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Antonio Cruz
 

Enredado en una encina

Los pasajes bíblicos más emblemáticos donde aparecen las encinas y los robles se encuentran en el Antiguo Testamento.

ZOé AUTOR Antonio Cruz 20 DE JUNIO DE 2019 18:20 h
Roble del Tabor (Quercus ithaburensis) fotografiado en el Jardín Botánico de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Y se encontró Absalón con los siervos de David; e iba Absalón sobre un mulo, y el mulo entró por debajo de las ramas espesas de una gran encina, y se le enredó la cabeza en la encina, y Absalón quedó suspendido entre el cielo y la tierra; y el mulo en que iba pasó delante. (2 S. 18:9) 



Las encinas son árboles de hojas verdosas, oscuras y perennes, con flores pequeñas dispuestas en racimillos y frutos ovoides característicos: las bellotas. Dentro de cada bellota hay una sola semilla que tiene la misma forma que el fruto.



Tanto las encinas como los robles y los alcornoques pertenecen al mismo género Quercus, que abarca alrededor de 600 especies distribuidas por Europa, Asia y América.



Todos estos árboles presentan flores masculinas y femeninas en la misma planta que florecen en primavera para producir bellotas a finales del verano o en otoño. Su madera es dura y difícil de trabajar aunque no tiene gran calidad ya que con el tiempo se curva y resquebraja.



De ahí que se haya usado para construir arados, carros, herramientas, vigas y en la navegación. Gracias a su alto poder calorífico, también se ha empleado desde la antigüedad como leña o carbón.



La encina típica de los países mediterráneos es la especie Quercus ilex, a la que también se la denomina vulgarmente “carrasca” o “chaparro”, y de cuyas bellotas se alimenta a los cerdos para que produzcan el famoso jamón serrano español.



 



Las bellotas, como éstas de Quercus ilex, son los frutos de las encinas que forman parte de la dieta de numerosos animales.



El fruto de la bellota, que contiene alrededor del 50% de féculas con azúcares, grasa, taninos, etc., no sólo se le da al ganado porcino sino que también se usa para elaborar un pan algo basto.



A principios del siglo XVIII, se desató una grave hambruna entre la población francesa y los pobres se morían de hambre. Pero, gracias a la harina de las bellotas y al pan de poca calidad elaborado con ella, se socorrió el hambre de buena parte de la población.[1] 



En Israel se conocen varias especies de Quercus. Algunas de las más abundantes son los robles de Palestina (Quercus calliprinos), que son árboles pequeños o arbustos grandes, según se mire, ya que su altura oscila entre los 3 y los 8 metros, con hojas duras, perennes, lisas, dentadas y espinosas.



Sus bellotas sólo alcanzan unos tres centímetros de longitud.



Más famosos son los robles del Tabor (Quercus ithaburensis) de hojas grandes, caducas, duras, con márgenes dentados y la parte inferior cubierta de pelos que no se desprenden aunque se froten. Las bellotas alcanzan hasta 5 cm de longitud y están protegidas por una copa cubierta por largas escamas curvadas hacia atrás.



Forman bosques abiertos y los árboles pueden alcanzar los 12 metros de altura. Además del monte Tabor abundan por toda Galilea, Samaria y el alto valle del Jordán.



 



Bellota caída en el suelo junto a hojas secas del roble del Tabor.



Y, por último, en roble de Chipre (Quercus boissieri) que tiene las hojas lisas, caducas y con los bordes lobulados. Los pelos del envés foliar se desprenden al frotarlos.



La bellota es estrecha y mide unos 4 cm de largo, presentando la copa cubierta de escamas cortas y densas. Puede alcanzar los 10 metros de altura. 



En hebreo hay cuatro palabras para referirse a los árboles como las encinas y los robles. La primera, es alón, אַלוֹן, que se tradujo en la Septuaginta de diferentes maneras: he bálanos, ἡ βάλανος, dendron, δένδρον, balanu, βαλάνου, drys, δρύς y en la Vulgata por quercus (Gn. 35:8; Jos. 19:32; Is. 2:13; 6:13; 44:14; Os. 4:13; Am. 2:9; Zac. 11:2).



La segunda palabra hebrea es elah, אֵלָה; Sept. terébinthos, τερέβινθος, drys Elá, δρύς Ηλά, dendron, δένδρον; Vulg. terebinthus, quercus (Is. 6:13; Os. 4:13). Este término, más que a una encina parece referirse al terebinto.



La tercera palabra es elón, אֵילוֹן; Sept. he drys, ἡ δρύς, he hypselé, ἡ ὑψηλή, he bálanos, ἡ βάλανος, Elón, Ἠλών; Vulg. convallis illustris, quercus. Es un término que figura con frecuencia en el Antiguo Testamento para referirse a alguna especie de encina. Por último, la cuarta palabra es allah, אַלָּה; Sept. he términthos, ἡ τέρμινθος; he drys, ἡ δρύς; Vulg. Quercus, que únicamente aparece en Jos. 24:26.



Los pasajes bíblicos más emblemáticos donde aparecen las encinas y los robles se encuentran en el Antiguo Testamento. El patriarca Abraham fue a morar al “encinar de Mamre”, después de que Dios le prometiera la tierra de Canaán, así como la paternidad de una gran nación (Gn. 13:18).



 



La encina posee flores masculinas y femeninas en el mismo árbol. Las masculinas forman racimos colgantes, mientras que las femeninas son pequeñas y solitarias.



Jacob renunció a la idolatría de su familia antes de adorar a Dios en Betel, requisándoles todas las imágenes y amuletos de las distintas divinidades que escondían y enterrándolas debajo de una “encina que estaba junto a Siquem” (Gn. 35:4).



De la misma manera, Josué tomó “una gran piedra, la levantó allí debajo de la encina que estaba junto al santuario de Yahveh” (Jos. 24:26) con el fin de sellar un pacto entre el pueblo hebreo y el único Dios verdadero.



Es probable que dicha encina se convirtiera en un emblema importante del pueblo elegido por Dios. De hecho, en Jueces 9:37 se habla de la “encina de los Adivinos”.



También, en el libro de Génesis (35:8), se informa que “murió Débora, ama de Rebeca, y fue sepultada al pie de Bet-el, debajo de una encina, la cual fue llamada Alón-bacut.” Este nombre dado al árbol significa literalmente: “encina del llanto”.



Algunos pueblos paganos de la antigüedad consideraban las encinas y los robles como árboles sagrados ya que, al ser tan altos y frondosos, tenían la cualidad de atraer los rayos que enviaban los dioses.



De ahí que los usaran como lugares preferentes de culto y reunión. Los griegos y los celtas creían que dichos árboles simbolizaban los ejes del mundo.



 



El autor junto a una encina emblemática (Quercus ilex), propia de los bosques del Mediterráneo occidental.



Tales creencias paganas influyeron negativamente en los israelitas, de ahí que el profeta Oseas se quejara y les echara en cara que “sobre las cimas de los montes sacrificaron, e incensaron sobre los collados, debajo de las encinas, álamos y olmos que tuviesen buena sombra; por tanto, vuestras hijas fornicarán, y adulterarán vuestras nueras” (Os. 4:13). 



El poeta murciano, Federico Balart (1831-1905), escribió un bello poema sobre la encina que dice así:




¡Oh, qué tristes parecían



las encinas verdinegras



Entre el jugoso follaje



del álamo y de la higuera!



¡Oh, qué alegres parecían



las encinas verdinegras



entre las ramas desnudas



del álamo y de la higuera![2]




Por su parte, el gran teólogo y orador, Charles H. Spurgeon, comentando el salmo 55 escribe:




Porque la maldad anida en sus moradas, en el interior de ellos. Su iniquidad ha ido demasiado lejos como para que puedan escapar, dado que sus casas son guaridas de infamia y sus corazones manantiales de maldad. Su existencia constituye una epidemia para la comunidad, una plaga moral, una pestilencia espiritual que debe ser erradicada, tanto por las leyes humanas como por la providencia divina. Y así fue, pues tanto Ahitofel como Judas muy pronto acabaron poniendo fin a sus propias vidas; Absalón colgado de una encina; y el resto de sublevados perecieron en el bosque en gran número. En el universo hay una justicia que se cumple irremisiblemente, y el propio amor la exige y demanda, puesto que compadecer a los que se rebelan contra Dios no es una virtud: Oramos por ellos en cuanto que son seres humanos, pero los aborrecemos en cuanto que son enemigos de Dios. En estos tiempos difíciles que corren, marcados por la ambigüedad necesitamos permanecer muy alerta y guardarnos, más que de otra cosa, de esa iniquidad camuflada que simpatiza con el mal, considerando el justo castigo como una crueldad, una brutalidad inaceptable y una barbarie propia de siglos pasados. Nos hemos alejado tanto de Scilla que nos está atrapando Caribdis.[3]




Esta última frase de Spurgeon hace referencia a los dos monstruos acuáticos de la mitología griega, que estaban situados en las orillas opuestas de un estrecho canal de agua que lo marineros intentaban superar.



Scilla o Escila representaba la amenaza de los acantilados rocosos, mientras que Caribdis era un remolino muy peligroso. De manera que “entre Escila y Caribdis” equivale a decir que se estaba entre dos graves peligros, o entre la espada y la pared, como decimos nosotros.



Tal es el dilema cristiano entre amar al prójimo y odiar su pecado.

 




[1] Font Quer, P. 1976, Plantas medicinales. El Dioscórides renovado, Labor, Barcelona, p. 110.



[2] Citado en Fernández, A. E. 1977, Las plantas en las Sagradas Escrituras, CLIE, Terrassa, p. 30.





[3] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1239.



 

 


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