Está claro que para que los Derechos Humanos se puedan cumplir en aquellos artículos relacionados con los Derechos económicos, es necesario que en el mundo haya una mejor y más justa redistribución de los bienes del planeta tierra. Así, para que se pueda cumplir con lo escrito en los artículos del 22 al 27, sería necesario trabajar por una mayor igualdad entre las personas.
No me cabe duda que el único propietario absoluto de la tierra y de todos sus bienes es Dios mismo. Él ha destinado que el uso de todos los productos de la tierra sea adecuado para todo hombre y mujer, para todos los pueblos y naciones en un plan de igualdad.
Por tanto, si nos dejamos guiar por el ideal de justicia bíblica y por los imperativos de amor al prójimo que nos dejó Jesús, está claro que las desigualdades que se dan entre los hombres del planeta tierra son claramente injustas y en contra del plan de Dios.
Si nos fijamos en uno de los artículos destinados a la defensa de los derechos económicos, como es el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que dice:
“Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación y el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”, es imposible cumplir con este derecho si no se trabaja por una mayor igualdad entre los seres del planeta tierra.
La Biblia ha trabajado exhaustivamente el tema de los derechos económicos. Es un imperativo bíblico. Pensemos en el tema de la propiedad de la tierra. Dios desea que todos los hombres la disfruten por igual. De ahí las redistribuciones periódicas que se ordenan en la Biblia, los años jubilares. Nadie debería acumular los bienes ni las tierras. Debería haber un equilibrio igualitario. Es un imperativo bíblico por el que pasan de largo muchos cristianos.
En el Nuevo Testamento Jesús nos dice parábolas muy aclaradoras sobre la igualdad que debe existir entre los hombres. Recordemos la parábola de los obreros de la viña. Al final del día, los obreros contratados a última hora, los que nadie había querido contratar a lo largo del día, los más deteriorados y que eran menos capaces de dar el rendimiento que los empleadores buscaban, no sólo son pagados igual que los contratados a primera hora, sino que se les paga los primeros.
Creo que estamos lejos de este imperativo bíblico.
Hay una justicia igualitaria por parte de Dios que, además, es una justicia misericordiosa y llena de amor por los últimos, los peor preparados, los estigmatizados, los proscritos, los desclasados. Dios ve que hay un derecho de todos a usar los bienes que produce la tierra, a beneficiarse del producto del trabajo.
Si unimos lo dicho en el Antiguo Testamento sobre la participación en la propiedad de los bienes de producción, como es la tierra, a lo dicho en el Nuevo Testamento sobre el derecho a disfrutar de los bienes de consumo a través del trabajo, debemos concluir que los bienes se han de repartir de forma igualitaria para que cada persona, por el hecho de serlo, pueda participar o tener acceso tanto a los bienes de consumo a través de su trabajo, así como a la propiedad de los bienes de producción.
Para ello la Biblia lucha contra la necedad de los hombres que poseen los medios de producción y acumulan desmedidamente. Eso no debe hacerse, no solamente porque se empobrece al resto de la población, sino porque, además, Dios acaba condenando a la persona que así actúa.
Recordemos la parábola del rico necio. Acumulaba sin límites, llenaba desmedidamente sus graneros ara disfrutar de ello egoístamente sin compartir. En su soliloquio hablaba consigo mismo y decía:
“Alma mía, muchos bienes tienes almacenados. Come, bebe, regocíjate”. Pero Dios no permite estas injusticias, estas acumulaciones egoístas que empobrecen a otros. La parábola termina de la manera más dura que uno se puede imaginar:
“Necio. Esta noche vienen a pedir tu alma. Lo que has almacenado, ¿de quién será?”. Así será para los que no respeten el imperativo bíblico de no acumular para que todos puedan disfrutar de los bienes de la tierra.
No me cabe duda que la Biblia defiende, como un imperativo, la igualitaria redistribución de los bienes del planeta tierra. Los Derechos Económicos incluidos en la declaración Universal, no se pueden cumplir si no trabajamos y luchamos por una más igualitaria redistribución de los bienes, por una mayor justicia social. Si no luchamos contra la injusticia producida por la codicia y la opulencia. Si no trabajamos para vivir con los estilos de vida con los que vivió Jesús que implican sobriedad frente al consumo y solidaridad humana frente a la lucha por la escalada social y las acumulaciones injustas.
Si en el mundo no se redistribuyen las riquezas con criterios de una mayor justicia e igualdad entre los hombres, perderemos la lucha por la dignidad humana que siempre estará en peligro. Los artículos que defienden los derechos económicos jamás podrán cumplirse, la justicia bíblica que deben proclamar los cristianos, quedará en simple papel mojado, el ideal de projimidad no se cumplirá y los hombres caminarán en pos de la necedad.
Señor, ayúdanos a ser fermento de una mayor igualdad entre los seres de tu creación, fermentos de justicia social, de liberación… manos tendidas que destilan el perfume del amor al prójimo.
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