Bowie se inclinó hacia un modo muy terrenal y teatral, grotowskiano y despojado del recurso de la máscara, casi diríamos primitivo, de entender y mostrarnos su periplo emocional y metafísico.
Lo que ha convertido a Bowie en figura cultural esencial ha sido su capacidad de transformarse en movimiento musical a lo largo de su carrera.
Por sí solo fue como todo el krautrock de Berlín y Düsseldorf juntos, y no podemos saber del todo quién absorbió a quién, si ese rock pesado que dio lugar a la música techno, o el amante del soul londinense que no se rendía a pesar de la multitud de problemas que daba el vivir en un mundo cambiante, viajando sin rumbo conocido, dentro del ojo del huracán de una civilización que gestaba una guerra enfriándose como las tartas de manzana de América en el quicio de la ventana, mientras los aliados se desquiciaban en el devenir de la era del progreso.
Un dato interesante aquí es que él nunca se rindió, fue como el vampiro al que interpretaría años después en El ansia: envejeciendo a cada minuto, ascendiendo escaleras aunque sus rodillas se rompan y su mandíbula se desencaje. Tuvo que sobrevivir a la llegada del punk en el oeste de Berlín mientras nacían nuevos focos de fuego e infección emprendidos por Klaus Schulze, Kraftwerk, Eno, Fripp, Iggy y por supuesto el propio Bowie; mientras tanto, trató de encontrarse a sí mismo para que su carrera y su ritmo de vida no sucumbiesen al incendio.
Cargó con el colonialismo rockero de los cincuenta en su periplo americano, con el despertar de los sesenta y la locura familiar; en lugar de invadir como buen británico, emprendió una huida a codazos y se anticipó a la vocación de crear himnos generacionales en los años posteriores a su paso por Berlín y justo hasta la caída del muro.
En los noventa, sin embargo, no recibió la atención de la crítica y el público que se rindió a su encanto en las dos décadas anteriores. Los movimientos y géneros musicales se construían, reconstruían y disolvían con demasiada facilidad, y las carreras tomaban una velocidad de crucero que no ha parado en la actualidad; los mitos de principios y mediados de los noventa caían por sus conflictos internos; los cambios tecnológicos siempre habían existido y adquirido un papel relevante en la industria musical, pero es desde entonces que tenemos la viva sensación de que la música gira en torno a los hábitos de un consumidor (incluso a un tipo de soporte y adquisición de discos) al que hay que complacer a toda costa.
En este entorno un tanto pesimista, Bowie se atrevió con el rock duro (su proyecto de banda Tin Machine), la electrónica (que veremos un poco más abajo), y hasta con el jazz (su último disco es la prueba).
Al mismo tiempo, su imagen se inclinó hacia un modo muy terrenal y teatral, grotowskiano y despojado del recurso de la máscara, casi diríamos primitivo, de entender y mostrarnos su periplo emocional y metafísico. El encuentro con Trent Reznor, el cerebro de esa máquina industrial llamada Nine Inch Nails, fue vital en ese sentido. También cabe destacar sus reencuentros con Lou Reed (para el disco The Raven), Eno y Mike Garson. Y el papel de mentor sobre Billy Corgan (Smashing Pumpkins), Brian Molko (Placebo), Dave Grohl (Foo Fighters), Neil Tennant (Pet Shop Boys), o incluso Lenny Kravitz. Si Bowie terminó el siglo XX buscando y reinventándose, abrió el XXI cuidando con mimo de su legado.
5. The Heart’s Filthy Lesson (Outside, 1995)
Esta canción acompaña los títulos de crédito finales de la película Seven, de David Fincher (los inconfundibles créditos de apertura son de Reznor). Además de encajar perfectamente con la trama, la imagen y el significado de la película, este poema sobre los engaños y las mugrientas lecciones del corazón humano nos golpea con un furioso impacto.
Si en la película el personaje de Kevin Spacey afirmaba con razón que nos hemos vuelto tolerantes con el pecado, en este tema se nos amplia que no es posible la detección del pecado desde nuestro punto de vista, dado que literalmente estamos sumergidos en él. La canción dice que esa verdad, esa lección del corazón, cae en oídos sordos (de ahí la confusión del narrador), y entre referencias a Dante deja espacio a una cierta fascinación que no nos costará reconocer: “¡Qué fantástico abismo mortal!”. El tema acaba con un shakespeariano “Tell the others” (cuéntalo a los demás).
6. Law (Earthlings on Fire) (Earthling, 1997)
Una de las cosas que más valor requieren de un creador, de cualquiera, es la capacidad de observar lo que está haciendo, y considerar si el resultado es bueno. Algo de eso contienen los discos Heathen (2002), Reality (2003), y por supuesto Earthling. Aunque pasamos por encima de ellos, son relevantes porque hasta este período el “mundo exterior”, o los acontecimientos personales de Bowie, influían en la composición de un modo emocional; sin embargo, aquí tenemos a un extraterrestre preocupado por cuestiones más mundanas, o más afectado por los aspectos globales.
Por ejemplo, Heathen fue un disco fuertemente condicionado por los hechos del 11 de septiembre; y la crudeza, espontaneidad de Reality (una especie de llamada de atención sobre la creciente abstracción del concepto de verdad) contrasta con ese canto al amor (abstracto) que es Black Tie White Noise (1992), donde vuelve a reivindicar el soul que no es de este mundo. Con Earthling hay un primer intento (el verdadero esfuerzo lo realizaría en 2013-2016) de mirar atrás sin ningún tipo de irritación, es una piedra pequeña pero muy importante para reconciliarse con su figura. De hecho, Bowie siempre comparó la experimentación de este álbum con Scary Monsters (1980) por su intensidad, y por su necesidad de exploración interior: Earthling fue una autoproducción, tarea que no había realizado desde Diamond Dogs (en 1974), y se ocupó personalmente de una gran variedad de instrumentos.
En el aspecto subjetivo del asunto, aparte de la intención de presentar un híbrido entre las sensibilidades americana y europea, existe un trasfondo común en todas las canciones que, en palabras de Bowie, “representa mi vacilación permanente entre el ateísmo y cierta clase de gnosticismo”, trazando un movimiento pendular entre uno y otro, buscando un conocimiento para negarlo después, como si con esa metodología pudiera tamizar la verdad que cree encontrar en las religiones con las que no desea establecer un vínculo. Por otra parte, también está presente el uso de la negación como forma de autodeterminación: “No quiero conocimientos -empieza esta canción-, quiero certeza”. Esta ansia de certezas está muy enraizada en su obra, pues entre otras causas, la enfermedad mental predominante en la familia ataca principalmente a la seguridad sobre lo visto (o experimentado) y lo creído. Bowie puso en duda las convenciones artísticas porque esa duda es el cristal desde el que se relacionó con la vida.
7. Lazarus (Blackstar, 2016)
David Bowie nunca se fue. Es lo que muchos de sus seguidores dirán, y lo cierto es que demostró en varias ocasiones que tenía una habilidad enorme para sorprendernos. Cuando lanzó The Next Day en 2013 produjo una conmoción en el mundo de la música con algo tan sencillo como sacar un disco por sorpresa, el primero en diez años de un relativo silencio en el que reeditó discos esenciales y durante el que gran parte de la crítica daba su futuro por amortizado. Saltándonos el detalle sin importancia de que nunca había anunciado una retirada de la profesión, reaccionamos con asombro a su reaparición con un disco de estudio, como si se tratara de una resurrección, cumplida al día siguiente de terminar su etapa en Berlín.
La resurrección es un tema recurrente en la obra de Bowie, por cierto, y por eso parece incluso normal la alusión al personaje de Lázaro, a quien Jesús resucitó. Simultáneamente, nos sorprende y conmueve la manera del artista de exponerse al público, convirtiendo su propia muerte, en palabras de su productor Tony Visconti, “en una forma de arte”. En efecto, los videoclips promocionales de su último disco son parecidos en concepto: Bowie en sus últimos momentos, se eleva hacia el cielo y una mano tira de él. La despedida nos muestra a un David Robert Jones rejuvenecido que no se cansa jamás de bailar.
Si Bowie consiguió que su tornado creativo y vital tocara tierra para cambiar el paisaje, sin ver mermada la fuerza destructiva sobre su público, es algo que no podemos desentrañar aquí. Hemos tratado de hacer un humilde viaje al ojo de un huracán cuyo color de imagen televisiva sigue girando, ofreciendo múltiples posibilidades para recorrer la reflexión espiritual de un artista verdaderamente único e irrepetible.
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