¿Qué has comido en lo que va de día? A lo mejor has tomado un café nicaragüense o un té indio, copos de maíz de Estados Unidos, tomates españoles, patatas egipcias y judías de Kenia.
Un fragmento de “Una vida justa y sencilla. La fe y la comunidad en una era de consumismo”, de Ruth Valerio (2018, Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí.
Dedica unos instantes a pensar en los países con los que has estado en contacto el día de hoy. Echa un vistazo a las prendas que llevas puestas: ¿de dónde proceden? Quizá lleves unos tejanos de Marruecos o un top de Pakistán.
¿Y qué hay de lo que has comido en lo que va de día? A lo mejor has tomado un café nicaragüense o un té indio, copos de maíz de Estados Unidos, tomates españoles, patatas egipcias y judías de Kenia (aunque seguramente no iba todo en el mismo plato). Echa un vistazo a tu alrededor: puede que tengas una alfombra australiana y tus muebles sean escandinavos. Y, además, ¿con qué (espero) te has aseado hoy? Quizá tu jabón sea alemán, tu limpiador facial francés y tu desodorante irlandés.
Ahora piensa en las personas con las que te has relacionado. Si has consultado las redes sociales, es probable que hayas visto posts o tuits de personas de todo el mundo.
Una vez empiezas a pensar así, te das cuenta de que a lo largo del día puede que tengamos contacto con diez… veinte… treinta países. Por supuesto, el comercio internacional siempre ha estado ahí, pero la velocidad a la que se produce ahora y el tremendo número de países con los que contactamos todos los días carecen de todo precedente, y suponen un contraste radical con la vida en los siglos XVI y XVII, cuando muchas personas apenas se alejaban de sus casas más de 30 km.
De lo que estamos hablando es de la globalización, un término que “condensa nuestra historia contemporánea más reciente”. Puede que “globalización” parezca una palabra grandilocuente que tiene poco que ver con la vida que llevamos, pero en realidad constituye el marco dentro del cual todos vivimos, y tiene una importancia particular para los que queremos saber cómo servir bien a Jesús en un mundo lleno de desigualdades y sufrimientos medioambientales.
La globalización es un concepto muy debatido, pero en su mínima expresión describe (como ilustramos antes) el modo en que nuestro mundo está cada vez más interconectado. Es un proceso que ha estado acelerando su ritmo desde el principio de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, y que nos ha trasladado desde un mundo que era exclusivamente nacional y trasnacional, en el que los actores principales eran aquellos que existían dentro de fronteras nacionales (es decir, los gobiernos nacionales), a un mundo que es global, en el que los actores atados a una nacionalidad se codean en el escenario con aquellos que operan a través de las fronteras nacionales (cuyos intereses no se ven limitados por ellas), como las corporaciones mercantiles, las ONG (organizaciones no gubernamentales) internacionales, y las instituciones como el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el Banco Mundial.
Hemos de admitir que hay un debate constante sobre la globalización. Para algunos (a los que podríamos llamar hiperglobalizadores), todo el mundo se está globalizando y homogeneizando, lo nacional queda totalmente supeditado a lo global, y la economía se unifica en un sistema global. Otros cuestionan si realmente existe la globalización, y señalan al aumento del fundamentalismo y al interés por las identidades nacionales. El movimiento del Slow Food, por ejemplo, fue una reacción clásica contra lo que se consideraba la macdonaldización de los alimentos por todo el mundo, con el deseo de reafirmar la importancia de la dieta local, regional. Algunos se preguntaban si los sucesos de los ataques terroristas del 11-S y la crisis económica de 2008, junto con la recesión, pondrían punto final a la globalización. Mientras los ataques terroristas pusieron de manifiesto la falta de homogeneidad en este mundo y el choque cultural existentes, la crisis económica reveló la vulnerabilidad de un sistema económico globalizado, y animó potencialmente a las naciones a separarse y encerrarse en sí mismas.
Sin embargo, cuando contamos los países con los que estamos en contacto solo en un día (o incluso en un solo almuerzo), parece que, aunque los sucesos como el 11-S y la recesión introdujeron nuevas dinámicas, la globalización goza de buena salud, aunque sin duda su naturaleza es fluida y cambiante.
Bajo su forma actual, la globalización es un fenómeno que permite una amplia gama de enfoques, y que se interpreta de muchas maneras distintas, como reflejo de redes relacionales muy distintas. Nunca deja de evolucionar, y es muy difícil de definir.
En muchos sentidos vivimos en una de las sociedades más seguras, prósperas y cómodas de la historia. Sin embargo, siempre estamos asustados de lo que podría sucedernos: la economía se puede hundir; los inmigrantes pueden adueñarse de “nuestros trabajos”; nuestra pareja nos puede abandonar si encuentra alguien más atractivo; nuestros hijos pueden padecer bullying cibernético; puede que a nuestros padres los traten mal en la residencia de la tercera edad, es posible que esa pequeña rotura que produjo en nuestro parabrisas una piedrecita que salió disparada consiga que todo el parabrisas se haga añicos... y así sucesivamente. Hoy día “el insomnio del domingo por la noche” es un problema reconocible para muchas personas: es la noche que dormimos peor, porque nos preocupa lo que pueda traer consigo la semana, gracias a esos jefes tan poco razonables y a esas fechas tope tan ajustadas.
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