El desconocimiento filosófico de los reformadores no fue obstáculo para influir, a contracorriente de sus intenciones originales, en espacios intelectuales que no imaginaron, al grado “que puede considerarse como obra de la Reforma todo lo sucedido en la cultura europea de los siglos posteriores, en el sentido de que no podemos representárnoslo sin ella”.
La fe —de acuerdo con la idea de Lutero y con el ejemplo de Abraham— no es una convicción sino la completa transformación del hombre interior; el asentimiento a lo absurdo, al escándalo, a lo imposible; trascender todo lo expresable como algo dirigido por igual a todos los hombres, a la comunidad; la superación de la razón y la suspensión de la ley moral. Vivir en la fe significa rescatar la plenitud de la subjetividad, cuya única referencia es la referencia a la subjetividad divina.[1]
L. Kolakowski
El polaco Leszek Kolakowski (1927-2009) fue uno de los grandes filósofos del siglo XX. De formación católica y ejerció como profesor de Historia de la Filosofía Moderna en Varsovia, hasta su destitución en 1968, y más tarde lo hizo en Montreal, Berkeley y Oxford. Autor de una buena cantidad de obras, varias de ellas traducidas al castellano, entre su producción destacan: Cristianos sin iglesia (Taurus, 1982), La presencia del mito (Buenos Aires, Amorrortu, 1972), Si Dios no existe: Sobre Dios, el diablo, el pecado y otras preocupaciones de la llamada filosofía de la religión (Tecnos, 1982), La modernidad siempre a prueba (México, Vuelta, 1990) y Dios no nos debe nada: un breve comentario sobre la religión de Pascal y el espíritu del jansenismo (Herder, 1996). Participó, además, en el polémico coloquio La experiencia de la libertad, organizado en México por Octavio Paz en 1991. Uno de sus trabajos más difundidos es Las grandes corrientes del marxismo (3 vols. Madrid, Alianza Editorial, 1980), fruto de su evolución hacia un compromiso intelectual en contra de los totalitarismos.[2]
Como se puede apreciar en los títulos mencionados, se ocupó de la religión con particular atención desde una perspectiva sumamente crítica, como ejemplo de la cual puede citarse la valoración que hizo de las teologías de liberación. En un artículo publicado por la revista Vuelta, fundada y dirigida por Paz, las atacó señalando su debilidad en el sentido de que ideologizaban demasiado la fe. Otro de ellos, “¿Es feliz Dios?”, plantea una serie de preguntas sumamente desusadas en los círculos teológicos:
La pregunta no es absurda. Nuestro parecer convencional sobre la felicidad es la de un estado emocional de la mente. Pero ¿es Dios sujeto de emociones? Ciertamente, se nos dice que Dios ama a Sus criaturas, y el amor, al menos en el mundo humano, es una emoción. Pero el amor es fuente de felicidad cuando es correspondido, y el amor de Dios es correspondido, sin duda alguna, únicamente por algunas de sus criaturas: algunos no creen en su existencia, a otros no les importa si existe o no, y otros lo odian, acusándolo de indiferencia ante el dolor y la miseria humanos. Si Él no es indiferente, si, más bien, es sujeto de emociones como las nuestras, debe entonces vivir en un estado de tristeza constante al ser testigo del sufrimiento humano. No es su causante, y no los desea, pero es impotente ante todas las desdichas, horrores y atrocidades que la naturaleza ocasiona a las personas o que ellas se infligen entre sí.
Por otra parte, Dios es perfectamente inmutable, no puede perturbarse ante nuestro sufrimiento; debe, por lo tanto, ser indiferente. Pero si es indiferente, ¿cómo puede ser un padre amoroso? Y si no es inmutable, entonces participa de nuestro sufrimiento y se entristece. En cualquiera de los dos casos, Dios no es feliz en ningún sentido comprensible para nosotros.[3]
Vigencia y caducidad de las tradiciones cristianas, aparecido en Argentina en 1973, es la recopilación de ocho textos que tratan asuntos tan dispares, pero curiosamente afines, como Jesucristo como profeta y reformador, la trivialidad de Pascal, los símbolos religiosos y la cultura humanista o el Dios de Erasmo. El penúltimo de ellos, “El sentido filosófico de la Reforma”, es una fuerte crítica de las supuestas “debilidades” de la Reforma protestante en esa vertiente tan sensible que ha dado lugar a diversos acercamientos. Su postura, expresada con su muy peculiar estilo y rigor, apuesta por una dura revisión de las dificultades que enfrentaron los reformadores al momento de trasladar sus argumentos religiosos y doctrinales al plano del pensamiento.
Su perspectiva es inquietante pues, si bien no deja de reconocer amplios méritos espirituales a la lucha de Lutero, Zwinglio, Calvino y los demás pensadores y líderes, acota bastante sus alcances en cuanto a si llegó a ser o no una “revolución del pensamiento religioso”, sin dejar de encontrarle ventajas:
…la Reforma, en grado mayor que la llamada filosofía del Renacimiento, llegó a ser meramente eso: renacimiento (en el sentido etimológico de la palabra), que, en consecuencia, es imposible incluirla en la historia de la evolución de las ideas filosóficas; a lo sumo cabría investigar las funciones destructivas de la Reforma al quebrantar el monopolio de los dogmas romanos o al catalizar múltiples transformaciones sociales que al historiador de la filosofía sólo podrían interesarle “en su aspecto de acontecimientos”.[4]
Con todo, Kolakowski, mediante una fina disección de las aristas religioso-teológicas de la Reforma, encuentra en ella un “factor de seducción” que se aplicó con toda claridad en su época: apeló a un redescubrimiento de la subjetividad que el catolicismo tradicional había adocenado y abandonado en las laderas del libertinaje. Acepta, además, que la Reforma, al reciclar ciertas ideas de San Agustín, “creó, ya por ese solo hecho, una nueva e importante situación en la historia de la Iglesia y del Espíritu” (p.116). Señala que articuló “experiencias religiosas y, en consecuencia, también, ideas filosóficas que en su espíritu eran perfectamente ajenas o absolutamente opuestas a las intenciones de los reformadores” (p. 117). Este desconocimiento filosófico de los reformadores no fue obstáculo para influir, a contracorriente de sus intenciones originales, en espacios intelectuales que no imaginaron, al grado, agrega el filósofo polaco “que puede considerarse como obra de la Reforma todo lo sucedido en la cultura europea de los siglos posteriores, en el sentido de que no podemos representárnoslo sin ella”.
[1] L. Kolakowski, “El sentido filosófico de la Reforma”, en Vigencia y caducidad de las tradiciones cristianas. Trad. por R. Bilbao. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1973 (Biblioteca de filosofía, antropología y religión), p. 139.
[2] Cf. Enrique Krauze, “La noche del marxismo” (entrevista a L. Kolakowski), en Vuelta, núm. 101, abril de 1985, pp. 34-38, www.enriquekrauze.com.mx/joomla/images/ENSAYOS/Vuelta-Vol9_101_10NMxLKEKz.pdf
[3] L. Kolakowski, “¿Es feliz Dios?”, en Letras Libres, febrero de 2013, pp. 30-32, www.letraslibres.com/revista/convivio/es-feliz-dios?page=full.
[4] L. Kolakowski, “El sentido filosófico de la Reforma”, p. 114.
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