Venía a hablar de la definición, los límites y hasta la etiología del llamado “arte cristiano”. ¿Por qué? bueno, es un asunto que hemos estado discutiendo hasta altas horas de la madrugada los cuatro redactores de la sección.
He decidido escribir un artículo ligerito y veraniego sobre nada en particular. Hay decisiones que es mejor abandonar en una gasolinera, como deberían hacer algunos perros con sus dueños en verano.
Lo cierto es que seguir adelante con cierto tipo de propósitos puede ocasionar algún conflicto. En estos casos el protagonista de “Baterbly, el escribiente” musitaría su archifamoso “preferiría no hacerlo”, que llegaría a dar nombre a secciones de revistas digitales que nos abstendremos de calificar (la sección: la revista es una gozada). Estoy ahora en ese punto donde, si aún no te has perdido, muy poco falta.
En realidad venía a hablar de la definición, los límites y hasta la etiología del llamado “arte cristiano”. ¿Por qué? bueno, es un asunto que hemos estado discutiendo hasta altas horas de la madrugada los cuatro redactores de la sección aludida más arriba. Sí, esta en la que se encuentra usted encallado.
Nos pusimos de acuerdo en lo de la definición y los límites. En cuanto a la etiología, lo dejamos porque nadie quiso levantarse a coger un diccionario.
Comenzamos por una premisa básica: lo que haga un artista cristiano se convierte en arte cristiano. A ver, no hablamos de freir un huevo o colgar un cuadro. Lo explico prolijamente porque así es como razonamos la gente de esta sección. Quizá de otra impresión, pero somos de “la m con la a, ma...” y así todo.
Tras llegar a este enunciado esencial, el agotamiento hizo mella en nosotros y nos servimos un refresco o un café y nos pusimos a hablar de cosas de esas que hablan los redactores de secciones como esta (reiteramos nuestra negativa a calificarla).
Hablamos de lo bien que le vienen a los cultos dominicales las ideas que ayudan a desencorsetarlos. Este sesgo de la conversación hacia la ortopedia surgió por un comentario de Jordi sobre una costumbre que tienen en su iglesia. Parece ser que al final del servicio dominical tienen un tiempo al que denominan postludio (hubo un interludio en la conversación para acreditar el pedigrí semántico del término), en el que el pianista interpreta temas “frívolos” como la sintonía de “Verano azul” o la música del tema pop “Crazy” antes de que se abran las puertas y algunos de los congregados huyan despavoridos e indignados. Vamos, como cuando en las discos ponían “Tengo una vaca lechera” para disuadir a los presentes de permanecer en el local por más tiempo.
Nos pareció a todos una idea estupenda, por muchas razones. Por ejemplo, es algo que de pronto nos humaniza. Ayuda a desprendernos el hálito sobrenatural que nos cubrió irremisiblemente mientras cantábamos que queríamos “ensalzar al Señor sobre los cielos” (yo he coreado esa frase millones de veces, aunque confieso que ponía la mente en blanco mientras lo hacía).
Ese postludio sirve así de transición entre una actividad “religiosa”, en el mejor sentido del término por favor, y la caña de cerveza que nos vamos a tomar en el bar de enfrente con nuestra pandi de la iglesia.
Hablamos de la irrefrenable tendencia a convertir el culto dominical en una sucesión de partes con su tiempo tasado y que atravesamos como quien recorre su casa de cabo a rabo, cerrando las puertas tras franquearlas hasta llegar a la que da a la calle. El versículo que dice “Hágase todo decentemente y con orden” no convierte en sinónimos a ambos conceptos. Pareciera que hemos entendido “rutinariamente y con orden”.
Ya se habrán dado cuenta de que en "Preferiría..." somos mucho de filosofar, aunque esto no signifique necesariamente que tanta filosofía nos vaya a llevar a alguna parte. En realidad eso no importa tanto como pasar el rato.
Ahora llega el momento crucial de todo artículo, al menos de todo artículo de esta índole. Ese punto en el qué te diriges a ti mismo esta pregunta: ¿pero qué rayos estás diciendo? Ahí es cuando tienes que renovar el compromiso con la decisión inicial de escribirlo o tomar un desvío para dejarlo en el primer vertedero que aparezca, que suele ser la papelera del escritorio (este sintagma acabo de ver que vale para el mundo analógico y para el digital. Mira tú.)
Hay otra opción, evidentemente. Se trata de aplicar la eutanasia sin mediar consideración ética alguna. O, si quieren, de conducir hasta salirse del arcén y aparcar el vehículo, aunque sea de cualquier manera.
Sigan disfrutando del calor, o de lo que toque.
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