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Jeremías y Lamentaciones, de Matthew Henry

Jeremías comenzó como profeta en el año decimotercero de Josías (cap. 1:2), cuando las cosas iban bien bajo aquel buen rey, pero continuó durante todos los reinados malvados que le siguieron.

FRAGMENTOS 14 DE NOVIEMBRE DE 2019 21:00 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de Jeremías y Lamentaciones I de Matthew Henry (2019, Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.



Las profecías del Antiguo Testamento, así como las epístolas del Nuevo, están colocadas según su tamaño más bien que según su antigüedad: las más extensas primero, no las más antiguas. Hubo varios profetas y escritores que eran contemporáneos de Isaías, como Miqueas, o un poco anteriores a él, como Oseas, Joel y Amós, o un poco posteriores a él, como Habacuc y Nahum se supone que fueron; y, sin embargo, la profecía de Jeremías, que comenzó muchos años después de que Isaías concluyera, está colocada junto a la suya, porque hay igualmente mucho contenido en ella. Donde nos encontramos con más de la Palabra de Dios, ahí debe darse la preferencia; y, sin embargo, las que estén menos dotadas no deben ser despreciadas ni excluidas. Ahora no hay nada más que deba observarse respecto a la profecía en general; pero acerca de este profeta, Jeremías, podemos observar:



I. Que fue profeta muy pronto; comenzó joven y, por tanto, puede decir, a partir de su propia experiencia, que bueno es para hombre llevar el yugo en su juventud (Lm 3:27 VRJ), tanto el yugo del servicio como el de la aflicción. Jerónimo observa que a Isaías, que tenía más años sobre su cabeza, se le tocó la lengua con un carbón encendido, para purificar su iniquidad (Is 6:6-7 LBLA), pero que cuando Dios tocó la boca de Jeremías, que era joven, no se dice nada de la purificación de su iniquidad (cf. cap. 1:9), porque, por razón de sus tiernos años, no tenía tanto pecado por el que responder.



II. Que continuó mucho tiempo como profeta, algunos calculan cincuenta años, otros más de cuarenta. Comenzó en el año decimotercero de Josías (cap. 1:2; cf. cap. 25:3), cuando las cosas iban bien bajo aquel buen rey, pero continuó durante todos los reinados malvados que le siguieron; porque cuando comenzamos el servicio de Dios, aunque el viento sea entonces bueno y favorable, no sabemos cuán pronto puede volverse tempestuoso.



III. Que fue un profeta reprensor, enviado en el nombre de Dios para hablarle a Jacob de sus pecados y advertirle de los juicios de Dios que le sobrevendrían; y los críticos observan que, por eso, su estilo o manera de hablar es más llana y áspera, y menos cortés, que la de Isaías y algunos otros de los profetas. Aquellos que son enviados para descubrir el pecado deben dejar de lado las palabras persuasivas de humana sabiduría (1 Co 2:4). Es mejor el proceder franco cuando estamos tratando con pecadores, para conducirlos al arrepentimiento.



IV. Que fue un profeta lloroso; así se le llama normalmente no solo porque escribió las Lamentaciones (cf. 2 Cr 35:25), sino porque fue durante todo el tiempo un espectador entristecido por los pecados de su pueblo y los juicios desoladores que les iban a sobrevenir. Y por esta razón, quizá, aquellos que imaginaban que nuestro Salvador era uno de los profetas pensaron que él, de entre todos ellos, era el que más se parecía más a Jeremías (cf. Mt 16:14), porque fue varón de dolores, experimentado en quebranto (Is 53:3).



V. Que fue un profeta sufriente. Fue perseguido por su propio pueblo más que cualquiera de ellos, como lo encontraremos en la historia de este libro; porque vivió y predicó justo antes de la destrucción de los judíos por los caldeos, cuando el carácter de ellos parece haber sido justamente el mismo que tenían antes de su destrucción por los romanos, cuando mataron al Señor Jesús y persiguieron a sus discípulos, y no agradaron a Dios, y se opusieron a todos los hombres, y vino sobre ellos la ira hasta el extremo (1 Ts 2:15-16). El último relato que tenemos de él en su historia es que los judíos que quedaron lo obligaron a descender con ellos a Egipto (cf. cap. 43:4:7); mientras que la tradición actual, entre judíos y cristianos, es que sufrió el martirio. Hottinger7, a partir de Elmakin —un historiador árabe—, relata que, al continuar profetizando en Egipto contra los egipcios y otras naciones, fue apedreado hasta la muerte; y que mucho tiempo después, cuando Alejandro entró en Egipto, tomó los huesos de Jeremías, donde estaban sepultados en oscuridad, y los llevó a Alejandría, y los sepultó allí. Las profecías de este libro que tenemos en los primeros diecinueve capítulos parecen ser los bosquejos de los sermones que predicó a manera de reprensión general por el pecado y anuncio del juicio; después son más concretos y ocasionales, y mezclados con la historia de su tiempo, pero no colocados en el debido orden cronológico. Con las amenazas se encuentran entremezcladas muchas promesas benévolas de misericordia a los arrepentidos, de la liberación de los judíos de su cautividad, y algunas que hacen una clara referencia al Reino del Mesías. Entre los escritos apócrifos, existe una epístola que se dice haber sido escrita por Jeremías a los cautivos en Babilonia, previniéndoles contra la adoración de los ídolos mediante la exposición de la vanidad de los ídolos y la necedad de los idólatras. Está en Baruc capítulo 6, pero se supone que no es auténtica; y no tiene —pienso— nada parecido a la vida y al espíritu de los escritos de Jeremías8. También se cuenta en relación con Jeremías que, cuando Jerusalén fue destruida por los caldeos, él, siguiendo las instrucciones de Dios, tomó el arca y el altar del incienso y, llevándolos al monte Nebo, los metió en el hueco de una cueva allí y tapó la entrada; pero algunos que lo siguieron, y pensaron que habían detectado el lugar, no pudieron encontrarlo (cf. 2 Mac 2:4-6 NBJ). Él los culpó por buscarlo, diciéndoles que el lugar quedará desconocido hasta que Dios vuelva a reunir a su pueblo (2 Mac 2:7 NBJ). Pero no sé qué crédito debe darse a esa historia, aunque se dice que hay constancia de ella. No podemos sino estar preocupados, leyendo las profecías de Jeremías, al encontrar que fueron tenidas en tan poca consideración por los hombres de aquella generación; pero utilicemos eso como una razón por la que nosotros sí deberíamos tenerlas más en consideración; porque también para nuestra enseñanza se escribieron (Ro 15:4), y para advertirnos a nosotros y a nuestro país (cf. 1 Co 10:11).



 



 



JEREMÍAS 1



Bosquejo del capítulo



En este capítulo tenemos:



I. La inscripción general o título de este libro, con el tiempo en que continuó el ministerio público de Jeremías (cf. vv. 1-3).



II. El llamamiento de Jeremías al oficio profético, su modesta objeción a este respondida, y una amplia comisión que se le dio para su ejecución (cf. vv. 4-10).



III. Las visiones de una vara de almendro y de una olla que hierve, con el significado de la próxima ruina de Judá y de Jerusalén por parte de los caldeos (cf. vv. 11-16).



IV. El estímulo dado al profeta para continuar impávido en su obra, y una seguridad de la presencia de Dios con él (cf. vv. 17- 19). De este modo es puesto a trabajar por uno que le asegura que lo sostendrá.



La inscripción (629 a. C.)



Jeremías 1:1-3



Aquí tenemos lo que se consideró adecuado que conociéramos de la genealogía de este profeta y de la cronología de su profecía:



1. Se nos dice de qué familia era el profeta. Era hijo de Hilcías (v. 1), no de aquel Hilcías, se supone, que fue sumo sacerdote en los tiempos de Josías (cf. 2 R 23:4) (porque entonces habría sido llamado así, y no, como aquí, uno de los sacerdotes que estuvieron en Anatot: v. 1), sino otro del mismo nombre. Jeremías significa «uno levantado por el Señor». Se dice de Cristo que es un profeta a quien el Señor nuestro Dios levantaría de entre nosotros (cf. Dt 18:15,18). Fue de los sacerdotes y, como un sacerdote, estaba autorizado y designado para enseñar al pueblo; pero a esa autoridad y designación Dios añadió la extraordinaria comisión de un profeta. Ezequiel también fue sacerdote (cf. Ez 1:3). Así, Dios apoyaría el honor del sacerdocio en un tiempo cuando, por sus pecados y los juicios de Dios sobre ellos, se encontraba tristemente eclipsado. Fue de los sacerdotes […] en Anatot (v. 1), una ciudad de sacerdotes (cf. Jos 21:18-19), que se encontraba a unos cuatro o cinco kilómetros de Jerusalén. Abiatar tuvo allí su casa de campo (cf. 1 R 2:26).



2. Tenemos la fecha general de sus profecías, cuyo conocimiento es necesario para entenderlas:



(1) Comenzó a profetizar en el año decimotercero del reinado de Josías (v. 2; cf. cap. 25:3). Josías, en el año decimosegundo de su reinado, comenzó una obra de reforma, se dedicó con toda sinceridad a purificar Judá y Jerusalén de los lugares altos, de los árboles rituales […] y de las imágenes (2 Cr 34:3 RVA). Y entonces fue, muy a tiempo, levantado este joven profeta para asistir y animar al joven rey en aquella buena obra. Entonces vino la palabra del SEÑOR a él (v. 2 LBLA), no solamente un encargo y una comisión para profetizar, sino una revelación de las cosas mismas que había de comunicar. Del mismo modo que es de ánimo para los ministros ser apoyados y protegidos por piadosos gobernantes, como lo era Josías, así también es una gran ayuda para los gobernantes, en cualquier buena obra de reforma, ser aconsejados y animados, y que se les haga una gran parte de su obra por ministros fieles y celosos, tales como fue Jeremías. Ahora bien, podría esperarse que con estas dos fuerzas unidas, tal príncipe y tal profeta (como en un caso similar: cf. Esd 5:1-2), y ambos jóvenes, se llevaría a cabo y se establecería una obra completa de reforma que impediría la ruina de la Iglesia y el Estado; pero resultó bastante distinto. En el año decimoctavo de Josías, encontramos que había muchas reliquias de la idolatría que no habían sido eliminadas (cf. 2 R 22:17; 2 Cr 34:25); ¿porque qué pueden hacer los mejores príncipes y profetas para impedir la ruina de un pueblo que aborrece ser reformado? Por tanto, aunque era un tiempo de reforma, Jeremías continuó prediciendo los juicios destructores que habían de venir sobre ellos; porque no hay síntoma más amenazante para un pueblo que los infructuosos intentos de reforma. Josías y Jeremías quisieron curarlos, pero ellos no quisieron ser sanados (cf. cap. 51:9).



(2) Continuó profetizando durante los reinados de Joacim y Sedequías, cada uno de los cuales reinó once años (cf. 2 R 23:36; 24:18; 2 Cr 36:5,11). Profetizó hasta la cautividad de Jerusalén (v. 3), aquel gran acontecimiento que tan a menudo había profetizado. Continuó profetizando después de aquello (cf. cap. 40:1). Pero el cálculo concluye aquí con aquel acontecimiento porque era el cumplimiento de muchas de sus predicciones; y desde el año decimotercero de Josías hasta la cautividad fueron justamente cuarenta años. El Dr. Lightfoot9 observa que, al igual que Moisés estuvo tanto tiempo con el pueblo, un maestro en el desierto, hasta que entraron en su propia tierra, Jeremías fue el mismo tiempo un maestro en su propia tierra, antes de que entraran en el desierto de las naciones; y piensa que, por ello, se puso una señal especial sobre los cuarenta últimos años de la iniquidad de Judá, la cual Ezequiel llevó cuarenta días, un día por cada año (Ez 4:6 LBLA), porque durante todo aquel tiempo tuvieron a Jeremías profetizando entre ellos, lo cual fue un gran agravante de su impenitencia. Dios, en este profeta, cuarenta años los soportó (Hch 13:18), y finalmente juró que no continuarían en su reposo (He 3:18).



 



Notas:



7 Johann Heinrich Hottinger (10 de marzo de 1620 – 5 de junio de 1667) fue teólogo y profesor de historia de la Iglesia y de lenguas semíticas en la universidad de Zurich. En 1656 fue elegido rector de la universidad de Heidelberg, donde restauró la facultad de teología. Entre sus obras cabe destacar Exercitationes AntiMorinianæ (1644), una defensa del texto hebreo de la Escritura; Erotematum linguæ sanctæ (1647), una pequeña gramática hebrea para uso en las escuelas; Thesaurus philologicus seu clavis scriptura (1649), una especie de introducción al Antiguo Testamento. (N. del E.).



8 Para que el lector pueda apreciar mejor que no hay inspiración en Baruc capítulo 6 y la discordancia con el estilo del profeta Jeremías, compare dicho capítulo con Jeremías capítulo 29, donde sí encontramos la auténtica epístola inspirada que el profeta envió a los cautivos en Babilonia. (N. del E.).



9 John Lightfoot (1602-1675). Clérigo inglés, miembro fundador de la Asamblea de Westminster, y conocido como uno de los más grandes especialistas en Antiguo Testamento. (N. del T.).


 

 


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