Si en todo el contexto bíblico hay una lucha continua por la defensa de la justicia y de la dignidad de los hombres, lo mismo se puede decir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es verdad que la Biblia y la Declaración Universal de los Derechos Humanos no son comparables, pero no cabe duda que en la Declaración Universal se decantan muchos de los ideales bíblicos en busca de justicia y dignidad humana de una forma muy concreta y liberados de esa tendencia a la espiritualización de los términos que muchos cristianos hacen de los temas bíblicos.
La culpa de que los temas bíblicos en contra de la opresión, a favor de la búsqueda de la justicia, la defensa de los pobres y de los despojados de la tierra se espiritualicen en muchos casos, por supuesto no la tiene la Biblia, sino la falta de compromiso de los hombres con el prójimo, la no aceptación de la radicalidad que supone el concepto de projimidad que se nos presenta en la Biblia.
De alguna manera, el tomar la Biblia en una mano y la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la otra, nos puede hacer centrarnos más en nuestras responsabilidades sociales, económicas y de búsqueda de dignidad y de justicia para con el prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora. Así equilibraríamos las falsas espiritualizaciones que hacemos de todos los conceptos bíblicos que nos llaman al compromiso con los pobres y a la búsqueda de justicia.
Si podemos decir que sin los valores bíblicos en general, que sin los valores del reino, no puede darse la dignidad humana, que faltamos a la dignidad de los más débiles y oprimidos, lo mismo se podría decir en nuestro ambiente más terrenal que no se puede dar una vida digna entre los hombres sin unos derechos tan básicos como son los Derechos Humanos que en tantos casos y contextos se incumplen.
Sin centrarnos en la defensa de los Derechos Humanos tal y como se enuncian en la Declaración Universal, los cristianos también corren el riesgo de vivir unos valores bíblicos desarraigados, descontextualizados de la realidad socioeconómica, falsamente espiritualizados y haciéndonos caer en la vivencia de una espiritualidad cristiana que se aleja de los compromisos con los hombres que nos demandan los valores bíblicos.
Así, los Derechos Humanos son unos mínimos morales de justicia y de búsqueda de dignidad de las personas hasta el punto de que se podría afirmar que sin ellos no sería fácil, o sería imposible, el construir una sociedad justa, el perfilar un mundo en el que reine la paz que, según la Biblia, debe besarse con la justicia, un mundo igualitario en donde reine la armonía entre los hombres.
Si queremos buscar una fundamentación de unos Derechos Humanos que deben ser universales, reconocidos para todos los seres humanos sin excluir a nadie, no queda más remedio que buscarles una fundamentación bíblica. Sin esta fundamentación bíblica no se podría hablar de esta universalidad, ni de que el hombre debe tener estos derechos por el hecho de ser hombre, por su propia naturaleza y dignidad.
La fundamentación bíblica de la universalidad de los derechos Humanos debería ser ésta: El hombre está creado a imagen y semejanza de Dios mismo. No existe mayor ni mejor fundamentación de los Derechos Humanos, unos derechos que confieren dignidad, que buscan justicia, que luchan contra la desigualdad entre los hombres y que son los paladines de la búsqueda de una auténtica libertad.
Con los Derechos Humanos ocurre lo mismo que con los valores y mandamientos bíblicos. Si alguien vive el cristianismo de forma mutilada cumpliendo algunos valores o mandamientos y faltando en otros, no se puede dar la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana. Lo mismo con los Derechos Humanos. Si nos limitamos a cumplir con algunos derechos civiles, políticos o religiosos y no trabajamos por el cumplimiento de otros derechos como los económicos, sociales y culturales, el cumplimiento de la Declaración Universal se queda reducida a algo tan parcial que deja a los hombres, fundamentalmente a los más pobres y oprimidos, tirados en medio de la estacada bajo la bota de los opresores. Todo el edificio de los Derechos Humanos se viene abajo como la casa construida sobre la arena y sin fundamentos sólidos.
Los Derechos Humanos son innegociables incluso en épocas de crisis económicas como la que estamos pasando actualmente. El no cumplimiento de los derechos sociales, económicos, culturales, de enseñanza y otros, es un atentado contra los Derechos Humanos. Hay que buscar la forma de redistribuir los bienes, buscar la solidaridad de los que se han enriquecido, buscar el compromiso necesario que deben tener las grandes fortunas para que todos los derechos humanos puedan ser satisfechos.
En la Biblia estarían englobados todos los Derechos Humanos, tanto desde el punto de vista de la libertad, como la reflexión sobre los límites del poder absoluto, como los derechos a la igualdad, los derechos económicos, a la solidaridad, a las reivindicaciones del mundo obrero buscando justicia para los trabajadores, la no discriminación y la lucha contra el racismo, la lucha por la libertad de la mujer, etc.
Si los cristianos hubiéramos captado la radicalidad de los valores bíblicos, de los valores del Reino, el proceso de aprendizaje moral que se necesita en torno a los Derechos Humanos habría sido más rápido. Los cristianos todavía tenemos mucho que hacer, pues el proceso necesario de aprendizaje moral para el cumplimiento de los Derechos Humanos todavía no ha terminado.
Señor, danos gracia y sabiduría para cumplir con nuestros deberes de projimidad. Lo demás ya será más fácil y los cristianos podremos ser sal y luz también en torno a este tema tan importante de unos derechos humanos que trabajan a favor de la justicia entre los hombres y de la dignidad humana basada en que el hombre está hecho a tu imagen y semejanza.
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