Habitualmente no se veían en la tesitura de necesitar la verdad ni el arrojo.
Érase que se era una comunidad compuesta por fanáticos y cobardes a partes iguales, que vivían en perfecta armonía.
En los momentos fáciles se ayudaban sin dificultad, pudiendo combinar muy bien sus dos identidades. Habitualmente no se veían en la tesitura de necesitar la verdad ni el arrojo.
Y cuando ocasionalmente afloraban ansias de verdad, éstas eran sofocadas por la prevalencia fanática. Igualmente cuando surgían situaciones en las que se requería valor, se optaba por opciones “pacíficas” que evitasen la división.
Los hijos de unos y otros se preferían. Se casaban entre ellos dando lugar a tiernas criaturas a imagen y semejanza de sus padres.
—Mi sobrinito tiene la misma estampa del cobarde de su padre— decía orgullosa la tía.
—Pues esa nariz no es otra que la del fanático de mi hijo— decía el abuelo.
La actividad más gratificante para todos consistía en retozar felices en parajes naturales. Eran ocasiones para el buen rollo, la concordia, el juego, el canto y cómo no, compartir los alimentos que preparaban con mucho esmero.
Antes de salir al campo, los cobardes examinaban minuciosamente las previsiones meteorológicas para no ser sorprendidos por la lluvia, nieve, granizo, escarcha, niebla… o cosas peores. Asimismo, los fanáticos, haciendo gala de su extremismo, tenían la osadía de salir al campo sin paraguas incluso cuando amenazaba lluvia, convencidos de que su fe despejaría las nubes del cielo.
Pero un día de aquellos que gozaban felices en el monte, ocurrió algo inesperado. A pesar que en el cielo lucía un espléndido sol, el más cobarde de los cobardes emitió un grito desgarrador: ¡¡Alarma!! ¡¡Vienen rayos!!
Los cobardes saltaron como una chispa y comenzaron a correr dispersados en todas direcciones por el monte. Los fanáticos consiguieron agruparlos y liderar la huida hacia lugares que ellos consideraban seguros. En esa carrera tumultuosa se sintieron como un cuerpo en perfecta simbiosis. Era emocionante ver cómo cada uno cumplía su misión. Los fanáticos a la cabeza guiando con fe ciega, seguidos de los espantados cobardes.
Realmente hermoso. Hombro con hombro. Ver aquel hermanamiento hacía vaticinar un futuro de fusión perpetua, de generaciones y generaciones. Los inconscientes retoños también se unieron felices a aquella carrera, tomándola como un juego.
Pero sucedió lo que nadie se imaginaba. Aquella masa de carne se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas. (Mateo 8:32).
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