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El grito de Dios sobre La Tierra

Quizás si todos gritamos juntos contigo, conmovamos los cimientos de la injusticia en la tierra y se cumpla uno de los valores del Reino que irrumpe en nuestra historia con tu llegada al mundo. Que muchos últimos pasen a ser primeros.
DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro Fernández 21 DE ABRIL DE 2014 22:00 h

Escultura de Jesús crucificado / tequihua (Flickr CC BY SA 2.0)


El grito más impresionante de toda la historia de la humanidad. Sin duda. Si impresionante fue la pasión del Señor con todos sus detalles de corona de espinas, bofetadas, burlas, clavos que fradaban sus manos y sus pies, la lanza que traspasó su costado, más impresionante todavía fue el escuchar sobre la tierra el grito de Dios. Jesús gritando a gran voz.

El grito del Hijo de Dios, sí. Gritó hasta el máximo que le permitía su garganta seca en un momento en el que la tierra estaba llena de tinieblas que duraron desde la hora sexta hasta la hora novena, momento en el que Jesús gritó conmoviendo la tierra: “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?”. Tanto la tierra como los cielos se conmovieron.

Fue tan conmovedor y desconcertante su grito que en las diferentes traducciones de la Biblia se ha conservado en el idioma original como si esos sonidos del grito de Dios debieran permanecer para siempre tal y como sonaron. Traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La angustia y el abandono cubrían como con torrentes de aguas el cuerpo humano del Jesús divino.

Grito de Dios sobre la tierra. Tinieblas sobre el mundo. Jesús, el Hijo de Dios, abandonado del Padre. Vivió este abandono con angustia, con miedo, con horror, pavor terrible. ¿Qué te pasó, Jesús, cuando cargabas con el pecado de todos nosotros? Cargaste con nuestro abandono.

¡Grita, Jesús, grita! Atruena una vez más nuestros oídos. Nos resulta muy difícil comprender que el Padre te abandonara, que sintieras esa sensación de pavor que te hizo gritar a gran voz.

Tu alarido angustioso nos asusta. No me gustaría oír tu grito, Señor. Desde nuestras mentes finitas no es fácilmente comprensible. También nos deja en el misterio más profundo el hecho de que gritaras diciendo que no entendías el por qué de tu abandono. Queda todo en el misterio de los arcanos de los infinitos de Dios donde nuestra mente no llega a alcanzar. ¿Por qué, por qué? Gritabas como si de tus labios surgiera toda una explosión de sinsentido en busca de una respuesta que no te llegó. Para ti, Santo de los Santos, también se dio el silencio de Dios como sucede a veces con los impíos.

¿Por qué voceaste de angustia, Señor? ¿Por qué en este momento ya clavado en la cruz y a punto de morir. No gritaste cuando los duros clavos traspasaron tus manos, ni cuando tu costado recibió una lanzada que lo dejó abierto. Tus labios no se abrieron para dejar paso al grito de Dios, pero gritaste ante el abandono. Tristeza agria la del abandono.

¡Grita, Señor, grita! A nosotros nos recuerda el mundo con tantos abandonados hoy que no tienen la fuerza de lanzar un grito pavoroso que haga temblar a toda la tierra. Quizás no gritan porque saben que su grito tampoco va a obtener respuesta. Si tu grito, siendo el mismísimo Hijo de Dios e igual al Padre en deidad, nos deja en un misterio que no podemos desentrañar y que nos llena de una emoción santa, el grito mudo de los abandonados de la tierra nos impulsa a nosotros a lanzar a “voz en cuello” como le dijiste al profeta Isaías que gritara, un vocerío clamoroso en busca de justicia.

Dios gritó ante su abandono. ¿Y nosotros? ¿Estamos abandonados, Señor? A veces, todos tenemos nuestra experiencia de abandono, podemos escuchar el silencio de Dios ante nuestro grito, podemos buscar las causas clamando a gran voz: ¿Por qué, Señor? ¿Acaso es el silencio también una gran respuesta?

Tú no te callaste y llegaste a gritar. Déjanos gritar a nosotros también. ¡Cuánto misterio, Señor, para nuestras mentes tan limitadas y finitas! Si el silencio es respuesta, ¿es acaso también el grito a gran voz, casi inhumano y doloroso, la forma de ponerse en contacto con el silencio de un Dios que parece que calla?

Ante nuestro abandono, el abandono de tantos excluidos de la historia, calla si así lo quieres, Señor. Sabemos, Jesús, que no todo es tan fácil. No tenemos capacidad para analizar tu silencio que quisiéramos ver roto aunque tuviéramos que escuchar tu voz como de trueno, o que te aparecieras a nosotros como un gran relámpago o como a Job en medio de un fuerte torbellino. O quizás, Señor, tú nos estás hablando y nosotros somos los sordos y sólo podemos escuchar nuestro grito o los gritos de tantos abandonados en el mundo que acaban ensordeciéndonos.

Queremos gritar contigo, Señor. Sí, unirnos a ti en tu grito ante el escándalo de tantos abandonados en nuestra historia presente. Señor, ante tantos despojados y excluidos del mundo en nuestro aquí y nuestro ahora, con tantos hambrientos, excluidos, marginados, abandonados, oprimidos y ajusticiados, permítenos a nosotros también gritar, hacer nuestro el grito de Jesús. ¡Dios mío, Dios mío, por qué nos abandonas? Muchos en medio de su sufrimiento parece que han sido abandonados no sólo de los hombres sino de Dios mismo. No te extrañes, Señor, que muchos griten buscando un porqué de algo que no pueden entender. Perdónanos también, Señor, sin o podemos entender tu misericordia. Quizás, ni oír tu respuesta.

Nos unimos a tu grito, Señor. ¡Cuántos marginados y empobrecidos hoy por la astucia del dios Mamón que sólo protege a sus adoradores! Sus gargantas también están secas y quizás ni siquiera se atreven a lanzar su grito. Préstales el grito de Jesús, Señor.

¡Préstales tu grito! Que hagan suyos el alarido de abandono ante la injusticia del mundo que les apalea y les roba hacienda y dignidad. Quizás, desde el mundo pobre, desde los desheredados de la tierra, desde la muerte de tantos niños nada más nacer porque no tienen qué comer, ni medicinas, ni agua potable, Jesús sigue lanzando su grito misterioso e incomprensible: ¿Por qué me has abandonado?

No entendemos muchas cosas, Señor. Quizás por eso queremos unirnos a tu grito. Por qué, Señor, los adoradores del dios de las riquezas siguen prosperando y convirtiendo al mundo en un rincón en el que cada vez hay pobres más pobres mudos ante la desesperanza a la que los ha lanzado la injusticia y el egoísmo de los acumuladores de la tierra.

Muchos gritan porque no entienden el porqué de su abandono. No lo entienden, Señor. Se han cansado ya de lanzar su porqué. Están exhaustos. Préstales la voz de tu hijo, Señor, su grito, aquella fuerza que hizo como explotar sus labios en un rugido que conmovió toda la tierra. Préstales tu alarido o ayúdanos a nosotros a gritar por ellos… o que griten las piedras, los montes y los collados.

Quizás en tu grito se contenía la esperanza de la respuesta del Padre. Da esperanza al mundo, Señor. Calma y tranquiliza su rugido de dolor. Haznos entender, aunque sea en tu silencio, que tú, el abandonado, el experto en sufrimiento o experimentado en quebranto y dolor, no te vas a olvidar de tus criaturas.

La historia no ha querido olvidarse de tu grito y lo ha conservado en su lenguaje original. Tú, Señor, padre y madre de todos nosotros, el que nos ha creado y nos ha hecho hijos de sus entrañas, no te olvides de nosotros, no nos dejes en el abandono. Calma el grito o el clamor de los abandonados de la tierra. Y, hasta que tu Reino sea implantado en la tierra en plenitud y en justicia, consuela, calma, ayuda, provee para los más abandonados, los hambrientos y sedientos de esta tierra.

Queremos gritar, Señor, unirnos a tu grito. Sí, Señor, también nosotros, los que hemos tenido la suerte —si es que al vivir integrados en este estado de cosas es tal suerte—, ayúdanos a unirnos al grito de tu hijo, a clamar por la justicia y la paz, por una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra.

Quizás si todos gritamos juntos contigo, conmovamos los cimientos de la injusticia en la tierra y se cumpla uno de los valores del Reino que irrumpe en nuestra historia con tu llegada al mundo. Que muchos últimos pasen a ser primeros.

Y déjanos gritar, Señor, déjanos gritar como tú lo hiciste. Que el silencio de Dios sea una respuesta integral que nos libera desde el misterio. Quizás, Señor, en el actual estado de cosas, quieres que tu respuesta llegue a través de tus hijos, de nosotros que debemos trabajar en compromiso con la justicia derrochando amor a raudales. ¡Dios mío, Dios mío! No nos abandones nunca.
 

 


3
COMENTARIOS

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quim
24/04/2014
15:06 h
3
 
Quizás lo que suene casi a sacrilegio sea un evangelio vacio de profundidad y vivido como mera religiosidad, lo que creo que Juan Simarro denomina vivir el evangelio egoístamente.
 
Respondiendo a quim

Febe Altar
23/04/2014
11:47 h
2
 
Os comparto el sentir del autor con esta su frase: 'Quizás si todos gritamos juntos contigo, conmovamos los cimientos de la injusticia en la tierra y se cumpla uno de los valores del Reino que irrumpe en nuestra historia con tu llegada al mundo. Que muchos últimos pasen a ser primeros'. Que así sea, Señor. Amén.
 
Respondiendo a Febe Altar

Carlos Sánchez
23/04/2014
11:47 h
1
 
Comparar la vida, ministerio, proceso, pasión y muerte del Señor con el sufrimiento de los hombres -incluso cuando pudiéramos considerarlo sufrimiento inocente-, me parece casi sacrilegio. Paz y bien
 



 
 
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