Competición militar

En sociedades antiguas, paralelamente a las olimpiadas deportivas, se celebraban competiciones militares.

Los ejércitos de toda la faz de la Tierra se dedicaban a reproducir enfrentamientos bélicos durante cuatro años, tras los cuales se valoraban los más destacados en comparecencia ante jurado y en una celebración por todo lo alto.

La ceremonia final consistía en un desfile de menos valerosos a más valerosos, según criterio de los mandos mayores, en un estadio lleno a rebosar de público. Venían de todas las naciones del mundo.

Los primeros eran los menos aprobados, pero a medida que iban desfilando los veinte ejércitos, el clamor del público se iba intensificando. El griterío ante los cuatro últimos ejércitos ya era notorio.

Los cuartos portaban espadas, alabardas, mayales, trituradoras, realmente impresionaban.

Los terceros mostraron todas sus cualidades físicas, soldados musculosos empuñando armamento de lo más variopinto, enseñando los dientes a su paso.

Los segundos desplegaron un armamento sofisticado, de última generación, consistente en catapultas, arietes, ballestas, etc.

Cuando ya parecía imposible superar todo lo mostrado, al fin aparecieron los vencedores de la competición.

El cortejo se componía de niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres de mediana edad, gente sencilla, pacífica, y a diferencia de los anteriores no expresaban belicosidad alguna. Ningún arma, ningún atributo físico mostraban que destacase. ¿Dónde estaba la valía de ese ejército?

Los vítores y aplausos del público se intensificaron de modo ensordecedor.

―  ¿Por qué festejan tanto? ¿Tú sientes que mereces algún reconocimiento? ― preguntó uno de los que desfilaban.

― Yo no, cuando se enteren que otro ha vencido por nosotros nos echarán a pedradas.

―  ¿Qué decís? No vencedores, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, nuestro Señor Jesucristo ― se unió un tercero.