¿Contextualizar la fe, evangelizar la cultura, inculturar el Evangelio? ¿Buscar sendas autónomas? Antes de que en nuestras ciudades o nuestro mundo en general llegara el fenómeno de la secularización, las culturas se iban estructurando en torno a los valores religiosos del momento. Quizás primaban los contenidos de la fe y los del ámbito religioso sobre el cultural. Tanto la cultura como la fe, afectan a la vida global de los cristianos, pero, quizás, el fundamento último de todo era la propia creencia, la propia fe que acababa permeando las culturas.
La cultura reclama autonomía. Poco a poco, según avanzaba el fenómeno de la secularización, la cultura comenzó a reclamar su autonomía y a clamar por tener un valor en sí misma.
Parece que hoy es más difícil que nunca la evangelización de la cultura, pero también se hace más difícil la inculturación de la fe.
¿Debe encarnarse la fe en las culturas? La fe, basada en la revelación de Dios a través de su palabra, tiende a encarnarse en las culturas. No es una vivencia privada independiente de todo un contexto cultural. Las mediaciones culturales son necesarias para toda actividad humana y la fe o las creencias son profundamente humanas.
¿En qué cultura debe encarnarse la fe?
La fe no se identifica con ninguna cultura en particular, ni con la cultura del pueblo de Israel, ni con la cultura secular en la que nos movemos hoy. El mensaje central de la fe se va adaptando a las diferentes culturas, pero de una forma interesante: la fe es crítica tanto de las culturas como de los sistemas políticos.
La pregunta que puede surgir es cómo puede ir desempeñando el cristiano esa función crítica.
Las culturas autónomas con respecto a la fe pueden tratar muchos temas en contravalor con los valores bíblicos. Vemos como las culturas secularizadas van cambiando el tratamiento que se da a las riquezas, a la homosexualidad, a la situación de la mujer en el mundo y en la iglesia, a problemas éticos en torno al trabajo de las grandes multinacionales en el mundo pobre, el ver con indiferencia las desigualdades... pero también se ve como la independencia que reclaman las culturas afecta al campo de la medicina, de la enseñanza, de los problemas bioéticos como el de la eutanasia, el problema de las malformaciones y el aborto.
Falta la luz de la fe en muchas de las realizaciones culturales. Antes todas estas realidades se veían desde el prisma de la fe. Hoy, nuestra cultura reclama la independencia de todas estas áreas tan importantes. ¿Cómo podría iluminar la fe todas estas temáticas tan arraigadas en las culturas? Lo que está claro es que el cristianismo tiene que iluminar la cultura, el talante, las costumbres... No puede ser una simple opción más entre otras y que, además, se practique de forma privada dejando que la cultura camine en su total independencia.
Cultura y fe se puede dar en interdependencia contextualizando la fe. Todo tiene que guardar un equilibrio entre lo que sería la evangelización de las formas culturales, en su más amplio sentido, y la inculturación del Evangelio que no tiene que vivirse solamente desde unos valores culturales determinados, sean estos los del pueblo de Israel y del entorno bíblico, los grecolatinos o los de la cultura consumista en la que nos desenvolvemos.
El Evangelio tiene que influir sobre la cultura e iluminarla, al igual que la cultura debe de dar forma a la manera de vivir el Evangelio en un momento y lugar determinado. Hay que contextualizar la fe.
La gran ruptura y separación que en muchos contextos secularizados se da entre fe y cultura, es uno de los dramas propios de nuestro tiempo. Y es en este contexto en el que debemos vivir hoy el cristianismo.
A veces caemos en posicionamientos bruscos. Quisiéramos cambiar la situación y evangelizar la cultura a gritos puntuales que, muchas veces no encajan con la forma de vivir un cristianismo en compromiso, fermento activo de forma continua en la sociedad.
Hay a veces desde estas reflexiones, esfuerzos cristianos puntuales vanos. Muchos quisieran cambiar, quizás, la ley de matrimonios homosexuales saliendo en manifestación pública contra un legislador secular que tiene todo el derecho a legislar para las minorías. Otras veces
insultamos a los gobiernos de turno por su manera de legislar sobre ciertos temas. En otras ocasiones, las iglesias se dividen porque unas se acomodan mejor que otras a los patrones culturales del momento.
Todo es un proceso comprometido que se debe dar ininterrumpidamente en el tiempo. A veces, quisiéramos evangelizar de un plumazo tanto la cultura como las leyes... pero
es imposible. Quizás porque ya muchos años hemos vivido un cristianismo light, de puertas adentro y faltos de compromiso, y al gritar nuestro grito no es acogido por la sociedad ni puede impregnar o cambiar las culturas ni las estructuras sociales a las cuales hemos estado de espaldas.
Se necesitaría un compromiso diario para que nuestra voz tuviera credibilidad.
Un proceso de autonomía de la cultura ha abandonado, a través del tiempo, los fundamentos que tenía en los propios valores y contenidos de la fe y de las creencias. Ha sido un proceso largo que no se puede cambiar ni reconquistar con un momento de furia fundamentalista cristiana.
Se necesita compromiso, esfuerzo, constancia y función crítica de la fe. Hay que evangelizar la cultura, día tras día y momento tras momento, a través de vidas cambiadas que son el fermento que la cultura necesita para ir moldeándose y evangelizándose. Se necesita mucho compromiso para iluminar con la fe las realidades culturales y políticas. Se necesita mucho ejemplo de vidas dedicadas al servicio del concepto de projimidad,
se necesita una Iglesia fuera de los cuatro muros de los templos, se necesita una función crítica de la fe que se hace desde el amor y no desde el odio a lo que se comporta como autónomo con respecto a la fe o a los que piensan diferente o, simplemente, son diferentes como es el caso de los inmigrantes, los excluidos, los homosexuales, en algunos casos los gitanos u otros colectivos estigmatizados.
Se necesita un nuevo talante en el pueblo de Dios que les haga verdaderos discípulos de Jesús.
No se puede hacer una manipulación de la cultura o de la política para cambiarla de un plumazo. Se necesita mucha vivencia y convivencia en compromiso para ir evangelizando la cultura en servicio, compromiso y amor. Se necesitan muchos más cristianos que sigan el modelo de Jesús.
Debemos buscar menos comodidad y más compromiso. Una fe que se muestra impotente para implantar nuevos valores en la vida pública y ser un fermento que leuda toda la cultura, es porque no es una fe viva al estilo de esa fe que está continuamente actuando a través del amor y que ejerce su función crítica desde el compromiso.
No podemos criticar desde la vida cómoda, la indiferencia a los otros, la insolidaridad o el goce individualista e insolidario que proporciona muchas veces la religiosidad vana, ya que no la fe vivida en compromiso, amor y acción a favor de los hombres e intentando el acercamiento del Reino a los más débiles.
En la ruptura y divorcio de la fe y la cultura puede tener tanta culpa la forma de vivir la fe, como el deseo de ser independiente ya autónoma una cultura que cada día se seculariza más. Este divorcio es tan perjudicial para la fe como para la propia cultura que impregna tanto la política, como las leyes, el comercio, los movimientos de capitales, la medicina, la enseñanza y todas las actividades humanas. Señor, ayúdanos para saber situar nuestra fe en la palestra del mundo.
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