En el mundo hay estructuras injustas de poder o de maldad que oprimen, que roban las libertades de los más débiles. Algunos preguntan que dónde están esas estructuras, quieren verlas, pero son entramados económicos, políticos o de poder que están ahí mantenidas por los intereses personales de grupos de presión que, aunque visibles, no es fácil señalarles con el dedo directamente detrás de sus propios entramados estructurales. En este artículo queremos hablar de los esclavos de esas estructuras.
Cuando hablamos de estructuras esclavizantes en contra de los Derechos Humanos y, específicamente contra el artículo 3 de la Declaración Universal, no estamos hablando, por tanto, de entes abstractos que eliminan la libertad del hombre, o su derecho a la seguridad o a la vida, sino que estamos hablando de estructuras sostenidas por hombre concretos que, usando su poder, sea éste económico, social o político, están reprimiendo la vida de muchos, impidiéndoles vivir con dignidad, con libertad, con seguridad. Son las estructuras injustas que esclavizan y que, desde los ambientes teológicos, también pueden ser llamadas estructuras de pecado.
El artículo 3 de la Declaración sigue siendo tajante: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.Para que esto ocurra hay que eliminar toda estructura injusta de poder que impide la libertad de las personas, que esclavizan al ser humano. Tenemos que hacer que esas estructuras salten hechas pedazos. Para eso hay que usar tanto la denuncia profética, como la búsqueda por la justicia, como el amor al prójimo, especialmente al prójimo que se ha dejado tirado al lado del camino.
Por tanto, sólo se podrá hablar de libertad de los individuos de nuestro planeta cuando usando la denuncia profética y la lucha contra la injusticia, rompamos toda estructura injusta de maldad.
En eso también deben ubicarse los verdaderos agentes de liberación del Reino.Éstos tienen funciones asistenciales como demanda la Biblia, dando de comer, de beber, albergando, cuidando… Pero también tienen que complementar su ardua tarea a favor del prójimo, practicando la denuncia profética a favor de que el hombre pueda vivir libre de las ataduras de estas estructuras de pecado que hay en el mundo y buscando que la justicia reine en el mundo.
Las estructuras dominantes y esclavizantes, estructuras injustas de maldad y de pecado, excluyen a los pobres. Peor aún que la esclavitud. Les roban así sus posibilidades de ejercer su libertad. Son los robos de libertad que se producen diariamente y con millones de personas en toda la faz de la tierra. No pueden ser libres porque alguien les está presionando desde arriba, oprimiendo —normalmente no es un individuo aislado, sino un conjunto de personas que conforman todo un entramado de maldad—, tema éste el de la opresión que es tremendamente bíblico. Hay que liberar a los hombres de sus opresores, de los que les reprimen en su libertad.
Hay que buscar la concreción histórica y material de los Derechos Humanos en el mundo. Esta concreción debe estar en pugna con las estructuras económicas injustas que esclavizan y excluyen, porque cuando falta la concreción económica, luchando contra el despojo de los pobres, todos los demás derechos sufren, no se pueden cumplir. De las concreciones de lucha contra la economía injusta, ganando parcelas hacia la justicia humana, derivan todos los demás ámbitos sociales, de trabajo, de vivienda digna, etc. De lo contrario, todos estos derechos se pueden quedar en unos simples principios formales que para nada ayudan a los más pobres.
Los Derechos Humanos tendrán pleno vigor cuando alcancen de lleno a los pobres y, realmente, les haga libres. Mientras estos derechos no les lleguen en cuestiones tan esenciales como son la alimentación, la vivienda, el trabajo y otros derechos básicos fundamentales, no se podrá hablar del derecho a la libertad, quizás ni siquiera estará asegurado el derecho más básico de los derechos: el derecho a la vida.
Resumiendo: Los excluidos del sistema económico y de mercado, son excluidos también de su libertad y de sus derechos tanto humanos como civiles. Son esclavizados y, a su vez, despojados. Que nadie piense que los pobres de la tierra podrán ubicarse, por sí solos, en las estructuras sociopolíticas dominantes. No pueden. Lo tienen vedado. Son estructuras que excluyen a los débiles del mundo. En todo caso, les esclavizan. De ahí la importancia de la voz de los cristianos, de las manos tendidas de aquellos que dicen seguir al Maestro, de los que dicen amar a su prójimo.
A los pobres, así, se les reduce su ámbito de libertades. Tienen que conformarse con crear su propio submundo de relaciones, sus bajos fondos en donde se desenvuelve la pobreza, moverse por los focos de miseria y conflicto, moverse en el no ser de la marginación y la exclusión social.
Allí donde no hay ya derechos humanos, ni civiles, no se puede ejercer libertad ninguna. Son los excluidos del sistema, la peor esclavitud. Lanzados allí donde ya no hay libertad, ni vida… sólo la carga sufriente de la existencia, una existencia limitada. Recordemos que vivir libremente, disfrutar de la libertad, no es sólo limitarse a vivir una pesada existencia, robados y excluidos de los recursos básicos que ofrece el planeta tierra.
Los cristianos deben saber que Jesús fue liberador de los oprimidos, de los pobres, de los proscritos, de los esclavos, marginados y rechazados. No sé si esto sonará bien a muchos cristianos que reducen su espiritualidad cristiana a una estricta relación vertical con Dios, excluyendo de sus vidas el compromiso con el prójimo sufriente. Que sepan que no hay que mutilar al cristianismo y que hay que vivirlo en toda su integridad. Si no es así, serán religiosos de ritual, de cumplimiento, pero lejos del Dios de la vida.
Jesús, a los últimos los levantaba hasta posicionarlos en los primeros lugares. Los valores bíblicos, los valores del reino, son los únicos que pueden devolver la auténtica libertad… y nosotros los conocemos. ¿Cómo podemos quedarnos de brazos caídos y vivir una vida cristiana ajena al compromiso con el hombre?
Si los cristianos vivieran en coherencia la auténtica espiritualidad cristiana, los Derechos Humanos triunfarían en el mundo porque los valores del Reino engloban todo lo bueno que pueda haber en los Derechos Humanos y lo superan en todo aquello que pueda ser superable.
¿Por qué aún no es así? ¿Por qué, con tantos cristianos en el mundo, los Derechos Humanos siguen clamando por hombres solidarios que los defiendan y apliquen? ¿Por qué las estructuras de maldad o estructuras económicas o políticas injustas no saltan hechas pedazos? Pregunta para la reflexión.
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