Aparece en el Antiguo Testamento en una de las plagas de Egipto y en el Nuevo, Jesús lo usa como ejemplo de algo pequeño e insignificante.
¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello! (Mt. 23:24)
El término hebreo kinnam, כִּנָּם, que se vertió al griego por knípes, κνίπες, y al latín por cinĭphes, significa probablemente “cínife” o “mosquito”, aunque es una palabra no muy precisa que también podría referirse a insectos minúsculos como el “piojo” o la “pulga”, tal como traducen algunas versiones bíblicas.
Aparece en el Antiguo Testamento a propósito de una de las plagas de Egipto (Ex. 8:16-17; Sal. 105:31) y en el Nuevo, Jesús lo usa como ejemplo de algo pequeño e insignificante (Mt. 23:24).
El historiador griego Herodoto escribió, cinco siglos antes de Cristo, cómo los egipcios se protegían por las noches de las picaduras de estos pequeños dípteros, mediante gasas y telas mosquiteras colocadas sobre sus lechos.
También, el filósofo y naturalista griego, Aristóteles, se refirió a los mosquitos ya en el siglo IV a. C., en su famosa Historia Animalium. En aquella época se creía que estos insectos se formaban espontáneamente en los líquidos en putrefacción o en las aguas estancadas (generación espontánea).
Tales ideas prevalecieron hasta el siglo XIX y fueron descartadas definitivamente por Pasteur. Siglos después de Aristóteles, el naturalista latino Plinio el Viejo (23-79 d. C.) estudió los mosquitos y se asombró de que con un tamaño tan reducido tuvieran tanta complejidad.
Los mosquitos (llamados también “zancudos” o “moyotes” en Latinoamérica) son dípteros nematóceros distribuidos por todo el mundo. Son sedentarios y de costumbres solitarias. Una de las especies más abundantes es el mosquito común (Culex pipiens), presente en Israel y en medio mundo.
Los machos tienen antenas plumosas, un tamaño de hasta 15 mm y se nutren de jugos vegetales, mientras que las hembras se alimentan de sangre (hematófagas) de otros animales, sobre todo de mamíferos, por lo que son vectores de potenciales enfermedades.
Sus piezas bucales forman una larga trompa o probóscide diseñada para perforar la piel de los animales (mamíferos, aves, reptiles o anfibios) y succionar la sangre.[1] Dicha probóscide contiene seis agujas especializadas que atraviesan la piel, pinzan, detectan vasos sanguíneos y succionan la sangre.
Esto lo logran inyectándoles previamente substancias anticoagulantes que son las que provocan la inflamación característica. Las proteínas de la sangre de los vertebrados son necesarias para que las hembras del mosquito puedan producir huevos.
Diferentes especies de mosquitos transmiten enfermedades infecciosas a través de su saliva, tales como malaria, dengue, zika, chikungunya, fiebre amarilla o la fiebre del Nilo occidental, entre otras. Son responsables de unas 750.000 muertes de personas al año.
Pueden detectar el dióxido de carbono que expulsamos al respirar y se ven atraídos también por el sudor u otros olores corporales, así como por los perfumes.
Las larvas pueden prosperar con muy poca agua, en charcos, sobre hojas, en los huecos de los árboles, bidones, cisternas, canales y sobre todo junto a los ríos, lagunas y marismas.
No obstante, como todos los seres vivos del planeta, los mosquitos cumplen a la perfección su función en el mantenimiento del equilibrio natural.
Actúan también como agentes polinizadores permitiendo que millones de plantas puedan reproducirse eficazmente y constituyen una importante fuente de alimento para pájaros, murciélagos, reptiles, ranas y peces.
No se sabe si el proverbio de Jesús “coláis el mosquito y tragáis el camello” (Mt. 23:24) se lo inventó él mismo o era ya conocido en su tiempo, pero lo que está claro es que constituye una denuncia irónica de la actitud de los escribas y fariseos.
En su afán escrupuloso por contar hasta las pequeñas hojas de la menta, el eneldo y el comino para diezmarlas, estaban reteniendo al mosquito y tragándose el camello. De los animales impuros mencionados en la ley mosaica, el mosquito era el más pequeño y el camello el más grande (Lv. 11:4).
El vino se filtraba con una gasa de muselina para que no contuviera nada impuro, como por ejemplo un mosquito, ya que la ley decía que a “todo insecto alado que tenga cuatro patas, tendréis en abominación” (Lv. 11:23) y, de hecho, existen algunas especies de pequeños insectos que son atraídos por la fermentación del vino y están siempre revoloteando sobre él, hasta que caen encima. Es a esto a la que se refiere Jesús.
La hipocresía religiosa consistía en darle excesiva importancia al ceremonial externo, a algo tan pequeño e insignificante como un mosquito y, en cambio, olvidarse de lo verdaderamente importante, la justicia, la misericordia y la fidelidad.
Y eso era como tragarse enormes camellos. Es probable que esta frase de Jesús provocara la risa de sus oyentes. ¿Quién puede imaginarse a un hombre que filtra cuidadosamente su vino para no tragarse ningún mosquito impuro y, a la vez, se traga un enorme camello inmundo sin darle importancia?
Por desgracia, el consumo de “camellos” es un grave error religioso que debe evitarse a toda costa.
[1] Omedes, A., Senar, J. C. y Uribe, F. 1997, Animales de nuestras ciudades, Planeta, Barcelona, p. 152.
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