Cuando se habla de unos cinco millones de parados en España, no se debe pensar solamente en una cifra o en situaciones de más o menos precariedad económica. Estamos hablando también de la posibilidad de que ese capital humano que representan los parados de nuestra sociedad, se esté degradando, deteriorando, enfermando física y psicológicamente. Todo un desastre… una pena.
La mal gestionada crisis por los distintos gobiernos de nuestra democracia, la infrautilización y marginación que hacemos en nuestras sociedades de los recursos humanos que tenemos, es uno de los problemas escandalosos de nuestra sociedad.
Un escándalo que llama a la puerta de nuestras iglesias y a las puertas de los hogares cristianos cuyos miembros han conseguido mantenerse integrados en la vida laboral. ¿Abriremos nuestra puerta o daremos un portazo y les daremos la espalda?
No debemos hacer una escapada hacia delante sin fijarnos en los que quedan tirados en los márgenes del camino. No sería una respuesta cristiana. Sería una falta de amor, de solidaridad, de sensibilidad cristiana. La espiritualidad cristiana sólo se puede vivir en compromiso con el prójimo.
El desempleo pone a las personas en un camino marginal por el que circulan los excluidos sociales, los condenados por el dios de las riquezas, los oprimidos del sistema. Por ese camino se van contagiando de sentimientos e
ideas de autodesprecio que irán consiguiendo terribles alteraciones y desestructuraciones de la personalidad humana.
¿Cómo puede incidir la iglesia y los cristianos en esto? No hay que caer nunca en el pecado de omisión de la ayuda.
Cinco millones de parados en España con sus familias, pueden estar desestructurándose en lo más profundo de su personalidad y de su desarrollo psicológico. La modernas estructuras económicas y del mundo del trabajo, también tienen sus trastiendas negras, sus cuartos oscuros en donde se da el deterioro de muchos humanos, hermanos nuestros excluidos, presas de la pobreza, de las pérdidas de identidad, de depresiones y todos los submundos de drogadicción, alcoholismo y sinsentido de la vida. ¡Menudo campo de misión para la iglesia!
¡Menudo espacio misionero y evangelístico para aquellos que evangelizan desde el compromiso y la empatía con el sufrimiento del prójimo!
Si el desempleo tiene esas repercusiones en la salud física y psíquica de los sujetos, pensemos en que el cincuenta por ciento de nuestros jóvenes están parados. Terrible historia para nuestra sociedad.
¿Qué va a pasar con ese ejército joven de reserva parados estructurales sin esperanza ni posibilidades de encontrar un trabajo digno? ¿Están muchos de ellos dentro de nuestras iglesias?
Algunos trabajan. Hay también pobres con trabajo, pero están desmotivados con lo que ocasionalmente se les ofrece queriéndoles convertir en un ejército de pobres con trabajo, nuevo fenómeno que se da hoy en nuestras sociedades, aunque quizás muchos les gustaría acceder a estos empleos que no sacan a nadie de la pobreza, pero pueden dar un poco de identidad y de valoración personal.
¡Cuántos jóvenes en paro! Luego nos quejamos de los que se enganchan a las litronas, a las manifestaciones violentas u otras consecuencias de las secuelas enfermizas del paro prolongado en los jóvenes que forman parte de una sociedad en la que no cuentan, una clase difuminada y borrada, una clase en el no ser de la marginación que está fuera de los beneficios de la producción y enganchados por redes que les sumergen en círculos viciosos, en focos de pobreza de los que no pueden salir.
Mientras,
la maquinaria social injusta va produciendo ricos cada vez más ricos que dan la espalda insolidariamente a los que se quedan atrapados en estos círculos viciosos en donde por mucho que busques y busques te encuentras imposibilitado para encontrar la salida. ¡Qué escándalo! ¡Qué laberinto de ansiedad!
¡Sí! Un laberinto que atrapa como una cárcel o un túnel desde el que no se puede divisar ninguna luz de salida, pero con una capacidad de contagio de anomias, sentimientos de desarraigo, desilusión y sentimientos de fracaso que afecta no sólo al cuerpo, sino a toda su psicología, al alma... todo se desestructura como si hubieran sido heridos por un rayo lanzado por la parte de arriba de la sociedad dual en donde se sitúan los acumuladores de nuestra historia que hacen crecer cada día más sus almacenes con fondos y productos amasados con manos injustas. ¡Necios! Esta noche pueden pedir vuestra alma. ¿De quién será todo lo almacenado que ha hecho sufrir tanto a la gente, tantos desequilibrios, tantas miserias? Vuestro, desde luego no.
Poco a poco, los parados de larga duración que deambulan por los caminos de exclusión o por túneles oscuros en los que no divisan salida alguna, van asumiendo un nuevo rol que desarrollan y acogen como si fuera su nueva profesión: Su estatus de parado, el papel que desempeña en una sociedad que le ha marginado y que le identifica tiñéndole de un rol maldito.
¡Soy un parado!, dicen algunos. No es que esté parado, sino que es un parado, una desgracia que se asume como si fuera algo natural. Nosotros debemos gritar: ¡No te resignes a ser un parado! Debe ser sólo algo coyuntural, excepto si el cepo de la injusticia te ha atrapado hasta los huesos. Los cristianos no debemos permitir esto. Hay que buscar líneas de acción.
Ya no se pregunta como antes: ¿Estudias o trabajas? Esta pregunta se hacía como con un sentido de clase como si el decir que uno estudia le convirtiera en un privilegiado. Ahora el que puede responder que trabaja lo dice con una especie de orgullo o privilegio que sólo algunos pueden tener. ¡Hay tantos con estudios y sin trabajo!
Los cristianos no podemos pasar de largo ante estos temas.
Sé que, a veces, oramos por ellos en nuestras iglesias. Y está muy bien, pero quizás nos falta un mucho de la labor de los profetas que denunciaban las injusticias y se jugaban la vida incluso hablando en contra de los acumuladores de la tierra. Hoy diríamos que en contra de los que detentan las grandes fortunas que les crecen y les crecen en medio de las crisis económicas sin que los gobiernos se atrevan a pedir que compartan vía impuestos. Ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. ¡Que no digan que no es un pecado de los ricos!
Si todos los cristianos del mundo empatizaran con los que sufren con los deterioros éticos de las relaciones sociolaborales injustas, yo creo que algo comenzaría a cambiar en el mundo. Se necesita una voz profética que atruene los oídos de los poderosos que con sus acumulaciones desequilibran el mundo. Una voz que haga que las estructuras económicas injustas salten hechas pedazos para que se reestructuren de nuevo en justicia, en un reparto equitativo de los bienes del planeta y de las posibilidades de trabajo que todo ser humano debe tener. ¿Quién puede tener esa voz que suene como de trompeta? Necesitamos profetas hoy. ¿Dónde están? ¿Dónde se esconden los que no pueden decir: Señor, envíame a mí?
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