Desde que tenemos uso de razón y vamos comenzando a reflexionar desde parámetros adultos, nos vamos impregnando, día a día, de todo un conjunto de ideas que oímos, que manejamos, que podemos ver en películas, medios de comunicación, en la iglesia y en las charlas con los vecinos, en donde se dan argumentos, ideas más o menos reflexionadas, opiniones e, incluso, sentimientos y emociones que, de alguna manera, van justificando o legitimando todo un conjunto de violencias culturales que afectan a la paz en el mundo y a la solidaridad con los más débiles.
La violencia cultural forma todo un conjunto de mitos, imágenes y símbolos que asumimos y que pueden legitimar todo tipo de violencia, sea ésta violencia directa o violencia estructura. Un ejemplo claro lo tenemos en las exaltaciones que, en muchos casos, se hacen de guerras o batallas, más o menos históricas, de las cuales se sienten orgullosos los ciudadanos.
La guerra es exaltada en muchísimas ocasiones animando a las violencias contra el enemigo. La santificación de las guerras, de las cruzadas, de las batallas que pueden ser, incluso, por causas religiosas.
Nos hemos ido impregnando de todos esos símbolos o ideas de manera que asumimos la exaltación de las violencias de una forma cultural. Es la violencia cultural que está en contra de lo que podría llamarse una cultura de paz.
No viene nada mal a nuestras culturas que los Derechos Humanos estén contra la violencia y que, este documento secular, nos ayude a sacar la cultura de paz que Jesús nos deja. Nos deja su paz que, de alguna manera, debe reflejarse también en la paz tal y como el mundo la entiende.
Las imágenes, ideas y símbolos que recibimos de una manera cultural, nos hacen alabar al más fuerte, al que aplica su ley para montarse sobre los débiles y mostrar su figura como la figura del triunfador. Vemos como símbolo del prestigio al triunfador, sea en batallas o las lides económicas, aunque sean de loa acumuladores que desequilibran el mundo con sus violencias.
Nosotros los apreciamos como triunfadores, como símbolos de una escalada social prestigiosa que hay que imitar sin importar las violencias que podemos cometer contra otros más débiles que pueden quedar despojados y tirados en los márgenes de los caminos. Es la violencia cultural.
En otras ocasiones habréis tenido conversaciones y recibido ideas que intentan legitimar o justificar todo el entramado de injusticias sociales y económicas, muchas veces manejadas ya por las estructuras de poder injustas creadas por el propio hombre. Cuántas veces habréis oído hablar de que muchos pobres del mundo tienen la culpa por ser vagos, ociosos, malgastadores de lo poco que tienen, torpes para ganarse su propio sustento.
Ocurre incluso en nuestras sociedades ricas en las que si se ve una persona mendigando se le culpa de ser un borracho, malgastador, incapaz de gobernar su vida. Nunca se piensa en las causas reales de la pobreza, en el hecho de que, quizás, no se es un mendigo por ser un borracho, sino al revés, se ha llegado al alcohol como refugio contra la soledad y el desamparo.
Si esto ocurre en nuestras sociedades ricas para justificar la pobreza, no es tan fácil pensar que más de medio mundo está en pobreza solamente por cuestiones personales de ineficacia, vagancia o falta de inteligencia para la gestión. Las causas de la pobreza de más de media humanidad hay que buscarlas por otras vías por donde circula la injusticia, el robo y la insolidaridad humana.
Hay que evitar, así, el ser manejado por mitos, símbolos, ideas y reacciones emotivas que nos lleven a justificar a los acumuladores del mundo y a culpar a los pobres de la tierra. Hay que saber desmontar todo ese engranaje de ideas que dan lugar a que, a través de la violencia cultural, se puedan legitimar muchas de las violencias directas o estructurales.
En otras ocasiones, la propia iglesia o la teología puede caer también en argumentos que justifiquen otras violencias, sean directas como en el caso de guerras o torturas, o sean violencias indirectas en el caso de la violencia estructural. Tenemos que tener cuidado, así, de las justificaciones de guerras más o menos bendecidas, cuidado con no usar argumentos que escondan las verdaderas causas de la pobreza en el mundo, de la opresión, de la injusticia. No hacer que hoy también, a los ricos acumuladores se les dé los primeros lugares de los templos, que no se les vea también a los acumuladores del mundo tratados como prestigiosos en el seno de las confesiones religiosas.
También la iglesia debe tener cuidado con un argumento que da, a veces, a los pobres y sufrientes del mundo predicando resignación en lugar de justicia. Hay que trabajar usando los valores del Reino y, en su caso, los Derechos Humanos. Si la religión sigue esta línea es cuando se puede convertir en instrumento de sumisión y de aceptación de las injusticias humanas.
Por tanto hemos de tener un cuidado especial contra la violencia cultural porque es la que se introduce dentro de nuestras formas de pensar de una manera más sibilina y se puede llegar a aceptar en contra de las situaciones de injusticia de las que están siendo presa nuestro prójimo. Violencia cultural que nos lleva a la omisión de la ayuda y a la dejación de la práctica de la denuncia profética. Nos convertimos así en legitimadores de las violencias directas y estructurales que se dan en el mundo. Nos convertimos en agentes de violencia y no en agentes de los valores del Reino, no en agentes de paz.
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