Nuestro discipulado con Cristo comienza cuando escuchamos esta palabra y la obedecemos: "Sígueme".
Un fragmento de “Discipular. Cómo ayudar a otros a seguir a Cristo”, de Mark Dever (Editorial Peregrino, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.
INTRODUCCIÓN
[…]
¿QUÉ ES UN DISCÍPULO?
Antes de que podamos discipular a otros, debemos convertirnos en discípulos. Debemos asegurarnos de que estamos siguiendo a Cristo.
¿Qué es un discípulo? Un discípulo es un seguidor. Puedes seguir esto siguiendo la enseñanza de alguien desde lejos, como alguien que dijera que sigue la enseñanza y el ejemplo de Gandhi. Y ser un discípulo de Cristo significa por lo menos eso. Un discípulo de Jesús sigue los pasos de Jesús, haciendo lo que Jesús enseñó y vivió. Pero significa más que eso. Seguir a Jesús primeramente significa que has entrado en una relación personal y salvadora con él. Tienes una «unión con Cristo», como dice la Biblia (Fil. 2:1, NVI). Has sido unido a través del nuevo pacto en su sangre. Mediante su muerte y resurrección, toda la culpa del pecado que es tuya pasa a ser suya, y toda su rectitud pasa a ser tuya.
Ser un discípulo de Cristo, en otras palabras, no comienza con algo que nosotros hacemos. Comienza con algo que Cristo hizo. Jesús es el Buen Pastor que dio su vida por las ovejas (Jn. 10:11). Él amó a la Iglesia y por consiguiente dio su vida por ella (Ef.
5:25). Pagó una deuda que no era suya, sino nuestra, y luego nos unió a sí mismo como su pueblo santo.
Ves, Dios es bueno, y nos creó como algo bueno. Pero cada uno de nosotros ha pecado apartándose de Dios y de su buena ley. Y porque Dios es bueno, él castigará nuestro pecado. La buena noticia del cristianismo, sin embargo, es que Jesús vivió la vida perfecta que nosotros deberíamos haber vivido, y luego sufrió la muerte que nosotros merecíamos. Se ofreció a sí mismo como sustituto y sacrificio para todo aquel que se arrepienta de su pecado y confíe solo en él. Esto es lo que Jesús llamó el nuevo pacto en su sangre.
Por tanto, el discipulado cristiano comienza aquí mismo con la aceptación de su regalo gratuito: gracia, misericordia, una relación con Dios, y la promesa de la vida eterna.
¿De qué manera aceptamos este regalo y nos unimos a él? ¡A través de la fe! Dejamos nuestros pecados y le seguimos a él, confiando en él como Salvador y Señor. En un momento de su ministerio, Jesús se dirigió hacia una multitud y dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mr. 8:34).
Nuestro discipulado con Cristo comienza cuando escuchamos esta palabra y la obedecemos: «Sígueme».
Amigo, si vas a ser cristiano, independientemente de lo que diga cualquier otro maestro que hayas oído, escucha a Jesús. Él dice que ser cristiano implica negarse a uno mismo, tomar tu cruz y seguirle. La respuesta fundamental al amor radical de Dios por nosotros, es que nosotros le amemos de manera radical.
Ser cristiano significa ser un discípulo. No existen cristianos que no sean discípulos. Y ser un discípulo de Jesús significa seguir a Jesús. No existen discípulos de Jesús que no sigan a Jesús. Marcar una casilla en una encuesta de opinión pública, o etiquetarse sinceramente con la religión de tus padres, o tener una preferencia por el cristianismo en relación a otras religiones; ninguna de estas cosas te hace cristiano. Los cristianos son personas que tienen una fe real en Cristo, y que la muestran dejando sus esperanzas, temores y vidas totalmente en sus manos. Ellos le siguen dondequiera que les dirija. Ya no organizas la agenda de tu vida; Jesucristo lo hace. Ahora le perteneces. «No sois vuestros —dice Pablo— habéis sido comprados por precio» (véase 1 Co. 6:19-20). Jesús no es solo nuestro Salvador; es nuestro Señor.
Pablo lo explicó de la siguiente manera: «Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co. 5:15). ¿Qué significa morir a uno mismo y vivir para él? Don Carson dijo: «Morir a uno mismo significa considerar que es mejor morir que tener lujuria; considerar que es mejor morir que decir esta falsedad; considerar que es mejor morir que… [nombra tú el pecado]».
La vida cristiana es la vida discipulada. Empieza por convertirse uno mismo en discípulo de Cristo.
¿POR QUÉ DISCIPULAR?
Porque la vida cristiana es también una vida de discipulado. Los discípulos discipulan. Seguimos al Único que llama a las personas a seguirle, llamando a las personas a seguirle. ¿Por qué hacemos esto? Por amor y obediencia.
Amor. El motivo para discipular a otros comienza con el amor de Dios y nada menos. Él nos ha amado en Cristo, y por eso le amamos. Y hacemos esto en parte amando a aquellos que él ha puesto a nuestro alrededor.
Cuando un maestro de la ley le preguntó a Jesús cuál era el mandamiento mayor, Jesús comenzó respondiendo: «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas» (Mr. 12:30). Lo que Dios desea es que todo tu ser le ame; todas tus ambiciones y motivaciones, tus deseos y esperanzas, tus pensamientos y razonamientos, tu fuerza y energía, todo esto informado, purificado y disciplinado por su Palabra.
De hecho, la totalidad de tu devoción a Dios será demostrada por tu amor hacia aquellos que han sido hechos a la imagen de Dios. El maestro de la ley preguntó por un mandamiento, pero obtuvo dos: «Y el segundo —dijo Jesús— es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos» (v. 31). Omitir el segundo mandamiento es pasar por alto el primero. El amor a Dios es fundamental para amar al prójimo. Y el amor a Dios debe expresarse en amor hacia el prójimo. Esto completa el deber del amor.
El amor de Dios por nosotros inicia una reacción en cadena. Él nos ama, entonces nosotros le amamos, y luego amamos a los demás. Juan captura todo esto: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn. 4:19-21).
Cualquier afirmación de amar a Dios que no se manifieste en amor al prójimo es un amor de un dios falso, otra forma de idolatría. En estos versículos Jesús y Juan vuelven a conectar algunos enlaces que se rompieron en la Caída.
Discipular a otros —hacer deliberadamente un bien espiritual para ayudarles a seguir a Cristo — demuestra este amor por Dios y por los demás de la mejor manera.
Obediencia. Pero junto a nuestro amor está nuestra obediencia. Jesús enseñó: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Jn. 14:15; véase también 14:23; 15:12-14). ¿Y qué mandó? «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:19-20). Parte de nuestra obediencia es llevar a otros a la obediencia.
El mandato final de Jesús no fue instar a sus discípulos a una resistencia armada contra Roma, o buscar la venganza de aquellos que le mataron. Más bien, Jesús miró a sus seguidores, y les dijo que hicieran discípulos, no solo que fueran discípulos.
Jesús no hace ninguna distinción entre aquellos a quienes se les dio esta comisión, y aquellos a quienes no le fue dada. Él promete su presencia a todos los cristianos, tal y como Pentecostés pronto mostraría. Y esa promesa se extiende hasta el fin del mundo, mucho más allá de la vida de los apóstoles. A lo largo del resto del Nuevo Testamento, todos los cristianos llevarían a cabo este trabajo según sus habilidades, oportunidades y llamados. Esta Gran Comisión sería dada a todos aquellos que son discípulos de Jesús. Este mandato es dado a todo creyente en todo tiempo.
Discipular es algo básico en el cristianismo. ¿Cuánto más claro podría estar? Puede que no seamos sus discípulos si no estamos trabajando para hacer discípulos.
¿DÓNDE Y CÓMO DISCIPULAR?
Aún hay una cosa más que observar acerca de este mandato final de Jesús: Dónde y cómo él quiere que discipulemos. Debemos hacer discípulos a todas las naciones a través de nuestras iglesias.
A todas las naciones. Antes de decir a sus discípulos que hicieran discípulos, él les dijo que había recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y que ellos debían ir. La autoridad de Jesús es universal, y también lo es su preocupación. Y la universalidad de su autoridad y preocupación nos lleva a la universalidad de nuestra misión: vamos a todas las naciones. Hacer discípulos no solo tiene que ver con Israel, Oriente Medio o África. El cristianismo no es solo para Europa o Asia. Cristo tiene toda la autoridad, por lo que vamos a hacer discípulos de todas las naciones.
A través de nuestras iglesias. Tras decirle a los discípulos que hicieran discípulos, les dice cómo; a través del bautismo y la enseñanza. Sí, el misionero o evangelista individual sale al mundo, a la oficina, a la escuela, al vecindario, ya sea a este o al otro lado del mundo. Pero el ministerio de las ordenanzas y el ministerio de la enseñanza tienen lugar principalmente a través de las iglesias. Las iglesias cumplen la Gran Comisión, y discipular es el trabajo de las iglesias.
El buen compañerismo y el discipulado pueden ocurrir fuera del contexto de la membresía de la iglesia, sin duda. Pero mediante el ministerio eclesial del bautismo y de la Cena del Señor nos reconocemos unos a otros como creyentes. Y esto provee un contexto de rendición de cuentas espiritualmente beneficioso en las relaciones de discipulado. A través del ministerio de enseñanza de la iglesia y de los ancianos, los cristianos aprenden a obedecer todo lo que Jesús ordenó.
El primer lugar donde los cristianos deberían procurar ser discipulados y discipular —de forma regular— es a través del compañerismo de la iglesia local, tanto en reuniones como dispersos. David Wells hizo la siguiente observación, «Es muy fácil edificar iglesias en las que se congregan aquellos que simplemente buscan algo; es muy difícil edificar iglesias en las que la fe bíblica está madurando hacia un discipulado genuino».4
CONCLUSIÓN
El objetivo de este libro es ayudarte a entender cómo discipular bíblicamente y animarte en tu obediencia a Cristo. Discipular bíblicamente, como dije, es ayudar a otros a seguir a Jesús haciéndoles deliberadamente un bien espiritual. Y discipular de modo bíblico tiene lugar en gran parte en y a través de las iglesias. Es fácil para los cristianos de hoy pasar esto por alto.
Por tanto, cuando asistes a la iglesia los domingos, ¿buscas solo lo que puedes obtener, o también busca formas de dar? ¿Y cómo usas tus comidas y ratos libres a lo largo de la semana? ¿Piensas estrategias para la evangelización o buscas formas para edificar a otros cristianos?
Tal vez has pensado que verdaderamente necesitas ser discipulado antes de poder discipular. Ciertamente es crucial ser un discípulo. Pero Jesús te dio el mandato de hacer discípulos. Y parte de ser un discípulo, de hecho, es discipular. Parte de crecer en madurez es ayudar a otros a crecer en madurez. Dios quiere que estés en la iglesia no solo para que tus necesidades sean satisfechas, sino para que seas equipado y motivado a cuidar de otros.
El cristianismo —la religión de la Biblia— no es para el individuo fuerte, el hombre que se ha hecho a sí mismo y que no necesita a nadie. Es una religión para los discípulos de Cristo, seguidores que llevan a otros a hacer lo mismo.
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