En cierta manera, aunque no se diga expresamente, los Derechos Humanos están relacionados con la potenciación de una cultura de paz. No se usa esta expresión en el ámbito de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero su búsqueda de lo justo en el ámbito de lo humano, la convierte en potenciadora de una cultura de paz.
Recordemos que no hay paz sin justicia. Trabajar por una cultura de paz es trabajar por un mundo justo en donde, tomando la idea bíblica, la justicia y la paz se besen.
He escuchado más la expresión “cultura de paz” en el ámbito de las relaciones interreligiosas en las que a veces he participado. Es como si pudiéramos afirmar que las religiones del mundo tienen una preocupación por crear una cultura de paz… aunque, a veces, ya sabemos que en ámbito de las religiones también se pueden conculcar los Derechos Humanos.
En el artículo 5 de La Declaración Universal se condena la tortura, las penas y tratos crueles, inhumanos y degradantes. Esta condena potencia una cultura de paz, cultura de paz que se transforma en una tarea ardua de conseguir.
En España, aparte de las grandes conculcaciones que en el mundo se podrían denunciar en torno a los Derechos Humanos, en el año 2011 la Coordinadora para la prevención de la tortura denuncia que se duplican las denuncias de tortura y malos tratos durante las movilizaciones sociales.
Lo hemos visto también en las grandes movilizaciones sociales de tiempos muy recientes. Incluso en estas movilizaciones se ven los Derechos Humanos conculcados con violencias. Muchas de estas denuncias de conculcación de los Derechos Humanos en España fueron presentadas por el movimiento 15M.
Luego están las denuncias contra violencias y malos tratos a inmigrantes tanto en las calles y plazas de las grandes ciudades de España como en los CIES, inmigrantes internados a la espera de repatriación.
La situación no es fácil para los que quieren trabajar en la potenciación de una cultura de paz.
Las guerras, los actos brutales en manifestaciones y todo tipo de violencias ligadas a la política y al desarrollo de las sociedades es la gran constante en la historia de la humanidad. La violencia socio-política no se ha podido evitar.
La cultura de paz es una meta o un objetivo por el que los cristianos debemos trabajar. En este sentido es como el cristianismo también se puede poner en línea en la defensa de los Derechos Humanos, aunque la ética bíblica sea más excelsa. En esta forma suprema de expresión bíblica también se abarcan los derechos humanos como concreciones históricas que hay que conseguir en nuestro aquí y nuestro ahora.
La problemática de interrelacionar la Declaración Universal de los Derechos Humanos con una cultura de paz es que la cultura de paz, de una forma amplia, es algo que aún no se ha dado en la historia de la humanidad. ¿Cómo actuar para cambiar esta situación? ¿Merecen la pena nuestros esfuerzos? No hay precedentes de culturas de paz, o de esfuerzos especiales para crearlas. Las líneas de una cultura de paz tienen que ser originales y nuevas. No hay modelos... es algo inédito. Yo la uniría a la vivencia de la espiritualidad cristiana y a la defensa de los Derechos Humanos como punto de partida de una cultura de paz.
Algunos nos llamarán utópicos. También bíblicamente se puede hablar de la utopía del Reino, de la utopía de poner en práctica todos los valores del Reino en el mundo. Los utópicos no son unos ilusos desarraigados de la cruda realidad o unos soñadores que sólo piensan en el más allá. Los utópicos también se esfuerzan por conocer las causas de las violencias, por analizar la realidad sociopolítica y económica, por estudiar los modelos sociopolíticos a lo largo de la historia de la humanidad.
El luchar camino de la utopía les hace ir consiguiendo pequeñas parcelas de paz que merece la pena. Yo también, dentro de la realidad violenta de nuestras sociedades, prefiero caminar en pos de la utopía de la paz y de la defensa de los Derechos Humanos. Quiero moverme en la utopía de los valores del Reino que acoge tanto la cultura de paz como la defensa de todo derecho que merezca el nombre de humano. Ojalá que todos los cristianos nos moviéramos detrás de la utopía del Reino de Dios, de sus valores, incluyendo el volver la otra mejilla y el que los últimos lleguen a ser los primeros. El mundo necesita de cristianos utópicos, soñadores activos en pro de la justicia, visionarios creadores de una cultura de paz en donde la justicia y la paz se besen.
La seguridad humana no debería estar basada en la fuerza, en la posibilidad de castigo, menos aún de torturas, tratos crueles inhumanos o degradantes. En una cultura de paz, aún no dada en el mundo, sin precedentes y que necesita mucha reflexión, no debemos basar toda nuestra paz social en la fuerza de los ejércitos, de las fuerzas policiales o fuerzas de Seguridad del Estado. Hay otras vías bíblicas y de Derechos Humanos que hemos de potenciar. Ahí debe estar el trabajo y el compromiso de los utópicos, de los que creen en los valores del Reino, de los defensores de los Derechos Humanos.
No se puede seguir pensando que la seguridad depende de poner en marcha cargas policiales, ejércitos que humillen y destruyan países, maquinarias bélicas que intentan hacer justicia con una infinita violencia, agresiones que nunca son preventivas, pues la violencia nunca puede ser usada como prevención.
La seguridad depende de que cada vez seamos más humanos, más solidarios, más prójimos de los débiles… es la única forma de acercarnos al ser cada vez más cercanos a la divinidad. El acercarse a la divinidad no es sólo mirar para arriba con el deseo de querer ser como los ángeles, sino el mirar arriba y abajo a la vez, no olvidando la visión horizontal que nos compromete con el hombre y nos hace ser, a la vez, más humanos y más cercanos a la divinidad.
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