No me pongas concertinas. No me recibas con bayonetas, ni con cuchillas. Ya las llevo clavadas en el estómago por el hambre, en el alma por la miseria y la exclusión. Vengo de lejos, muy lejos, huyendo del fantasma del hambre, con el demonio de la violencia agarrado a mis tobillos. ¿Por qué me pones concertinas? ¿Por qué a mí no me pertenece participar de los frutos y alimentos del planeta tierra? Soy humano como tú… y si quieres, hijo del mismo Padre. ¿Por qué te pertenecen a ti los frutos de la tierra más que a mí?
No me pongas concertinas. Sólo busco quitar hambre, buscar dignidad. Me encuentro con vallas que me apuntan con aceros cortantes buscando mi sangre que es roja como la de todos los humanos. Ellos dicen que esas bayonetas, esas cuchillas, esos aceros cortantes, son disuasorios y, eufemísticamente, les buscan un nombre que parece bello: concertinas. Para el hambre no hay métodos disuasorios, el hambre empuja a saltar fronteras, vallados, ríos, mares… hasta morir en el intento.
No me pongas concertinas. No me apuntes con bayonetas ni con cuchillas. No las puedo ver. El hambre me ciega, el hambre de los míos en países lejanos me nubla la visión. Quiero convertirme en esperanza para ellos. Quita las concertinas. No pienses que son disuasorias. El adjetivo debe ser otro: vergonzosas, escándalo humano. Mi hambre busca salida y me reciben con bayonetas. Con aceros cortantes. Claro que, ¿qué valor tiene la vida de un inmigrante? ¿Qué valor tiene la vida de un pobre? ¿Qué valor tiene la sangre derramada de un negro africano?
Vosotros, cristianos: No me pongáis concertinas. ¿No tenéis nada que decir? No bendigáis las cuchillas de acero colocadas para derramar sangre inocente. Vergüenza de la humanidad. Jesús fue humano y muchos, quizás llamándose incluso cristianos, sea por tradición o por convicción, vulneran todos los estándares de estricta humanidad.
Jesús vertió su sangre por salvar a la humanidad. ¿Por qué queréis verter también la mía? ¡Qué tragedia! No me pongas concertinas. Tú, tú que hablas de humanidad, a veces de solidaridad, otras de justicia… no me apuntes con bayonetas. Eso es violencia... aunque le llaméis violencia pasiva. Es violencia que derrama sangre.
Coordinaos con Marruecos, buscad programas de cooperación, trabajad con nuestros países de origen, sed solidarios, pero no me pongáis concertinas. Detrás de este nombre se esconde la crueldad. Bastante tenemos ya con las “concertinas” del hambre, de la enfermedad, de la muerte temprana de nuestros hijos, con estar reducidos a un sobrante humano que no puede trabajar ni siquiera dejándose esclavizar. Ya es bastante. No me pongas concertinas. No enfrentes mi hambre, mi miseria, mi desesperación, con instrumentos que hieren y matan. Algunos pueden morir. Otros terminan destrozados.
No me pongas concertinas. Ayuda a construir políticas solidarias, busca justicia, busca comprometerte con el prójimo sufriente. Eso es mejor que colocar cuchillas, que acuchillar, que hacer cortes en las manos, en las espaldas, en los dedos… en el hondón del alma.
¿Sabes una cosa? No hay cuchillas tan fuertes capaces de parar la fuerza del hambre. Por tanto la concertina es un método violento, sangriento y, además, ineficaz. También debes saber otra cosa: la fuerza del hambre de mis hijos que han quedado allá lejos, me impulsa aún más que mi propia hambre. Se convierte en mí en una fuerza imparable que me impulsa aun a riesgo de perder la vida. Por tanto, no me pongas concertinas.
Poned cuchillas que frenen a los acumuladores que desequilibran el mundo, a las mafias que trafican con personas, a los que hacen trabajar a los niños desde edades tempranas quitándoles toda posibilidad de formación y de capacitación, a los que practican el turismo sexual con niños pobres, a los opresores, marginadores y violentos. Buscad para ellos cuchillas y bayonetas que no sean de acero, sino de denuncia, una denuncia que sólo usa la palabra buscando justicia. Buscad cuchillas y bayonetas de pan que se puedan distribuir por el mundo hambriento. Son mil millones de hambrientos en el mundo. Ponedles concertinas de pan, cuencos aunque sean de barro pero que contengan agua potable. Concertinas de cartón rellenas de medicinas, de los medicamentos que eliminarán todas aquellas enfermedades vencibles… concertinas de vida.
Yo no quiero las concertinas de la muerte. Mejor concertinas de papel con textos escolares, bayonetas de palo convertidas en lápices. Concertinas convertidas en muñecas y juguetes para que no haya niños sin acceso a ellos en esta Navidad. Concertinas de galletas que, en lugar de estar bañadas con la sangre de los pobres, estén bañadas con leche o con miel. Concertinas convertidas en instrumentos de trabajo, en libros, en música. Que tampoco paren las concertinas asesinas la necesidad que tienen los pobres de participar en la cultura, en el arte, en la música… concertinas de amor.
Que se entierren para siempre las concertinas de muerte. Que caigan en el olvido y se conviertan en botones musicales que sepan interpretar sonidos de paz y de justicia. No me pongas las concertinas de la muerte, de la sangre derramada… porque esta sangre puede convertirse en un grito de justicia que atruene los oídos de los injustos, de los que callan ante el dolor del prójimo. Vosotros, cristianos, trabajad y colocad en el mundo concertinas de amor.
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