La lotería

Delante de la administración de lotería siempre se forma una cola de gente para la compra de boletos, ahora bastante más larga por la distancia social del coronavirus.

Rafael se añadió un día a aquella cola armado de paciencia. Aunque con dificultad por tener la cara tapada con la mascarilla, identificó a su amigo Diego que también esperaba.

Iniciaron una conversación larga que les llevó a cuestionarse lo de las apuestas en general.

― Yo tampoco, jamás he recibido un premio que justifique seguir comprando lotería ―dijo Rafael.

― Si yo lo sigo haciendo es con la esperanza de gratificar a mi familia con algo especial ya que trabajando jamás lo conseguiré ―dijo Diego.

― Es cierto, por mí no lo hago, es el afán de dar algo extra a los míos.

Comentando estas cosas, se añadió a la conversación un extraño que casualmente estaba cerca de ellos.

― Perdonad que intervenga. Os escucho e igual que vosotros yo también quería recibir el premio de lotería con el fin de beneficiar a los míos, hasta que un día me dije ¿qué tal si yo mismo soy lotería premiada para ellos?

―  Explícate.

― Pues eso, empecé a valorarles más, a ser atento con ellos, servicial, amante, cambié mi actitud… El amor continúa, y el dinero llega un día que se acaba.

― Es de admirar, pero comprando lotería también contribuyes a una labor social para la gente necesitada ―dijo Diego.

― Ya, pero ¿qué tal si mejoras la sociedad empezando por tu propia casa?

― Parece razonable ―dijo Rafael.

― ¿Qué os parece si tomamos un aperitivo y nos acabas de detallar esa decisión que tomaste? ―propuso Diego.

― Me parece bien.

Sin comprar boleto alguno, los tres abandonaron aquella cola que no avanzaba y acabaron en la terraza de un bar departiendo sobre asuntos varios. El dinero destinado a la lotería lo invirtieron en esta ocasión a un perfume, unos juguetes, y aún les sobró.