En la antigüedad creían erróneamente que los frutos de la mandrágora curaban la esterilidad.
Levantémonos de mañana a las viñas;
veamos si brotan las vides, si están en cierne,
si han florecido los granados;
allí te daré mis amores.
Las mandrágoras han dado olor,
y a nuestras puertas hay toda suerte de dulces frutas,
nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado. (Cnt. 7:12-13)
La palabra hebrea dudaý, דּוּדַי, significa “manzana del amor” y se aplica a los frutos de las mandrágoras ya que se consideraba que éstos poseían propiedades afrodisíacas y fertilizantes.
Fue traducida al griego por mela mandragorôn, μῆλα μανδραγορῶν, que se refiere claramente a esta especie vegetal. Los orientales creían que el consumo moderado de mandrágoras garantizaba o, al menos, favorecía la concepción.
Los especialistas están de acuerdo en que dicho término bíblico corresponde a la especie Mandragora autumnalis que crece por toda la geografía de Israel. En ocasiones se confunde con la especie Mandragora officinarum, que germina de forma natural en el centro y sur de Europa, y en casi todas las costas del Mediterráneo.
Sin embargo, tal como explica el botánico catalán Font Quer, a la primera especie se la conoce vulgarmente como mandrágora hembra, mientras que la segunda sería la mandrágora macho. Se trata pues de dos especies distintas pero con propiedades muy similares.[1]
Es una hierba perenne perteneciente a la familia de las Solanáceas (como el tomate y la patata) con hojas grandes y arrugadas dispuestas en rosetas de 5 a 40 cm de largo y que recuerdan a las de las acelgas.
Sobre estas hojas aparecen unas flores, a finales de octubre, con colores que oscilan desde el blanco al morado. Son flores hermafroditas (poseen órganos masculinos y femeninos en la misma flor) que, gracias a la intervención de los insectos polinizadores, hacen que la planta se autofecunde.
Las raíces se parecen también a las de la zanahoria pero pueden alcanzar más de un metro de largo y suelen dividirse en dos, por lo que recuerdan las piernas y el cuerpo del ser humano.
Los frutos son globulares, de color naranja a rojo cuando están maduros, lo que les asemeja a tomates pequeños. La mandrágora es una planta peligrosa para el ser humano ya que todas sus partes son venenosas.
Los usos medicinales de esta planta han sido muchos y variados a lo largo de la historia. En pequeñas dosis se la ha usado para tratar diversas afecciones, desde potente laxante contra gusanos y demás parásitos intestinales hasta en la lucha contra el cáncer.
De las raíces se obtienen numerosos alcaloides que suelen ser muy tóxicos como atropina, hiosciamina, escopolamina, escopina y cuscohigrina.[2] Tales sustancias tienen propiedades sedantes, narcóticas y alucinógenas por lo que fueron usadas en la antigüedad como anestésico para las intervenciones quirúrgicas.
En tiempos modernos se han empleado también terapéuticamente en pequeñas dosis para tratar trastornos del sueño, afecciones reumáticas y gota. Sin embargo, conviene insistir en que se trata de un vegetal de alta toxicidad y que una sobredosis del mismo produce náuseas, taquicardia, delirios e incluso la muerte.
Varias culturas de la antigüedad creían erróneamente que los frutos de la mandrágora curaban la esterilidad. Semejante mito se ilustra bien en la Biblia ya que esta planta crecía en el valle del Jordán, así como en los campos de Moab, Galaad y Galilea.
Las mujeres pensaban que al beber el zumo del fruto de la mandrágora se volvían mucho más fértiles. De ahí que Raquel, la esposa estéril de Jacob, le pidiera a su hermana Lea, la esposa fértil, que le diera las mandrágoras que había encontrado su hijo Rubén en el campo (Gn. 30:14-16).
Sin embargo, el texto especifica claramente que la fecundidad de Raquel no se debió al consumo de tales mandrágoras sino a la voluntad expresa de Dios (Gn. 30:22-24). Fue el Altísimo quien eliminó la esterilidad de Raquel y no la superstición de las mandrágoras.
Ni el amor preferente que Jacob sentía por Raquel, ni el ruego de ésta por tener hijos, ni el consumo de mandrágoras, nada de esto pudo abrir la matriz de Raquel sino sólo y exclusivamente el poder de Dios.
Esta creencia equivocada sobre tal planta, relacionada con el amor y la fecundidad, se detecta también en el Cantar de los Cantares (Cnt. 7:11-13).
La familia de Jacob ilustra, quizás como ninguna otra, los conflictos y rivalidades que se sufrían antiguamente por culpa de la poligamia. Cada cual buscaba su propio interés egoísta. Labán, el suegro de Jacob, coloca a sus dos hijas, asegurándose así la ayuda material de su yerno.
Éste logra dos esposas, aunque reserva su preferencia para la estéril Raquel, a quien realmente amaba. Curiosamente, los primeros cuatro hijos de Jacob nacen de Lea, la esposa que él no amaba. Sin embargo, ella es consciente de que todos han nacido por voluntad de Dios.
La envidia de la esposa no fértil entra en acción y, apelando a la costumbre de tener hijos por medio de una sierva, Raquel da a Jacob dos hijos por medio de Bilha, quien los tuvo “sobre sus rodillas” (Gn. 30:3).
Esta expresión hace alusión al procedimiento legal de adopción, según los códigos de la época. Tampoco Lea se queda atrás en esta competencia por tener más descendientes y le da a Jacob dos hijos más, a través de su sierva Zilpa.
Finalmente, la esposa estéril se queda embarazada, no por las mandrágoras sino por el poder de Dios, y da a luz a José, quién será años después el instrumento que Dios usará para salvar a sus hermanos.
A pesar de que han transcurrido miles de años, hoy sigue habiendo también familias afectadas por estos mismos problemas. Sin embargo, los cristianos tenemos la gran responsabilidad de establecer el ambiente idóneo para criar hijos en amor y en unas relaciones familiares sanas.
No debemos olvidar que Dios puede transformar a las personas y convertir el hogar más disfuncional en una fuente de testimonio donde abunden los frutos de su Espíritu (Gá. 5:22-26).
[1] Font Quer, P. 1976, Plantas medicinales. El Dioscórides renovado, Labor, Barcelona, p. 591.
[2] Hanuš, Lumír O.; Řezanka, Tomáš; Spížek, Jaroslav; Dembitsky, Valery M. (2005). «Substances isolated from Mandragora species». Phytochemistry 66 (20): 2408-17.
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