España. Al esclavo se le concedió la libertad por tal hallazgo.
Sin embargo, en 1969 salió a subasta y el actor Richard Burton la adquirió por 37.000 dólares de la época, con el fin de regalársela a su pareja, Elizabeth Taylor, quien la conservó hasta su fallecimiento en 2011. Se dice que un perro caniche de la actriz había mordido la gran perla, causándole algunos desperfectos.
Las perlas marinas más grandes y bien formadas proceden de la ostra Meleagrina margaritifera, que abunda en el océano Índico, especialmente en el golfo Pérsico y en las cercanías de Sri Lanka. Estas debieron ser las perlas conocidas por los hebreos de la antigüedad.
Entre las perlas de agua dulce, destacan las procedentes de la ostra perlífera, Margaritifera margaritifera, propia de los ríos de aguas límpidas de Europa y del este de los Estados Unidos.
Este molusco bivalvo de agua dulce puede llagar a vivir hasta más de un siglo, aunque actualmente está protegido ya que se haya en peligro de extinción. Antes del descubrimiento de las ostras perlíferas de las regiones tropicales, las perlas de joyería se obtenían principalmente de esta especie dulceacuícola.
En la Biblia, las perlas se mencionan como símbolo de las cosas valiosas que merece la pena conservar pero, a la vez, se enseña que existen características humanas mucho más importantes.
Por ejemplo, Job dice que la sabiduría es mejor que las piedras preciosas y que ni siquiera se puede comparar a las perlas (Job 28:18). El libro de Ezequiel informa que en Tiro se traficaba entre otras muchas cosas con perlas preciosas (Ez. 27:16).
[photo_footer]En ocasiones, las ostras susceptibles de producir perlas son cubiertas por otros organismos marinos, como esponjas, pólipos, gusanos tubícolas y algas incrustantes, que contribuyen a hacerlas pasar desapercibidas sobre las rocas de los fondos coralinos (bentos). / Antonio Cruz.[/photo_footer]
El evangelista Mateo les concede mucho valor a estos singulares productos del mar e incluso compara las perlas con el reino de los cielos (Mt. 13:45) y aconseja no echarlas a los cerdos, indicando así que las cosas santas no son para quien no sabe apreciarlas, ni conviene malgastar el tiempo con los necios (Mt. 7:6).
De la misma manera, el apóstol Pablo, aconsejando modestia y humildad a los cristianos, dice que las mujeres no se atavíen ostentosamente con “oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 T. 2:9).
En el mismo sentido, el Apocalipsis afirma que una de las características abominables de la gran ramera (o la gran Babilonia, Ap. 17:5) era precisamente la arrogancia y el lujo ya que “estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas” (Ap. 17:4; 18:12, 16).
Sin embargo, el hecho de que las perlas sean algo bello y valioso en sí mismas, se observa también en la visión de Juan acerca de la nueva Jerusalén, cuyas doce puertas eran cada una de ellas una gran perla (Ap. 21:21).
El autor del salmo 130 inicia su canto con estas palabras: De lo profundo, oh Señor, a ti clamo. Y, en su comentario a estas palabras del Antiguo Testamento, Carlos Spurgeon escribió:
“Desde lo más profundo clamo (v.1), suplico (v.2), espero (v.5), confío (v 6), y anhelo (v. 7). En este Salmo se nos habla de la perla de la redención (v. 7-8); pues de no haber descendido a las profundidades, el dulce cantor de Israel no hubiera hallado esta joya tan preciosa: “Las perlas reposan en las profundidades”.[1]
Es menester bajar a buscarlas. Nadie alcanza la redención sin arrepentimiento sincero.
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 2009.
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