Muchas horas de pasión enmudecida. Jesús no lanzó ni una sola queja a pesar de haber perdido mucha sangre. Horas sin comer ni beber en un largo camino de sufrimiento que le condujo hasta la cruz. Horas de calor, de sudor. Su cuerpo se iba quedando seco. Ni una queja. Sus labios sellados por la angustia y el dolor se resistían a abrirse para dar un mensaje desde ese púlpito o cátedra que fue la cruz para Jesús, cruz maldita para muchos, instrumento de tortura para tantos culpables y seguro que para algunos inocentes. Entre ellos el mismísimo Hijo de Dios.
El cuerpo le ardía y seguía perdiendo líquidos. El silencio se rompe como rasgado por una cuerda seca: “Tengo sed”, fue la palabra que rompía el silencio del crucificado y que llamaba la atención de los presentes como si la voz surgiera desde los misterios celestes.
Jesús allí colgado, crucificado y, perdiendo sangre, exclama una de sus siete palabras, de sus siete mensajes desde ese maldito púlpito que era la cruz donde colgaba el bendito. Él, que no se había quejado por la corona de espinas, ni por los escupitajos, ni por los golpes, ni por el peso de la cruz, ni por las injurias, ni por los azotes, ahora
lanza como una queja desde su cátedra de muerte: “Tengo sed”.
Sonido breve y que debió sonar de forma seca, opaca, como correspondía a una lengua pegada al paladar y árida como una teja. Debió sonar como un golpe en la sensibilidad de todos los que lo escuchaban y observaban: “Tengo sed”. La imagen del Dios sediento que ya se acerca a su muerte. Sus labios se abrieron en medio del sufrimiento para dejar este lamento o queja, con una lengua seca y expresando la cumbre de su sufrimiento.
“Tengo sed”. ¿Qué tipo de sed, Señor? ¿Qué tipos de sed? Sed que, quizás, iba mucho más lejos que la necesidad de beber algo de agua que hubiera aliviado a un Dios que pasó su pasión en medio del calor, de la turba que le insultaba, con el peso de la cruz y, probablemente, sudando, perdiendo líquido a través de la sangre y del sudor. Recuerdo su frase en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los que tienen sed de justicia”. ¿Qué pesaba más en la sensibilidad de Jesús, la sed de agua o la sed de justicia? Había estado rodeado en toda su pasión por gentes injustas en medio de un juicio injusto.
Jesús sabía lo que era el hambre hasta el punto de que Satanás, conociendo su dura necesidad, le tentó usando ese sentimiento que tienen tantas personas en el mundo. Mil millones de hambrientos a los cuales quizás ya no se acerque a ellos ni el propio Satanás para tentarles. Hasta el demonio debe pensar que ya tienen bastante sufrimiento portando la imagen del escándalo y de la insolidaridad de los hombres que, injustamente, devoran lo que pertenece a otros y los dejan despojados en medio del hambre y de la exclusión social.
¿Quería tentar ahora Satanás a Jesús con la sed? ¿Otra tentación, Señor, del mismísimo Maligno? Quizás allí estaba su voz satánica pegada a su oído: Si me adoras puedo hacer que por tus labios corran ríos de agua fresca y, si me rindes culto, haré que la justicia brille en el mundo eliminando de ti esa sed de justicia que siempre has mostrado… hasta la muerte. Pero Jesús sabía que el injusto que mueve a tantos adoradores del dios Mamón no puede hacer justicia y que su agua está envenenada de envidia y de odio. Jesús no acepta esa agua de pecado tentador que le podría ofrecer Satanás. Su voz seguía resonando: “Tengo sed”… de amor, de justicia, de agua de vida.
Tenemos sed, Señor. Danos tu sed. Hoy el mundo necesita sed de justicia, una sed alentada por el fuego abrasador del infierno que desciende a la tierra sumiendo en los abismos injustos a más de media humanidad en medio de las risas satánicas que contemplan a los sufrientes del mundo. “Tengo sed, tengo sed”, sigue sonando la voz en busca de justicia.
Jesús sigue hoy diciendo: “Sed tengo”, una palabra que golpea en el tambor de la humanidad dando un ruido seco como la propia sed, un sonido de advertencia del Dios de la vida: “Tengo sed”, una sed que siento en mí que es también la sed que devora como un fuego maldito las entrañas de muchos hombres sumidos en la injusticia y a los que les falta el agua de una vida digna. Tengo sed, tengo sed. Sí. Sed… de justicia.
“Tuve sed y no me disteis de beber”, suena su queja en el Juicio de las Naciones. Sí. No me disteis de beber porque dejasteis en la sed a tantos millones de humanos, mis criaturas, mis hijos. Mi palabra en la cruz sigue sonando: “Tengo sed”, sed de justicia, sed del agua de la vida, sed del agua que le falta a tantos despojados de hacienda y de dignidad, tirados en medio de un desierto de aguas sucias, no potables, aguas que matan. “Tengo sed, sí, mucha sed”. Tened compasión.
Clavado en la cruz. La sed devora mis entrañas, las entrañas de mis hijos, de más de media humanidad. Tengo sed, sed de justicia, de salvación, de liberación, de justa redistribución de los bienes que da el planeta tierra que yo he creado para vosotros. Tengo sed de agua pura, de aguas limpias y, en su lugar, vosotros me estáis dando vinagre con una mezcla de hiel. Me dais de beber hoy también aguas sucias que matan a los niños por diarreas, aguas no potables. “Sed tengo”… de justicia.
La imagen del Dios sediento. Dame de beber, dijo Jesús a la mujer samaritana. Si el mundo supiera, si hubiera sabido quién es el que está pidiendo agua, quién es el que tiene la lengua pegada al paladar y la garganta seca y rasposa como una teja, todos le pediríamos a Él para que nos diera el agua viva.
Sí. “Tengo sed”. Es uno de los mensajes lanzados desde el púlpito de la cruz, el púlpito que pertenece a todos los sufrientes del mundo, a los injustamente tratados, a los torturados, a los apaleados y dejados al lado del camino, a los robados y despojados.
Satanás sigue tentando al hombre en medio de su sed, tentando a los hombres que poseen los alimentos y las aguas sanas para que la guarden y acumulen en sus necios almacenes y, así, el mal se siga reproduciendo en el mundo.
Muchos millones en el planeta tierra sin aguas limpias, sin alimentos. Y Dios, entre ellos, desde la cruz que comparte con los despojados y apaleados, sigue diciendo: “Sed tengo”, sí, “tengo sed” y mi lengua sigue pegada al paladar.
Tengo sed hoy, en el ya avanzando siglo XXI. Pero esta sed no triunfará para siempre. Resucitaré, nos dice el Señor, y ríos de agua viva correrán por el mundo junto al fuego abrasador que destruirá a todos los injustos, ladrones y acumuladores que desequilibran mi creación.
Participad de mi sed redentora, nos dice a nosotros sus seguidores. Vosotros también tenéis que tener sed de Dios, de justicia, de perdón y reconciliación entre los hombres, sed de liberación, de libertad y de amor.
Cuando miro el mundo en desequilibrio, muertos por hambre y por aguas sucias y envenenadas por tanta contaminación,
cuando veo un mundo que tiene sed y se les niega el agua o se les da vinagre con amargura, cuando contemplo el escándalo de tanta injusticia en el mundo,
yo también me uno a la palabra de Jesús: “Tengo sed”. Mi lengua está seca como una áspera teja. Entonces miro al Jesús crucificado con su costado abierto y por esa herida veo brotar agua en abundancia, todo un manantial de agua viva que da esperanza al mundo.
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