En el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se hace una afirmación que, por lo sencilla que es, llama la atención: “Todo individuo tiene derecho a la vida”. ¡Qué afirmación! Aquí entrarían todo tipo de disquisiciones, desde las que dicen que es la raíz y la fuente de todos los demás derechos, el derecho primero y fundamental; los que dicen que si se viola este derecho se están violando todos los demás derechos humanos; los que afirman que es la condición necesaria e imprescindible para cualquier otro derecho, que el derecho a la vida es el derecho humano básico y los que pregonan que, cuando alguien incumple este derecho o se viola, todo el aparato, montaje o edificio de los Derechos Humanos, si viene abajo, salta hecho pedazos.
Así, desde el derecho a la vida, analizamos la historia y cómo se han tratado a lo largo de la humanidad casos como el asesinato, el aborto, la eutanasia, el saber dar cauce vital a los niños que ya, en el vientre de su madre, muestran deformidades o enfermedades incurables.
Los cristianos, en estas áreas del derecho a la vida, se están decantando en torno a la condena del aborto. De ahí pasan a la condena de comportamientos sexuales anómalos. Otros se posicionan radicalmente en contra de todo tipo de eutanasia, de acortamiento de la vida aunque sea solamente para eliminar sufrimientos…
Sin embargo, desde mi trabajo en Misión Urbana —aunque en esta serie sobre los Derechos Humanos le he dedicado muchos artículos a los temas Pro-vida—, desde el tiempo y la vida que he dedicado a los pobres de la tierra,
además de los casos citados por los que luchan grupos de cristianos, yo veo a muchas personas en la infravida, muriendo cada día, sin posibilidades de desarrollarse en dignidad, codeándose y abriéndose camino entre la muerte. Me parece que la defensa de la vida debe ir mucho más allá de los supuestos importantes citados, que hay senderos poco transitados en donde se está muriendo la gente ante la indiferencia de grupos cristianos que afirman vivir plenamente la espiritualidad cristiana.
Se da el no-ser de la pobreza, personas que están en la infravida arrastrando la vida mientras se les va de las manos, las personas que están siendo presa de las nuevas esclavitudes, de la prostitución infantil, del trabajo duro de muchos niños que no llegan a tener ni siquiera infancia, se les roba… se les mata lentamente. Los que son presa de las mafias, sean del sexo, del tráfico de órganos. Los niños que mueren por hambre sin poder desarrollarse, muchos adultos en el subdesarrollo personal que envejecen antes de tiempo, en la subalimentación, robados de dignidad y de fortuna, sin poder tener acceso a lo mínimo indispensable para una vida humana. Todo esto también son formas de muerte, de infravida, de condena al no ser de la pobreza y de la miseria.
Todos estos deberían ser tratados como temas bioéticos, pues la bioética no se debe relacionar solamente con la medicina. Son atentados a la vida que están en contra de los niveles mínimos de ética humana que debe reinar en el mundo... y no hablemos ya desde la ética bíblica, la defensa que en la Biblia se hace de estos colectivos en la infravida, del no-ser de la pobreza.
Es curioso. Este es el mayor atentado contra la vida: a muchos vivos se les está negando el derecho a la vida. ¡Qué paradoja!Vivir sin vivir, sin desarrollarse, sin poder conservar con un mínimo de dignidad esa vida que se ha recibido. A muchos que viven, se les está negando el derecho a la vida al negarles la conservación y el desarrollo de ésta. Andan como muertos entre los vivos.
Esta situación tan terrible debería tener una consideración diferente por parte de los cristianos. Que no se defienda la vida solamente en los casos del aborto, o de la eutanasia. La vida, el hecho de que a muchos vivos se les esté negando el derecho a la vida, es algo sumamente importante, urgente. Un escándalo humano de tan grandes dimensiones que, el no fijarse en ello por parte de los cristianos va en contra del concepto de projimidad.
Muchas veces, la defensa que hacemos de la vida es totalmente limitada, mutilada por la estrechez de miras con la que actuamos. Toda la denuncia profética, su defensa de los pobres, los oprimidos, los extranjeros que están en abandono dentro de nuestras puertas, los injustamente tratados… Toda esta lucha a favor del hombre para que se le devuelva su dignidad, se le ampare, libere y restablezca, es una defensa de la vida. La vida abundante de la que habla la Biblia, se debe dar también en nuestro aquí y nuestro ahora. Para eso está el “ya” del Reino establecido por Jesús con sus valores dignificadores y transmisores de vida.
La defensa parcial que, en tantas ocasiones, se está haciendo de la vida, es una defensa del derecho a la vida un tanto curiosa, mutilada. Sin embargo la Biblia es defensora de la vida:
“Me mostrarás la senda de la vida”, dice el salmista.
“El soplo del Omnipotente me dio vida”. Si es así, ¿quién se atreverá a eliminarla, a dejarla reducida a la infravida de la pobreza económica, cultural, relacional…? Esa es la muerte de tantos pobres que viven arrastrando su existencia por los márgenes de los carriles de la vida, apaleados y maltratados, medio muertos, en la infravida.
Así,
el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sigue, de alguna manera, gritando también para llamar la atención de los cristianos:
“Todo individuo tiene derecho a la vida”. Una vez más no hay contradicción entre lo que dice la Biblia y la formulación de este Derecho Humano. Es verdad que la Biblia abarca y, a su vez, supera a estas formulaciones humanas, muy humanas, pero estas formulaciones nos animan a volvernos al texto bíblico y ver la urgencia con la que Jesús quiere que nos ocupemos de nuestro prójimo. Si no, la vida robada y el dejar al otro en la infravida pasando de largo, puede clamar contra nosotros. Hay muchas formas de infravida.
Muchas formas de muerte lenta.
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