“Debemos reflexionar sobre lo que la Biblia enseña y contextualizarlo a la sociedad que nos rodea”

El misionero Pablo Wickham, afincado desde 1958 en España, presenta en “Renovarse o morir. Pasado, presente y futuro de las Asambleas de Hermanos” un urgente desafío a las iglesias evangélicas, estudiando la historia, examinando el presente y trazando los principios para tener esperanza de continuidad en el movimiento de las Asambleas de Hermanos. 

Wickham, autor de una treintena de títulos y con una amplia experiencia ministerial, presenta un preciso estudio de la situación de la denominación surgida en el siglo XIX en Inglaterra, cuyos misioneros llegaron a España a finales de ese mismo siglo, fundando decenas de iglesias por todo el país.

El autor revisa el desarrollo de las iglesias de Hermanos a nivel mundial, desde su crecimiento en países emergentes al lento declive en los países de base misionera, encontrando principios que se pueden aplicar a la situación de las iglesias en España.

Siendo un libro centrado en las Asambleas de Hermanos, sus principios son aplicables para cualquier congregación en nuestro país, dado que el llamado a la renovación resulta relevante y necesario en el contexto actual de muchas iglesias locales.

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Pregunta. El título escogido es muy desafiante. ¿Qué te llevó a escribir este libro en este momento?

Respuesta. El libro tiene su pequeña historia. Está basado en unas conferencias que he dado sobre este tema, primero en Cataluña en 2014, luego en Zaragoza y Valencia en 2015, luego en A Coruña en 2016, y en Gran Canaria el año pasado. En vista del interés del tema, decidimos darle forma de libro. El título fue puesto por Jonathan y Pedro Gelabert, de editorial Bibliasfera. Es un título más corto y llamativo que el que yo puse.

Renovarse o morir: pasado, presente y futuro de las Asambleas de Hermanos. Pablo Wickham, editorial Bibliasfera, WOBEBO, 2019.

P. El libro es un estudio del pasado, presente y futuro de las Asambleas de Hermanos. ¿podrías darnos los "rasgos imprescindibles" que caracterizan a las Asambleas de Hermanos?

R. Algunos de esos rasgos son para todas las iglesias, por ejemplo el principio de Sola Escritura, el sacerdocio universal de todos los creyentes o el llamado a extender el evangelio por todas las naciones. Pero algunos rasgos particulares de las Asambleas de Hermanos, por ejemplo: la centralidad de la cena o mesa del Señor, a celebrar todos los domingos; la iglesia compuesta solo de creyentes; una manera de vivir de total devoción a Cristo, requiriendo una forma de vida sencilla comprometida con el evangelio; la libertad del Espíritu de dar y usar los dones según su voluntad; y la total dependencia de Dios para el sostén de la obra, tanto en lo personal como en lo comunitario; y por último, la esperanza del pronto retorno del Señor.

P. Analizas la situación de las Asambleas de Hermanos en España, pero también haces un pequeño repaso de la situación en el mundo. ¿Es posible aprender lecciones del decaimiento en algunos países occidentales así como del crecimiento en lugares como India, Zambia o Rumanía (por poner un ejemplo más cercano)?

R. Quisiera hacer una pequeña corrección: es más bien al revés, yo analizo la situación de los Hermanos en todo el mundo, y lo aplico a España. Pero los principios generales se pueden aplicar a cualquier situación donde hayan crecido. Ha habido un declive lento de las Asambleas de Hermanos en las llamadas bases misioneras en Occidente: en los países de la Commonwealth británica, Canadá, Suiza, Alemania, Estados Unidos, y se reproduce después en unas generaciones en las iglesias fundadas por ellos. Es decir, hay bases misioneras que van decayendo, pero han fundado sus hijas en otros países. Después de unas generaciones, por los problemas estructurales que analizo, también empiezan a decaer. Y esto es lo que nos está pasando en España, que es uno de los primeros países donde los obreros de las Asambleas de Hermanos comenzaron a trabajar.

P. Afirmas que es necesaria una “reflexión teológica contextualizada”. ¿Puedes explicarnos a qué te refieres?

R. Esto tiene mucho que ver con la renovación. La palabra ‘contextualización’ se usa mucho en misiología, se refiere al ajuste necesario de métodos, de programas, de formatos de culto, a los cambios socioculturales que caracterizan cada época en la historia de los países. La reflexión teológica se hace en base a los fundamentos bíblicos, lo cual es una verdad inamovible. Pero su aplicación puede variar mucho, y de esto se trata la contextualización, algo que las iglesias siempre deben hacer.

Por ejemplo, hace varias décadas en muchas iglesias evangélicas era normal tener una reunión de predicación del evangelio los domingos por la tarde. Era una costumbre basada en los avivamientos de mediados del siglo XIX, cuando miles de personas bajo una profunda convicción de pecado se acercaban a escuchar la Palabra. Esto dio lugar a las grandes campañas de evangelización de finales de siglo bajo Moody, Finney y otros. Pero hace mucho que ese fervor religioso decayó, y tal culto ha sido suprimido por falta de asistencia, o sustituido por una reunión para los creyentes. Ojalá que entrasen en nuestros cultos personas bajo convicción de pecado, pero nuestra evangelización tiene que ser de otra manera. 

Lo mismo podríamos decir de otros cambios: los gustos musicales han cambiado mucho, los horarios incluso, etcétera.

Por lo tanto tenemos que reflexionar sobre lo que la Biblia enseña, pero contextualizándolo a la realidad social que nos rodea.

P. Al considerar la renovación, ¿debemos atender a aspectos formales o es necesario renovarse en el planteamiento de principios espirituales?

R. El texto clave de la renovación está en Tito 3:5-6: “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador”.

La regeneración se produce cuando somos hechos nuevas criaturas en Cristo. Pero esto debe ir ocupando más territorio en el creyente, ayudándole a cambiar muchas cosas, invadiendo toda su vida. Es lo que hace el Espíritu Santo cuando nos convertimos al Señor. Puede implicar una vuelta al principio, un renovado arrepentimiento, y una renovada recepción de la plenitud del Espíritu Santo. Hablamos muy poco, y practicamos menos, lo que tiene que ver con la obra del Espíritu Santo en el creyente. Pero Dios nos ha dado el Espíritu de Cristo. El modelo que Dios busca reproducir en nosotros es Jesús, cuyo carácter se verá en nosotros y en nuestras comunidades en el florecer renovado del fruto del Espíritu, que es el carácter de Cristo.

P. ¿Qué pasos son necesarios para comenzar con esta renovación en las iglesias?

R. Enfatizo en el tercer capítulo la búsqueda en oración como algo prioritario en cada persona y comunidad, algo que nos relaciona con lo que llamo el ‘señorío dinámico’ del Señor. El Señor es la máxima autoridad en nuestras iglesias, no el pastor ni el consejo de ancianos. Cuando decae la oración, entonces no estamos contando con el señorío dinámico de Cristo. Él tiene solución para cada problema de nuestras iglesias, pero hace falta que oremos para recibir instrucciones del Señor, en la Palabra y también a través de las circunstancias. Digo: O la oración toma su lugar en el esquema eclesial como verdadero motor de cambio de la actividad espiritual, como lo fue en la iglesia primitiva, o no será más que palabras que no subirán más alto que el techo de nuestras casas o locales. Creo que hemos de tomar muy en serio una renovación de la oración y su lugar en las congregaciones. Es evidente, por el libro de hechos, que tuvo un lugar importante en todo lo que hacían y proyectaban.

P. En el libro hablas de la necesidad de unidad, y cómo en la historia de las Asambleas hubo problemas.

R. Cuando las Asambleas de Cataluña me invitaron, el título que me dieron era: Caminando en la unidad y la cooperación. Así que usé el material que se ha plasmado en este libro como contestación a esto. Quería así plantear recordar el pasado, reflexionar sobre el presente y renovarse en la esperanza. La unidad es tremendamente importante. Lo aplico no solo a la unidad dentro de una iglesia local, donde la comunión hay que saber como bendecirnos unos a otros, perdonar, respetar al otro. Pero también unidad entre las mismas iglesias. Uno de los grandes principios de los hermanos, en la tercera década del siglo XIX, fue que debían gozar de la comunión unos con otros, y mostrar la comunión a todos los creyentes, se llamasen como se llamasen. Los hermanos nunca quisieron ser una denominación, lo que pasa es que cada momento histórico forma su propia denominación. Pero hay una unidad entre todas las iglesias sobre la base de lo que son los verdaderos creyentes, que están en la unión del Espíritu santo. Podemos llamarnos hermanos o bautistas, pero esta unidad deben reflejarse allí también. Tiene mucho que ver la renovación con el logro de una cooperación general, en oración, y la situación en España nos llama a gritos que hagamos esto.

P. Dedicas un capítulo final al tema de la pastoral. ¿Hasta qué punto consideras que este ministerio necesita también ser reexaminado?

R. Como ancianos o pastores de las iglesias locales son los máximos responsables del estado de sus congregaciones, si estas están en declive o débiles, es su responsabilidad buscar la renovación de su ministerio, o cambiando ellos, o buscando la ayuda de personas mejor preparadas. El liderazgo hoy en día requiere líderes más jóvenes, llenos de entusiasmo, profundamente comprometidos con la causa de Cristo y con visión misionera. No debiéramos olvidar que los pioneros del movimiento de los hermanos eran casi todos menores de 30 años. Pero su vigor, empuje y dedicación total a la causa de Cristo, puso en marcha algo que ha llegado hasta los confines de la tierra. El movimiento de los hermanos ha llegado a todo el mundo, e impresiona lo que se ha hecho, pero tenemos que pensar en nuestra situación aquí.

Comentando este último capítulo, un amigo pastor me dijo que lo escrito le había impactado tremendamente, mostrándole cuán poco preparado estuvo cuando fue nombrado pastor, y no había dado la talla en vista de lo que la Palabra enseña sobre el liderazgo. Otro amigo pastor me dijo que ojalá hubiera tenido un libro así cuando comenzó su ministerio. A mí me ha costado 61 años en España para llegar a escribirlo, pero tengo que reconocer que esta visión la tomé de mis mentores principales, Ernesto y Gertrudis Trenchard. Lo que he recibido de ellos, es lo que tratamos de hacer llegar a otros más jóvenes para que la obra siga adelante.