Los Derechos Humanos no se deben contemplar únicamente desde la perspectiva de las naciones que cumplen o no cumplen, desde la perspectiva de la bondad de los que han redactado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, desde los gobernantes de la tierra que más o menos los gestionan y cuidan de su cumplimiento, sino desde la perspectiva de las víctimas, desde el descenso a los infiernos de los desclasados, desde la perspectiva de los oprimidos, marginados y maltratados de la historia. Desde la perspectiva del horror de los injustamente tratados, de la crueldad de la marginación y de la opresión.
Quizás desde esta perspectiva de bajada a los infiernos, desde la bajada a los abismos del mal, desde el horror de las víctimas, desde las perspectivas de miedo y de la angustia, la visión sea diferente y la llamada al compromiso con los Derechos Humanos más fuerte, más imperativa. Desde la perspectiva de los maltratados, de los gritos de los sufrientes, el hombre se encuentra rápidamente interpelado sobre el hecho de que se le demandan unos deberes éticos a los que debe dar respuesta, se siente aludido en su propia conciencia moral.
Si desde el infierno del llanto de las víctimas nos colocamos en la perspectiva bíblica o, si se quiere teológica, ello debe de afectar a la forma de concebir la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana, la manera de concebir a Dios mismo y su identificación con los sufrientes de la tierra. Debe afectar también al estilo de vida que tenemos, así como a nuestra forma de vivir, pensar y sentir nuestra relación cristiana con la creación misma.
En la forma en que tratemos el tema de los Derechos Humanos, está también la suerte de la humanidad, de la creación, de las víctimas y de los verdugos… la de la humanidad que se puede convertir en una serie de juegos inhumanos.
Afectados por el incumplimiento de los Derechos Humanos y que se encuentran entre el horror de las víctimas, están los pobres de la tierra, los socialmente marginados, todos aquellos que no tienen acceso a ningún tipo de capacitación, los analfabetos y los que están al margen de los sistemas educativos, aquellos que se sienten indefensos desde posicionamientos jurídicos, los quebrantados, oprimidos, inmigrantes que caen en las nuevas esclavitudes, los que son presas de las distintas mafias de prostitución, de las mafias de las drogas, los que son presa del racismo y de la xenofobia, los ancianos abandonados, los enfermos que no tienen acceso a las medicinas que necesitan, los injustamente tratados, despojados de hacienda y reducidos a la infravida, los que forman parte de ese sobrante humano que nos horroriza, los torturados, los que tienen que huir como refugiados por causas políticas… Son los infiernos en la tierra.
Desde ahí, desde este foco, desde este descenso, desde este posicionamiento, debemos contemplar, considerar y estudiar los Derechos Humanos para sentirnos urgidos al compromiso con ellos e impulsados a su cumplimiento.
Cuando leemos los DDHH y lo hacemos situados en la perspectiva de las víctimas, vemos que, desde el punto de vista cristiano, entendemos mejor que Jesús evangelizara desde los últimos, desde los proscritos, los desclasados y sin derechos humanos en la tierra… pero Jesús fue humano, profundamente humano.
Nosotros, los que no somos víctimas –espero que tampoco verdugos-, debemos situarnos siempre, para entender mejor la realidad y la necesidad de los Derechos Humanos, en el lugar de las víctimas, intentar empatizar con todas ellas. Si así lo hacemos, no esteremos muy lejos del Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios. Jesús se puso en el lugar de las víctimas, de los pobres de la tierra, de los marginados y sufrientes y, desde ahí, lanzaba sus mensajes. Era su esencia de ser el Mesías.
Así, cuando a Jesús se le pregunta por su esencia o identidad como Mesías, se remite a sus hechos:
“Los ciegos ven, los cojos andan y a los pobres les es comunicado el Evangelio”. Jesús desciende al abismo de los últimos, de las víctimas y es desde ahí desde donde encuentra su identidad como Mesías.
Así, también, para la defensa de los DDHH debemos optar por mirar desde la óptica que Jesús tuvo para evangelizar e ir lanzando sus valores del Reino, valores restauradores de la persona, rehabilitadores y liberadores. Igualmente los DDHH se deben defender poniéndonos en el lugar de las víctimas, descendiendo a los abismos de los desclasados y sufrientes, de los despojados y empobrecidos, de los torturados y perseguidos.
Es así como desde este lugar y palpando su sufrimiento, escuchando su voz y su grito, pudiéramos sacar la fuerza suficiente para convertirnos en agentes de liberación. Si queréis, agentes de liberación social o, por otra parte y para los creyentes, agentes de liberación que, defendiendo los valores del Reino, nos convertimos en agentes del Reino de Dios que abarca tanto lo social y humano, como toda la vertiente que trasciende a la vida en nuestro aquí y nuestro ahora.
Debemos trabajar desde la óptica de los ojos horrorizados de los maltratados de la tierra. Es la mejor forma de concienciarse tanto en la defensa de los valores del Reino que nos trae Jesús, liberadores y restauradores, como sensibilizarse con los valores que nos trae la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
¿Es, quizás, mucho, lo que se demanda desde este artículo? ¿Hasta dónde estamos dispuestos todos, tanto los que trabajan desde ideas humanistas o desde los valores del Reino, a ponernos en el lugar de las víctimas, a empatizar con ellos, a convertirnos en agentes de liberación que luchan tanto por el cumplimiento de los Derechos Humanos como por la defensa y extensión de los valores del Reino entre las víctimas? ¿Hasta dónde estamos dispuestos para ejercer la denuncia y la condena para los verdugos y las estructuras injustas de poder y económicas que empobrecen y marginan?
Ser cristiano es comprometerse con el prójimo y, fundamentalmente, con el prójimo sufriente. El que busca vivir un cristianismo sin compromiso y de autogozo o autodisfrute, debe cambiar sus perspectivas si quiere vivir en profundidad el Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios.
Que no te dé miedo mirar desde la perspectiva de los ojos de los que están en el horror de las víctimas. Desciende a los infiernos de forma solidaria.
Quizás desde allí te encuentres con los ojos del Señor que te dice:
“Bien, buen siervo y fiel”. Es entonces cuando te verás aprobado por la mirada del Señor que te añadirá su frase de identificación con los sufrientes del mundo:
“Por mí lo hiciste”. Es entonces cuando desde el infierno de los desclasados y oprimidos, podrás contemplar la gloria.
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