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Protestante Digital

 
George A. Lindbeck
 

La naturaleza de la doctrina, por George A. Lindbeck

Religión y teología en una época postliberal.

FRAGMENTOS 05 DE ABRIL DE 2019 08:15 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “La naturaleza de la doctrina: Religión y teología en una época postliberal”, por George A. Lindbeck (2018, Clie). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



Las doctrinas y sus problemas



El carácter moderno se opone a la mera noción de normas comunitarias (148). Esta antipatía se puede interpretar, como hacen los sociólogos del conocimiento, como el producto de factores tales como el pluralismo religioso e ideológico y la movilidad social. Cuando los seres humanos se exponen continuadamente a puntos de vista conflictivos y cambiantes, tienden a perder su confianza en cualquiera de ellos. Las doctrinas dejan de representar realidades objetivas y, en su lugar, son experimentadas como expresiones de las preferencias personales: algunas personas tienen afinidad con el budismo y otras con el cristianismo, de estas últimas algunas son afines al catolicismo, mientras que otras lo son al protestantismo; pero, siempre que cada persona sea honesta y sincera, la religión que cada uno profese no marca ninguna diferencia. Es inevitable que en este tipo de ambiente las lealtades comunitarias se debiliten y sean reemplazadas por un énfasis en la libertad, autonomía y autenticidad personales. La opinión de que las comunidades tienen el derecho a insistir en estándares de creencia y práctica como condición para la pertenencia es vista como una injerencia intolerable en la libertad de cada uno. Esta reacción se ve intensificada por la creciente contradicción entre los contenidos tradicionales y los valores predominantes en el conjunto de la sociedad, tal y como son transmitidos por la educación, los medios de comunicación y las relaciones personales. Las simples palabras “doctrina” y “dogma” suenan a gueto y da la impresión de que tomárselas en serio es aislarse del amplio mundo. Una manera de escapar de este dilema es sostener que las (desde una perspectiva moderna) absurdas doctrinas del pasado nunca fueron importantes por sí mismas, sino únicamente simbolizaciones para expresar experiencias y orientaciones más profundas, que deberían ser hoy articuladas de un modo diferente, más contemporáneo (149). En este sentido, un enfoque experiencial-expresivista de la religión puede ser fácilmente, aunque no necesariamente, utilizado para legitimar el privatismo y el subjetivismo religiosos que son alimentados por la presión social actual. Cuando esto ocurre, se tiende a echar indiscriminadamente todas las doctrinas históricas al montón de chatarra de las supersticiones desfasadas. Como sostenían algunos teólogos de la “muerte de Dios” de los años 60, el propio Dios se convierte en un elemento desechable incluso entre aquellos que continúan considerándose a sí mismos como cristianos. Este último extremo, en particular, ha perdido popularidad, pero la acomodación a la cultura que manifiesta continúa siendo influyente en el pensamiento religioso actual; aunque ahora, en parte por la influencia de nuevos mensajes venidos de oriente, esta acomodación tiende a ser más prorreligiosa y menos secular que hace una década o dos.



 



George Lindbeck.

El impulso para acomodarse puede ser explicado, en parte, reconociendo que la tendencia antidoctrinal contemporánea y la adhesión a las iglesias particulares y a sus doctrinas propias del pasado son, en la misma medida, el producto de procesos sociales. Más aún, el privatismo y el subjetivismo que van unidos al rechazo de las doctrinas comunitarias desemboca en un debilitamiento de los grupos sociales (Gemeinschaften), que constituyen los principales baluartes contra el caos y contra los esfuerzos totalitarios por controlar el caos. En otras palabras, se podría argüir, como hacen algunos de los fundadores más agnósticos de la república americana, que una sociedad abierta necesita comunidades religiosas comprometidas doctrinalmente para inculcar los absolutos morales y de creencias necesarios para mantener su carácter abierto. Sin embargo, cuando el espíritu de la época (Zeitgeist) es tan desfavorable como el que hay ahora, lo normal es que solamente unos pocos intelectuales se vean influenciados por tales absolutos. Se necesitan otras iniciativas para convencer a un número mayor de la importancia de la doctrina.



Bien pudiera suceder que sea necesaria alguna medida del tipo de lo que en otras ocasiones he denominado “sectarismo sociológico” (150). Da la impresión de que las colectividades religiosas que quieran mantener creencias fuertemente alejadas de las más comunes en un entorno tan inhóspito deben desarrollar grupos estrechamente unidos, capaces de proporcionar las “estructuras de plausibilidad” psicosociales (como Peter Berger las denomina) necesarias para sostener una fe extranjera. Estos grupos no necesitan recluirse en guetos sociológicos del estilo de los Amish o los Judíos jasídicos, sino que pueden, más bien, formar células como las del movimiento cristiano primitivo (o las del más reciente movimiento comunista internacional), o bien desarrollar ecclesiolae in ecclesia (pequeñas iglesias dentro de la iglesia) similares a las del monaquismo, el pietismo primitivo o una parte del movimiento carismático contemporáneo.



 



Portada del libro.

Superar la actual aversión a los patrones doctrinales y recuperar la preocupación por la doctrina correcta depende mucho más de los desarrollos sociales y eclesiales que de la solución de las cuestiones teóricas de las que se ocupa este libro, pero la teoría no deja de tener un papel que jugar. Las dificultades conceptuales implicadas en las nociones proposicionales tradicionales de la enseñanza magisterial han contribuido a desacreditar la empresa doctrinal en su conjunto. En la práctica, han ayudado a legitimar rigideces innecesarias y contraproducentes porque, en primer lugar, el proposicionalismo hace difícil comprender cómo pueden desarrollarse nuevas doctrinas en el curso del tiempo (151), y cómo las antiguas pueden olvidarse o convertirse en periféricas (152). […]



 



(148). Este párrafo vuelve, desde una perspectiva algo diferente, sobre cosas ya dichas más arriba en la sección II del capítulo 1.



(149). Gregory Baum, Faith and Doctrine. A contemporary View (Nueva York: Paulist Press, 1969), es un ejemplo católico; pero Baum, como podríamos esperar de un teólogo, no extrae las consecuencias populares enumeradas aquí.



(150). Sobre la argumentación de ese párrafo, véanse mis artículos citados más arriba en la nota 78 del capítulo 1. Volveré a esta cuestión en la última sección del último capítulo.



(151). La resistencia tanto de protestantes como de católicos a la noción de desarrollo doctrinal está bien descrita en Owen Chadwick, From Bossuet to Newman: The Idea of Doctrinal Development (Cambridge: Cambridge University Press, 1957).



(152). Sobre la noción de doctrina olvidada, véase Karl Rahner, “Verdades olvidadas sobre el sacramento de la Penitencia”, Escritos de teología, Vol. 2 (Madrid: Taurus, 1963), pp. 141-180.


 

 


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