Muchos piensan que también los humanismos ateos pueden centrarse en la defensa de los Derechos Humanos, justificando, desde puntos de vista seculares y laicos, lo que ya el cristianismo defiende desde la vivencia de la espiritualidad cristiana… y es verdad.
Hay que reconocer que la iglesia, especialmente la iglesia católica, tardó en entrar en la defensa de los Derechos Humanos. Tenía sus reticencias. No veía con buenos ojos la creación y defensa de todo un nuevo ámbito para una justificación laica de la dignidad de las personas, de la defensa de la justicia y de los derechos de los más desfavorecidos desde un espacio que nada tenía que ver con la profundidad del concepto de projimidad que tenía la iglesia basada en las orientaciones de Jesús.
De hecho,
se podía tener cierto miedo de que surgieran ámbitos seculares en donde, desde un humanismo ateo, se pudieran defender también unos derechos tan cercanos a los deberes de projimidad que nos marca la propia Biblia. El error que podía cometer la iglesia, específicamente la católica, y que de hecho cometió durante un tiempo, fue pensar que lo que correspondía a la iglesia por su propia naturaleza, era defender, enseñar, explicar y reafirmar los derechos que Dios mismo tenía con respecto al hombre y aquellos deberes que el hombre, en forma de mandamientos u ordenanzas religiosas tenía para con Dios.
Una vez más la iglesia tenía el riesgo de predicar un Evangelio desenraizado de la realidad del sufrimiento humano, descontextualizado de sus deberes para con el hermano sufriente sin recordar que el amor a Dios mismo era semejante al amor al prójimo. ¿Qué podríamos decir de la iglesia evangélica?
La iglesia católica, afortunadamente, no se dejó atrapar por el espiritualismo vacío de compromiso con el hombre, y se adhirió a la defensa de los Derechos Humanos como parte de su ministerio espiritual en la tierra, una defensa de una espiritualidad comprometida, enraizada en la realidad y contextualizada en un mundo de dolor, de marginación, de racismo, esclavitud, pobreza y exclusión de más de media humanidad.
De todas maneras, la iglesia en general, desde sus diferentes confesiones, como portadora de valores que van más allá incluso que los Derechos Humanos y que trascienden la temporalidad de nuestro aquí y nuestro ahora, una iglesia con un concepto de amor al prójimo que supera todas las barreras de raza, situación económica, social y cultural, debería ir mucho más allá en la defensa de los Derechos Humanos y en la línea de su aplicación práctica en toda la tierra viviendo el cristianismo en compromiso con el hombre. Aquí dejo un reto importante para la iglesia evangélica.
De todas maneras hay que saber que el hombre, todo hombre, independientemente de sus creencias religiosas o de su ausencia de creencias, es un ser hecho a imagen y semejanza de su Creador. Desde este punto de vista, incluso los humanistas ateos que defienden los derechos de las personas y la promoción social del hombre independientemente de sus circunstancias y de manera universal, son individuos capaces de creer y de trabajar por un orden ético fundado sobre la búsqueda de la verdad, pues el hombre tiene en su propia naturaleza el deseo de defender lo verdadero y lo auténtico.
También, desde un humanismo ateo se puede defender lo bueno, la justicia, el amor y la libertad de las personas, su promoción social, la necesidad de igualdad y de paz entre los hombres, la lucha contra la opresión y la desigual redistribución de los bienes del planeta tierra, la lucha contra el racismo y la pelea contra marginación y el empobrecimiento de más de media humanidad.
Desde estos posicionamientos nos deberíamos preguntar los cristianos si es posible la convergencia entre las libertades fundamentales defendidas por cristianos y humanistas, que pueden ser ateos, y la fe personal, la fe que debe actuar a través del amor, la fe responsable y comprometida con Dios y con el hombre.
Yo sé que habrá debates éticos sobres estas cuestiones, que habrá reticencias en llegar a conclusiones en donde se pueda afirmar una especie de identidad entre la defensa de los valores bíblicos y los valores del Reino y la defensa de una concepción secularizada de la dignidad humana y de los derechos que a todo hombre corresponden por el hecho de serlo.
Es posible que pueda haber diferentes percepciones y tener diferentes sensibilidades entre los cristianos y los que son humanistas que prescinden de Dios en estos temas. Los cristianos siempre van a tener una visión diferente, un “plus” que añadir a su concepción del hombre. Lo que los cristianos no pueden hacer es que, conociendo los valores bíblicos, los valores del Reino, se queden a la zaga en la defensa de los Derechos Humanos con respecto al humanismo ateo.
El cristianismo debe aportar ese
“plus” que nos lance de una manera especial en la defensa de la dignidad de las personas, en la defensa de sus derechos, de la justicia social y de la promoción de las personas de forma universal.
El cristiano no es sólo un hombre pensante y racional que planifica ámbitos de defensa de los Derechos Humanos y de la dignidad de la persona, sino que los cristianos van mucho más allá… amando. Practicando la ley del amor cristiano, un amor que es consecuencia de una fe viva que se compromete con el prójimo moviéndole a misericordia. Esto debe aportar, necesariamente, ese
“plus” más de compromiso en la defensa de los Derechos Humanos.
El amor cristiano nos invita de una forma urgente y necesaria a profundizar mucho más en nuestras responsabilidades para con el prójimo. Así, podemos dar fundamentos teológicos y tener una concepción cristiana de los Derechos Humanos.
Ese fundamento es claro y se ha repetido infinidad de veces en este contexto de defensa de los Derechos Humanos: El hombre es un ser hecho a imagen y semejanza de su Creador. Creado para la eternidad.
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