La paloma es el ave más mencionada en la Biblia. Su simbolismo alcanza su máxima expresión al identificarla con el Espíritu Santo.
Efraín fue como paloma incauta, sin entendimiento;
llamarán a Egipto, acudirán a Asiria.
Cuando fueren, tenderé sobre ellos mi red;
les haré caer como aves del cielo; (Os. 7:11-12)
He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos;
sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. (Mt. 10:16)
La paloma es el ave más mencionada en la Biblia ya que existe una cincuentena de referencias a la misma. Esto indicaría su abundancia relativa así como su familiaridad con el ser humano de las tierras bíblicas.
Su nombre en hebreo, yonah, יוֹנָה, hace referencia al ardor insistente de su apareamiento sexual. El libro de Génesis representa al Espíritu de Dios moviéndose, revoloteando y fecundando las aguas primigenias, tal como suele hacer la paloma en su nido al incubar los huevos.
De manera más evidente aún, la paloma aparece por primera vez en el relato del Diluvio (Gn. 8:8-12) mostrándole a Noé, por medio de una hoja de olivo en su pico, que las aguas habían descendido lo suficiente como para dejar al descubierto parte de la vegetación.
Más tarde, vemos como los hebreos piadosos las ofrecen en sacrificio al Señor (Gn. 15:9; Lv. 1:14; 15:14-19; Nm. 6:10), lo cual muestra que las palomas fueron domesticadas muy pronto.
Eran ofrecidas en holocausto sobre todo por los pobres, que carecían de los recursos necesarios para realizar sacrificios más costosos (Lv. 5:7; 12:8). Este fue el caso de la ofrenda realizada por José y María (Lc. 2:24).
En Egipto, existen asimismo testimonios de domesticación de las palomas desde tiempos muy remotos. No obstante, del texto se desprende también que, además de las domésticas o descendientes de las bravías, las palomas salvajes (“de los valles”, “de los agujeros de la peña”, “de la entrada de las cuevas”, etc., es decir, las palomas zuritas y las torcaces) eran bien conocidas en Israel (Ez. 7:16; Cnt. 2:14; Jr. 48:28).
Esto se confirma también por el nombre del profeta Jonás, que significa “paloma”, y es probable que posea el simbolismo de su misión ya que cual paloma mensajera del Altísimo tuvo que llevar el mensaje de salvación al pueblo de Nínive, considerado como un temible halcón.
En casi todas las regiones del Creciente Fértil hay indicios de que éstas se cazaban mediante redes, tal como dice la Biblia (Os. 7:11-12). Aunque en Asiria se empleaban también aves rapaces o técnicas de cetrería para capturarlas.
Además, las pinturas y bajorrelieves asirios muestras escenas de caza en las que los arqueros lanzaban sus flechas sobre cientos de palomas que eran abatidas y caían al suelo.
Mientras las palomas silvestres moraban en las grietas y cavidades de las rocas, las domésticas buscaban la protección de las ventanas y palomares construidos por el hombre (Is. 60:8).
El profeta Isaías llega a compararlas con los pueblos gentiles que llegarían a adorar a Dios en el templo de Jerusalén. El carácter de estas aves se consideraba afectuoso y se relacionaba con el amor humano (Cnt. 2:14; 5:2; 6:9). Aunque también se reconocía su timidez, torpeza y cobardía (Os. 7:11).
Su arrullo grave sonaba a gemido lastimero (Is. 38:14), mientras que su sencillez e inocencia son, en ocasiones, resaltadas por Jesús como virtudes deseables para los humanos (Mt. 10:16). El simbolismo de esta ave alcanza su máxima expresión al identificarla con el Espíritu Santo, en el bautismo de Jesús (Mc. 1:10; Lc. 3:22).
Las palomas pertenecen al género Columba y a la familia Columbidae que comprende numerosas especies extendidas por Eurasia, África y Oceanía. Se conocen unas 33 especies vivas y otras dos que se extinguieron en período histórico.
[photo_footer]Razas modernas de palomas obtenidas mediante selección artificial a partir de la paloma bravía. / Antonio Cruz. [/photo_footer]
En Tierra Santa habitan solo tres de estas especies, reconocidas vulgarmente como la paloma bravía o de las rocas (Columba livia), la paloma zurita (C. oenas) y la paloma torcaz (C. palumbus). Antiguamente, se incluía también una cuarta especie (C. schimperi), sin embargo, en la actualidad se la considera como una subespecie de la paloma bravía (C. livia schimperi).
La paloma bravía es la antepasada de las palomas domésticas y de las mensajeras. Le gusta instalar sus nidos en los acantilados rocosos de Judea, Samaria y a orillas del Jordán. El iris de sus ojos es anaranjado o rojizo.
La paloma zurita, en cambio, es algo más estilizada y presenta la parte posterior del cuello de un intenso color verde brillante. Se la puede observar sobre todo en los Altos del Golán, al norte de Israel. El iris de sus ojos es negro como la pupila.
Mientras que la paloma torcaz es grande, bonita, con llamativas marcas blancas, salvaje y tímida. El iris de sus ojos es amarillento. Grandes bandadas sobrevuelan Israel en primavera y otoño, durante las migraciones anuales, aunque algunos ejemplares aislados se quedan a pasar todo el invierno.
Las palomas son aves monógamas que se emparejan de por vida, por lo que constituyen un buen ejemplo de fidelidad animal. Macho y hembra vuelan juntos, colaboran en la construcción del nido y cuando la hembra pone los huevos, el macho los cuida durante el día, mientras que la hembra lo hace de noche.
Ambos dan de comer diligentemente a los polluelos ya que, en la parte inferior del esófago, poseen una cavidad productora de una secreción nutritiva para alimentarlos, llamada vulgarmente “leche de paloma”. Pueden ver bien a distancias de 40 km y escuchar sonidos sumamente lejanos.
En las grandes ciudades, son rechazadas y estigmatizadas ya que su abundancia las ha convertido en aves molestas para los humanos. Se las considera como “ratas del aire” porque frecuentan basureros y se nutren de desperdicios.
El gran predicador Spurgeon escribió:
“La paloma que soltó Noé, no halló reposo hasta que regresó a su arca; y nosotros, en nuestras penas y aflicciones, no hallaremos reposo aparte de Cristo. Y si confiamos en él, no necesitamos volar, no nos hace falta escapar, pues en el lugar mismo donde estamos todo irá bien.”[1]
Tal como dijo Pablo, sin Cristo no hay esperanza pero con él, Dios se acerca definitivamente al ser humano (Ef. 2:12-13).
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1224.
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