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Ester Martínez y Cesca Planagumà
 

Desde que soy abuela, ya no me pinto los labios, de Ester Martínez y Cesca Planagumà

Cuando nos estrenamos como abuelos, hacemos una regresión a nuestra infancia. Como he dicho antes, revivimos momentos muy especiales con nuestros propios abuelos y nos damos cuenta de la trascendencia de este nuevo rol.

FRAGMENTOS 05 DE ENERO DE 2017 18:55 h
andamio, ester martínez, planagumà Portada del libro.

Un fragmento de "Desde que soy abuela, ya no me pinto los labios. Una guía para los abuelos de hoy", de Ester Martínez y Cesca Planagumà (2016, Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí



 



“Desde mi diván”: Ester Martínez Vera



La relación con nuestros nietos, como veremos en este libro, merece ser vivida en profundidad y sabemos que todo lo que merece ser vivido requiere tiempo.



Desde las primeras páginas de esta sencilla obra queremos lanzar ya un grito pidiendo reflexión y toma de decisiones en cuanto a lo que hacemos con los años que nos quedan. Si actuamos de forma apresurada, no lograremos establecer un verdadero contacto ni con nosotros mismos ni con nuestros nietos ni con nadie.



Como veremos, en las páginas que seguirán, los abuelos son personas muy importantes en la vida de los nietos y, también, son figuras de apego que pueden suplir, en distintos momentos, a los padres cuando estos no pueden estar presentes por cualquier causa.



Pienso que los niños, sobre todo si aún son pequeños, necesitan el calor de padres y abuelos que les quieran y les cuiden. Si los padres trabajan y no pueden atenderlos, y los abuelos se hallan con fuerzas y quieren hacerlo, es mucho mejor para los nietos estar con ellos que en el mejor de los centros de educación infantil.



 



Ester Martínez.

Ya llegará el momento cuando los niños necesitarán relacionarse con sus iguales y pasar tiempo en la escuela, pero de muy pequeños la elección, para mí es clara. (…)



Ese reloj que marca las horas, de forma tan rápida y acelerada, nos hace parar y pensar que muchos abuelos estamos tan ocupados que, a veces, tenemos la sensación de contar con mucho menos tiempo que años atrás; quizás porque aún no nos hemos jubilado y ya somos abuelos, o porque hemos añadido demasiadas cosas, que pensamos que podemos hacer ahora, cuando ya no “trabajamos” (lo tendría que poner entre muchas comillas).



Y aunque está muy bien tener una vida ocupada y, de hecho, en otros capítulos reivindicamos el promover y vivir una vejez activa, hemos de cuidar mucho el factor tiempo.



No es bueno llegar a ser abuelos con la sensación de no tener tiempo para nada. Esa sensación va a ahogar a la persona y hacer que se sienta muy mal, estresada, ansiosa y deprimida y lo peor es que ¡los demás lo van a notar!



Por tanto, sugiero que, a estas alturas de la vida, aprendamos a decir “no” cuando de verdad no queramos hacer algo o ir a algún lugar... Recuerda que ¡el “sí” puede darte cierto éxito en las relaciones, pero el “no” te dará́ salud e intensidad en esas mismas relaciones!



El tiempo, ese bien tan escaso en nuestros días, tenemos que recuperarlo en proporción inversa a cómo van pasando los años. ¡Ya no nos toca vivir con tanto estrés! (…)



¡Aprovecha ya este momento! ¡Toma decisiones! Recuerda que ser abuelo/a no es el final de tus días, es quizás el principio de algo maravilloso, que te llega sin esperarlo, que te “regalan” otros y, sobre todo, que puede tener consecuencias y efectos muy importantes en las vidas de unos seres a los que amas con toda tu alma y por los que darías la vida. (…)



Por todo lo dicho hasta aquí, por la importancia de esos seres inigualables que somos los abuelos, debemos aprender a “redimir” el tiempo.



Los abuelos quizás no estemos en disposición de dar dinero en grandes ni, muchas veces, tampoco en pequeñas cantidades. Las pensiones son escasas y actualmente nos parece que, incluso, peligran, pero sí debemos poder dar tiempo, en calidad y en cantidad, a esos niños preciosos que son nuestros nietos. (…)



Únete a mi oración en este día, pídele a Dios conmigo que nos dé la sabiduría para poder poner nuestras prioridades en orden, cumpliendo todos sus mandamientos (el de descansar también), rogándole que sepamos utilizar nuestro tiempo con cordura. Que nos guíe para ser abuelos que podamos invertir lo que tenemos, lo que somos y lo que sabemos, en la vida de nuestros nietos, mientras aún son receptivos y absorben como esponjas todo lo que les queremos transmitir.



Recordemos que los años de crianza son muy cortos. ¡No los perdamos!



 



“Desde mi butaca”: Cesca Planagumà



Es curioso que al detenerme y pensar en mis abuelos, un sinfín de sentimientos y recuerdos emergen del baúl de mi memoria y de mi historia. Ese baúl, sin ni siquiera darnos cuenta, nos persigue y nos llena de nostalgia y agradecimiento, y, a la vez, nos condiciona cuando nos llega el turno, a nosotros, de hacer de abuelos.



Tengo que confesar que he sido más consciente de mi papel de abuela que de mi papel de madre. Será porque los años vividos nos hacen más conscientes de las cosas y, también, porque la vida nos enseña a seleccionar lo que es realmente importante.



Esta sensación se puede dar, también, porque la maternidad nos atrapa en un momento en el que parece que, si te paras vas a perder el tren y tienes la sensación de no poder “permitirte” dejar de ser productiva y muy eficiente, lo cual nos roba el disfrutar, de manera relajada, esa relación, también única y maravillosa, de madre-hijos.



 



Cesca Planagumà.

Es cierto que, cuando somos padres entramos, sin matrícula previa, en la escuela de la renuncia, del amor desinteresado, del sacrificio, de la responsabilidad, de la generosidad, de la paciencia y un largo etcétera, pero, cuando somos abuelos, se le añade a todo esto un discernimiento más pausado, intenso y sin tantas prisas, que te hace generoso a la vez que aprendes mucho de estos seres diminutos que te han robado el corazón.



Este “perder el tiempo” con ellos, contarles tus historias, las historias de sus padres, cómo se hacían las cosas antes y disfrutar de esas miradas limpias y de complicidad que, tantas veces, te regalan sin pedirlo, nos llena de ternura y como diría Mary H. Waldrip: “los nietos son la recompensa de Dios por llegar a viejo” o el proverbio galés: “el amor perfecto, a veces, no viene hasta la llegada del primer nieto”, y también me sumo a lo que Lois Wise dijo: “¡Si hubiera sabido cuán maravilloso es tener nietos, los hubiera tenido antes!”.



Mi esposo tuvo una relación muy especial con su abuelo materno. Un hombre muy sencillo sin un estatus (ni económico ni cultural) según nuestra “brillante” sociedad, pero fue un hombre sabio que consiguió llevar a la práctica lo que sabía. Supo trasmitir sus convicciones, su fe, su integridad y su espíritu de servicio a los demás.



Curiosamente, en la mesita de noche de mi esposo, desde el día que nos casamos, y de esto ya hace 40 años, está el retrato de su abuelo. Un hombre que compartió con él largas conversaciones, que supo agacharse para hablarle, ensuciarse con tal de jugar con él y un hombre que no perdía oportunidad de hacer de él, su compañero de viaje.



Ahora bien, tengo que realizar aquí un inciso. Identificar el tiempo en el que me ha tocado ser abuela es crucial. Hay un abismo entre el papel del abuelo cuando yo era pequeña y el de ahora, como también lo hay entre el estilo de vida que los abuelos llevamos hoy (que no se distingue mucho de los que todavía no lo son), del estilo pausado de vida de nuestros abuelos.



También tenemos que añadir que no todos somos abuelos a la misma edad. Yo lo fui justo al cumplir mis 51 años, otros lo son antes, y otros mucho más tarde. Este hecho también hay que tenerlo en cuenta, porque tendrá necesariamente muchas repercusiones.



Cuando nos estrenamos como abuelos, hacemos una regresión a nuestra infancia. Como he dicho antes, revivimos momentos muy especiales con nuestros propios abuelos y nos damos cuenta de la trascendencia de este nuevo rol.


 

 


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