Pescando leviatanes

¿Sacarás tú al leviatán con anzuelo,

o con cuerda que le eches en su lengua? (Job 41:1)

La palabra hebrea que se traduce por “leviatán” (liweyathán, לִוְיָתָן) significa literalmente “retorcido” o “enrollado”.

Aparece seis veces en la Biblia hebrea (Job 3:8; 41:1; Sal. 74:14; 104;26; Is. 27:1) y su interpretación ha sido objeto de debate entre los traductores desde la antigüedad ya que se trataba de un monstruo legendario propio de las mitologías semíticas.

Por ejemplo, el apesadumbrado Job maldice el día de su nacimiento y pronuncia estas palabras: “Maldíganla los que maldicen el día, los que se aprestan para despertar a Leviatán” (Job 3:8).

Se refiere aquí a los hechiceros cananeos cuando invocaban al mítico monstruo marino que supuestamente era capaz de cambiar la luz del día en tenebrosa noche oscura.

Los eclipses de sol eran su especialidad, puesto que se complacía en desordenarlo y oscurecerlo todo, y si hubiera despertado de su letargo, el caos y las tinieblas primitivas habrían regresado a la Tierra.

El Leviatán era pues, en la mitología de Ugarit (hoy Ras Shamra en la costa de Siria), la fuerza primigenia que se oponía a la creación y el orden (cf. Gn. 1:2). No es extraño que algunos hebreos lo vieran como el diabólico enemigo de Dios en la creación.

No obstante, en el mismo libro de Job (capítulo 41) se vuelve a mencionar a este ser y se describen algunas de sus principales características como si se tratase de un animal real.

Se dice, por ejemplo, que tenía lengua y largas hileras de dientes; de sus narices salía humo; se habla de su carne y su corazón; su piel era gruesa, constituida por duros escudos epidérmicos muy cerrados entre sí, etc.

Semejante descripción condujo a algunos comentaristas a creer que se trataba del cocodrilo del Nilo y así lo interpretan hasta el día de hoy.

Otros, por el contrario, como los creacionistas de la Tierra joven, opinan que el leviatán “puede haber sido algo así como el gran Sarcosuchus imperator (un cocodrilo fósil gigante del Cretácico hallado en el Sahara y que medía unos 12 metros de longitud) o el Liopleurodon (otro reptil marino fósil del Jurásico, carnívoro y de unos 25 metros, cuyas extremidades eran aletas bien desarrolladas)”.[1]

Sin embargo, hay autores que ven en el leviatán influencias astrológicas de otros pueblos, que representarían a la constelación Draco del Hemisferio Norte, simbolizada por un cuadrilátero (la cabeza del dragón) y una larga cola serpentiforme de estrellas.

Por su parte, algunos comentaristas del libro de Isaías opinan que el doble uso que se hace del término “Leviatán”, en el primer versículo del capítulo 27, sería una alusión a los dos ríos (Tigris y Éufrates) que representarían dos imperios: el asirio y el babilónico. Mientras que el monstruo que está en el mar (Rahav) simbolizaría a Egipto.

En esta misma línea parece pronunciarse el salmista cuando escribe: “Dividiste el mar con tu poder; quebrantaste cabezas de monstruos en las aguas. Magullaste las cabezas del leviatán, y lo diste por comida a los moradores del desierto” (Sal. 74:13-14).

Esta figura tomada de la mitología cananea es usada -según otros exégetas- para referirse a los grandes acontecimientos del éxodo hebreo. También los soldados egipcios, ahogados en el Mar Rojo cuando perseguían al pueblo judío, fueron devorados después por los animales salvajes del desierto.

Como ya se ha señalado, algunos intérpretes creen que Leviatán sería el monstruo “Lotán” de los textos ugaríticos, representado por la serpiente furtiva de siete cabezas, conocida también como el dragón (Ez. 29:3; 32:2) y que simbolizaría a los poderes sobrenaturales maléficos del caos primigenio.

De manera que Israel conocía al Leviatán tanto por el texto bíblico como por la mitología semítica. En Apocalipsis se habla asimismo de “un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos” (Ap. 12:3-4) para indicar que el mal llega a los creyentes desde los abismos marinos.

Se refiere a Satanás, la serpiente antigua de Génesis, el seductor que engaña al ser humano para que dude y se oponga a su Creador.

El hecho de que la Biblia hable del Leviatán, como una figura muy conocida de la mitología antigua de pueblos periféricos a Israel, no significa que el texto inspirado acepte dicha mitología o crea en su existencia real.

Más bien se usan estas figuras literarias, populares en su tiempo, para expresar ideas que todo el mundo pudiera entender bien. Hoy también se dice, por ejemplo, “¡este hombre es un monstruo!”, para referirse en sentido figurado a una persona excepcional desde el punto de vista positivo o negativo.

Incluso podemos hacer comparaciones con figuras míticas que se sabe que no existen en realidad. En cualquier mensaje dominical, se podría predicar así, acerca del idealismo de Don Quijote o del realismo de su escudero Sancho Panza, a sabiendas de que tales personajes sólo existieron en la imaginación de Cervantes.

De la misma manera, alguien podría afirmar que Jesucristo (un personaje histórico) es mucho más poderoso que Superman (un personaje de ficción). El estilo poético que se emplea frecuentemente en la Escritura suele usar este tipo de expresiones simbólicas con la intención de aumentar el impacto emocional del mensaje que se transmite.

No obstante, esto no significa que los autores de los libros de Job, Salmos o Isaías, aceptaran la mitología pagana que hay detrás de la figura del leviatán sino que únicamente empleaban dicha imagen popular para hacerse entender mejor.

[1] Ham, K. 2013, El libro de las respuestas sobre la creación y la evolución, Patmos, Miami, p. 137.