Mucho frío, heladas, nieve… Es propio de las imágenes navideñas. El aire que cala hasta los huesos aunque los pobres se metan debajo de sus ropas papeles y cartones para aislar así un poco mejor sus cuerpos del frío invernal. Aún no hay lugar en el mesón. Ha habido necesidad de búsqueda de refugio, de buenas mantas y de colchones adecuados, pero muchos pobres no los encuentran. Habría sido su regalo de Navidad.
Las calefacciones están funcionando a pesar de la concienciación que hay para evitar la contaminación del aire y del ambiente de la gran ciudad... pero hay muchos que no tienen calefacción, más aún no tienen casa. Pasar la Noche Buena y la Navidad en una estancia con calefacción, sería para ellos un buen regalo de Navidad… pero aún no hay lugar en el mesón. ¡No!
Como no poseen mantas tienen que aprovechar las cajas en donde se han portado los regalos navideños, los cartones de los embalajes de artículos de Navidad, para proteger sus cuerpos. ¿Serán esos cartones y embalajes los únicos regalos que les van a llegar? Lo que pasa es que ni aún con estos cartones no saben dónde meterse. No hay lugar en el mesón. No. No lo hay.
Así se meten en cualquier entrante de algún portal o de algún cine, se refugian en cualquier tipo de ruina o chopano, allí donde no mora Papá Noel y donde no llegan jamás sus regalos, donde las músicas navideñas se escuchan de lejos como una sinfonía triste. Otros no encuentran donde meterse y se quedan al raso, expuestos al frío de la noche deambulando para que los músculos se muevan y no quedarse congelados o, en su caso, hasta morir en algunos casos extremos... son las noches de los “sin techo”, de los que viven en la calle, de los que no tienen nada, sólo su piel y unas ropas quizás hediondas, hediondez que repele hasta al mismo Papá Noel. ¿Por qué después de veinte siglos aún no hay lugar en el mesón?
Personas excluidas de la celebración de la Navidad.
Las cifras dicen que son diez mil las personas sin hogar en Madrid. Podrían parecer pocas si uno se detiene a pensar en el número de personas que habitan en nuestra capital, pero son muchas en relación con los escasos recursos que los diferentes servicios sociales tienen en nuestra ciudad. No hay lugar. No. No lo hay.
Diez mil personas desbordan todos los equipamientos con que cuentan los recursos sociales de nuestra ciudad, aún sumando los recursos públicos y los privados.
Entre los albergues públicos y privados, o sea, juntando los esfuerzos del Ayuntamiento, del gobierno autónomo, de Caritas, de Cruz Roja y de otros albergues privados de otras Ordenes Religiosas o de iniciativas seculares, no dan abasto para cubrir esas diez mil plazas para los “sin techo”, los sin hogar o, como algunos dicen, para cubrir las necesidades y problemáticas del “sinhogarismo”, para las personas que han sufrido rupturas graves en su personalidad o en sus sistemas de vida, para los que han pasado por situaciones vitales tan estresantes y destructoras de la propia personalidad que han quedado tirados en la calle de forma inmisericorde. Sin lugar. Porque la realidad es que no, que no hay lugar en el mesón después de tantas experiencias y de tantos años.
Una buena celebración de la Navidad sería habilitar un albergue tan grande que sobrara sitio para la acogida de todos los sin techo de Madrid, un albergue adornado con guirnaldas y las mesas ataviadas con buenos alimentos, también los navideños como turrones, mazapanes… y una pantalla que proyectara un compromiso escrito de que ya en Madrid no habría más sinhogarismo, que habría vivienda digna para todos, que se acabó para siempre el sufrimiento invernal de los excluidos de hogar, de cuadra, de pesebre. La frase “No hay lugar para ellos en el mesón”, quedaría desterrada para siempre porque la Navidad potenciara los lazos de la solidaridad humana. Sí. Desterremos esta frase de toda la faz de la tierra.
Las plazas de las que disponen los albergues de nuestra ciudad, no llegan a dos mil. Hay que seguir recurriendo al refugio de los cartones que se impregnan del olor de unos cuerpos que, desgraciadamente, no tienen ni motivación ni recursos para un buen aseo personal… pero es que no hay lugar. No. No lo hay.
Yo, desde estas líneas, reivindico una Navidad permanente para ellos. Reclamo el que se pongan más medios a disposición de los “sin techo”. Yo creo que para una ciudad como Madrid no sería excesivo el aproximarse a cubrir un número de plazas de albergue que se aproximara a la necesidad real... unos espacios cubiertos, unas posibilidades para lavarse y un desayuno. Al dignificarlos a ellos, estaríamos buscando nuestra propia dignidad, al igual que, al dejarlos abandonados en la fría intemperie, algo de nosotros esta en abandono y nuestra dignidad, valores y principios éticos y cristianos quedan un tanto en entredicho al callarnos ante tanta desgracia. Pero lo ideal es que no se necesitaran estos albergues en nuestra ciudad porque la solidaridad humana ha funcionado y se ha puesto en marcha una mejor distribución de los bienes del planeta tierra. Eso sería hacer Navidad. Que nadie se quede sin lugar en el mesón.
¿Hacemos los cristianos Navidad permanente? ¿Tenemos entre nosotros lugar? ¿Nos podemos apretar un poquito más para que entren otros? Es verdad que las administraciones públicas deberían presupuestar más para atajar estas problemáticas, pero también los cristianos. Incluso las minorías evangélicas, con las escasas infraestructuras y los pocos medios que tenemos podríamos hacer más. Hacer el mesón un poco más grande.
Al igual que, en ocasiones, agrupamos medios y esfuerzos para campañas evangelísticas, podríamos hacer en campañas contra el frío que afecta tanto a los “sin techo”. Sería hacer Navidad desterrando para siempre la frase de que “no hay lugar en el mesón para los pobres”. Pero no deberíamos olvidar tampoco la denuncia profética, el clamor por una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra, por la práctica de una solidaridad universal que redujera pobrezas en todo el mundo. Navidad comprometida en busca de lugar. Que todos los sin techo, los sin hogar y los que se han quedado a la puerta sin poder entrar, pudieran gritar todos al unísono: ¡Hay lugar! ¡Sí, hay lugar!
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