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Antonio Cruz
 

Los cedros del Líbano y su simbolismo en la Biblia

Los cedros del Líbano pertenecen a la familia de las Pináceas y, tal como su nombre indica, son propios de los montes del Líbano, Siria y el Sureste de Turquía.

ZOé AUTOR Antonio Cruz 14 DE MARZO DE 2019 18:00 h
Las hojas del cedro del Líbano (Cedrus libani) crecen juntas, sobre brotes del segundo año, en ramilletes constituidos por 10 a 20 hojas de hasta 3 cm de longitud. / Foto: Antonio Cruz

En ocasiones, una misma palabra sirve para referirse a cosas muy diferentes. A tales palabras suele denominárselas polisémicas. Por ejemplo, el término “barra” en España es polisémico porque puede significar varias cosas distintas: una pieza de pan, una palanca de acero o bien el mostrador de un bar, entre otras.



Pues bien, este es también el caso de la especie arbórea conocida con el nombre vulgar de “cedro”, ya que suelen denominarse así ciertos vegetales pertenecientes a géneros tan diferentes como el cedro del Líbano (Cedrus libani); el cedro de Canarias (Juniperus cedrus), que es en realidad un enebro; el cedro de San Juan (Cupressus lusitánica), que es un ciprés de México y Centroamérica y, en fin, el cedro blanco (Thuja occidentalis), que tampoco es un cedro sino una tuya de Canadá.



 



Foto: Antonio Cruz.

Pues bien, algo parecido a lo que ocurre actualmente con este término polisémico en español, se dio también con la palabra hebrea correspondiente. En la Biblia se cita el cedro unas 70 veces, pero el concepto érez, אֶרֶז, que se tradujo en la Septuaginta por kedros, κέδρος, se empleó para referirse a árboles muy diferentes: la madera de la sabina negral (Juniperus phoenicea), o quizás del oxicedro (Juniperus oxycedrus), era quemada en ciertas ceremonias religiosas de purificación (Lv. 14:4-6, 49-52; Nm. 19:6); en cambio, la expresión “como cedros junto a las aguas” (Nm. 24:6) parece referirse más bien al cedro del Líbano (Cedrus libani), por comparación con Ez. 31:7, y así debe entenderse en la mayoría de los pasajes bíblicos ya que este vegetal se consideraba como “el príncipe de los árboles” por su altura y majestuosidad (Is. 2:13; Ez. 31: 3-8; Am. 2:9). El cedro del Líbano es muy citado en el Antiguo Testamento ya que simbolizaba a los poderosos imperios orientales (Ez. 31: 3-18); de su madera se fabricaban vigas y mástiles para las embarcaciones (Ez. 27: 5), así como artesonados, figuras e ídolos para los templos y palacios (1 R. 6:9, 18; Is. 44: 14-15) ya que era muy consistente y duradera; la fragancia de la resina que exudaba era tenida en alta estima (Cnt. 4:11; Os. 14:7). Por todo esto, se consideraba que era un árbol noble y los poderosos lo empleaban en sus edificaciones.



Para los sumerios del sur de Mesopotamia, el cedro constituía el mismísimo árbol del mundo. Creían que en tales árboles vivía el dios Ea, el principal del panteón sumerio que encarnaba la sabiduría y había creado a la raza humana. Los caldeos también veneraron al cedro y usaron sus ramas en rituales mágicos que supuestamente devolvían la salud a los enfermos. La epopeya mesopotámica de Gilgamesh se refiere asimismo a los cedros y explica que dicho personaje destruyó un bosque entero de este singular árbol en busca de madera, hallando así su propia destrucción física y espiritual.[1] Tal era el aprecio que estas primitivas culturas tenían por el cedro. No les pasó desapercibido que se trataba de un árbol vigoroso y longevo cuya brillante madera, al envejecer, adquiría la dureza de las piedras y ni la carcoma la podía atacar, debido a ciertas sustancias amargas que la caracterizan. Esto hace que ahuyente a todo tipo de orugas e insectos adultos. De ahí que, entre las ruinas de sus ciudades milenarias, se hayan encontrado restos de madera de cedro.



 



Las piñas o conos del cedro del Líbano tienen forma de barril, miden unos 8 cm, son de color verde gris al principio y después, al madurar, se tornan parduzcas. / Foto: Antonio Cruz



Ahora bien, los verdaderos cedros constituyen un grupo de sólo cuatro especies estrechamente emparentadas que habitan las regiones comprendidas entre el Mediterráneo y el Himalaya. Se trata del mencionado cedro del Líbano (Cedrus libani), el cedro del Atlas (Cedrus atlántica), el cedro del Himalaya (Cedrus deodara) y el cedro de Chipre (Cedrus brevifolia). Aunque esta clasificación taxonómica es objeto de discusión ya que algunos botánicos consideran que la especie de Chipre es una subespecie del cedro del Líbano, mientras que otros opinan que también el cedro del Atlas sería en realidad otra subespecie del cedro del Líbano. Por lo que podría ser que en vez de cuatro especies de cedros solamente hubiera dos. Sea como fuere, los cedros son las únicas coníferas perennes que presentan las hojas unidas sobre los brotes del segundo año.



 



Detalle de una piña o cono del cedro del Líbano en el que se evidencia su característica forma de barril. / Foto: Antonio Cruz



Los cedros del Líbano pertenecen a la familia de las Pináceas y, tal como su nombre indica, son propios de los montes del Líbano, Siria y el SE de Turquía. Aunque hoy han sido introducidos por el hombre en parques y jardines de las grandes ciudades del mundo. La corteza del tronco es gris oscura y lisa pero poco a poco se va tornando pardusca, al adquirir una reticulación de pequeñas fisuras. La copa suele ser desmedrada y cónica al principio pero, después,  se despliega hasta que el tronco soporta muchas ramas enormes desde su parte más baja, que se arquean hacia arriba para descender después hasta cerca del suelo. La parte superior del tronco se divide en varios brazos verticales, que soportan al final ramas horizontales, desplegadas en capas planas y extensas. Los árboles viejos pueden sufrir muchas roturas producidas por el peso de la nieve húmeda y el viento.



 



Sabina negral (Juniperus phoenicea), imagen tomada en el Jardín Botánico de la Universidad Hebrea de Jerusalén. / Foto: Antonio Cruz



Las hojas son delgadas, verde azuladas, ligeramente curvadas hacia afuera y reunidas en ramilletes (verticilos) que presentan entre 10 y 20 hojas de hasta 3 cm de longitud. Las piñas o conos tienen forma de barril, miden unos 8 cm, son de color verde gris al principio y después, al madurar, se tornan parduzcas. El crecimiento de los cedros es lento y pueden llegar a vivir más de 2000 años. De su madera se ha beneficiado mucho el ser humano, incluso se la ha usado para fabricar lápices. Hay una marca de colores que se llama precisamente así, “Cedro”. El cedro del Líbano es el árbol emblemático de dicho país y también de Pakistán.



Habitualmente, la copa del cedro del Líbano suele ser desmedrada y cónica al principio, cuando crece en lugares aislados, pero después se despliega hasta que el tronco soporta muchas ramas enormes desde su parte más baja, que se arquean hacia arriba para descender después hasta cerca del suelo. Sin embargo, cuando se le planta entre otros árboles elevados, crece verticalmente como este ejemplar de la imagen, de 108 años de edad, una altura de 45 metros y un diámetro del tronco de 105 cm.



 



La sabina negral (Juniperus phoenicea), como la de la imagen, tenía un porte arbóreo y su madera era quemada en ciertas ceremonias religiosas de purificación. / Foto: Antonio Cruz



Las piñas o conos del cedro del Líbano tienen forma de barril, miden unos 8 cm, son de color verde gris al principio y después, al madurar, se tornan parduzcas.



El texto del Salmo 80 (8-13) que figura al principio es una metáfora que todo israelita entendía muy bien. La vid que vino de Egipto simbolizaba el éxodo del pueblo de Israel. Dios lo plantó en Canaán, la tierra prometida, como si fuera una auténtica vid. De hecho, esta planta representa frecuentemente a Israel en el Antiguo Testamento (Gn. 49-22 ss; Os. 10:1; Jer. 2:21; Is. 5). El pueblo elegido prosperó, extendió sus fronteras y llegó a ocupar un lugar privilegiado entre las naciones de la época, sobre todo en tiempos de Salomón. Sin embargo, los vallados de tal viña se rompieron, de tal manera que todos los que pasaban cerca podían robar sus frutos e incluso los animales salvajes destruían las vides. ¿Por qué ocurrió esto? Fue el resultado de la apostasía de Israel, al abandonar a Dios e irse tras ídolos fabricados por los hombres. Ocurrió precisamente lo que advirtió el profeta Isaías (5: 5-7):



Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor.



Cuando se le da la espalda a Dios, las consecuencias negativas no tardan en aparecer. Afortunadamente, Jesús aparece en el Nuevo Testamento como la vid verdadera. La única capaz de poner al ser humano arrepentido en paz con el Creador.


 

 


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