Se busca al hombre nuevo. El mundo lo necesita. Cuando los cristianos pensamos en el incumplimiento de los valores del Reino tanto en la iglesia como en el mundo, cuando reflexionamos sobre el no cumplimiento de los Derechos Humanos en nuestras sociedades, el incumplimiento, incluso, por los países signatarios, debemos darnos cuenta que no sólo necesitamos un mundo nuevo, como decíamos en el artículo anterior, sino que necesitamos, esencial y primariamente, un hombre nuevo. Traed mi lupa, que quiero buscarlo. Traedme la Biblia, que quiero analizar sus características.
¿Todavía los cristianos, después de más de dos mil años no hemos podido activar el hombre nuevo en el mundo? Si lo consiguiéramos, quizás no habría que estar trabajando por el cumplimiento de los Derechos Humanos en nuestras sociedades. Sería un hombre tan envuelto en los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la venida de Jesús, que el mundo no necesitaría de otras filosofías, ni de contratos sociales, para que fuera humano, muy humano. Buscad al hombre nuevo, promocionadlo, convertidlo… y podréis borrar los Derechos Humanos del mapa. Buscad, buscad, buscad al hombre nuevo.
¿Qué pautas debemos seguir para buscar o, en su caso, promocionar o convertir al hombre para que éste sea el hombre nuevo deseado?
Muchas veces decimos que el hombre nuevo tiene que tener convertida el alma. Quizás nos quedamos cortos porque con este concepto nos elevamos a misticismos y a acercarnos más a los ángeles que a los hombres. Promocionar al hombre nuevo es buscar también un cambio de mente, de prioridades, de actitudes, de relaciones con sus prójimos, de criterios de juicio y de amor, de valores. ¡Qué difícil es reconstruir al hombre sobre los valores del Reino!
“La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”, primer palustrazo para la reconstrucción del hombre nuevo.
Si el sentido de la vida se une al uso de los bienes, peligra la fraternidad, el amor, la solidaridad entre los hombres… peligra el nacimiento del hombre nuevo. Por tanto hay que seguir buscándolo rechazando la riqueza como prestigio, el uso del poder como valorador del hombre. El hombre nuevo, para ser realmente valioso y situarse en los primeros peldaños de relación con Dios, debe considerarse como el último, como el que sirve:
“Sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve… Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Buscad por ahí, por esta línea de humildad, al hombre nuevo. Dirigid a esos conceptos vuestra lupa.
El hombre nuevo que hay que rastrear es sabio. No se mete en la necedad de agrandar sus graneros. No dice:
“Alma mía, come y bebe, regocíjate”, de forma insolidaria y sin compartir. Ese es el viejo hombre, el necio, el que ha de morir, al que han de pedir su alma. No vale para el mundo. Lo contamina, lo empobrece. Hay que buscar al hombre nuevo lejos de los servidores de Mamón, porque
“ninguno puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Aquí están las pautas para rechazar al hombre viejo y buscar al nuevo.
La expresión sigue sonando: Se busca. Se busca al hombre nuevo. El forjador de hombres nuevos es el que se adhiere a la pregunta de Jesús, que valora al hombre por encima de la ética de cumplimiento en la que muchos religiosos, viejos cumplidores del ritual, estaban: “¿No vale más un hombre que una oveja?”.
Para crear hombres nuevos deberíamos hacer que se hicieran esta pregunta: ¿No vale más el hombre que una empresa? El hombre nuevo valora a sus prójimos por encima de la economía, mírese ésta como oveja o como empresa. El hombre nuevo ve a sus congéneres como el auténtico lugar sagrado para Dios. Buscad por estas sendas santas al hombre nuevo, alejados de la idolatría del dios Mamón, el dios de las riquezas.
El hombre nuevo surge cuando es capaz de invertir los valores de nuestras sociedades, cuando es capaz de dar el gran giro que trastoca los valores del mundo y pone a los últimos como los primeros… dura cruz para el hombre viejo, que se escandaliza ante la inversión de valores que implica la búsqueda del nuevo hombre, pero
“muchos últimos serán primeros” si el nuevo hombre comienza a reverdecer. Por eso, se busca, se busca al nuevo hombre, al que ha de trastocar los valores del mundo, el hombre ante el cual las estructuras de pecado y de maldad van a saltar echas pedazos.
Al nuevo hombre hay que dotarlo de corazón nuevo y de nueva mente, nuevas prioridades, nuevas acciones… Al hombre nuevo no le importa mancharse las manos como buenos samaritanos y compartir su aceite y su vino. El hombre nuevo es el que es capaz de compartir no sólo su palabra, sino la Palabra que le lleva a compartir el pan y la vida.
El hombre nuevo sólo se puede montar sobre la destrucción del viejo. Así, los creadores y promocionadores del hombre nuevo, apoyados en el auténtico Creador y Regenerador, deben tomar sus herramientas para ir desmontando y destruyendo al viejo hombre con sus hechos.
Si queremos ser colaboradores del gran Constructor del hombre nuevo, debemos tomar nuestras armas: la denuncia, denuncia de toda injusticia, de toda sinrazón, de toda opresión. Deben tomar, de alguna manera, más bien simbólica, el látigo que expulsa del templo de la tierra a los vendedores y acumuladores de bienes. Hay que destruir el concepto de un mundo que se ha convertido en cueva de ladrones que impiden el renacimiento del hombre nuevo.
El buscador del hombre nuevo es el que también saca su látigo en los templos que no son iglesias del Reino, en las iglesias que no trabajan por la extensión de los valores de ese Reino solidario con los pobres y los sufrientes del mundo. Hay que desenmascarar estos templos y trabajar por convertirlos en iglesias del Reino en donde se capten rápidamente los valores que trae Jesús al mundo, valores solidarios, humanos, de sacar al primer plano a los humillados y ofendidos, valores de humildad y de servicio.
Sacad a Dios de esos templos y reconstruidlos con el corazón, con la mente y, si es necesario, con los huesos, la carne y la piel del hombre nuevo, como ladrillos vivos que se levantan sobre la Roca. Esta reconstrucción, este volver a la auténtica iglesia del Reino, es el paso hacia el nacimiento del nuevo hombre.
Hay que ir desmontando al hombre viejo y quitándole todo vestigio de egoísmo, de acumulación como algo que da sentido a la vida, de prepotencias vanas y excluyentes… Hay que crear un hombre nuevo que sea justo, misericordioso, humilde, servicial, que le duela tanto la pobreza del mundo, que llore hasta ir viendo que su acción para la eliminación de la pobreza da lugar a novedad de vida. Busco a ese hombre. Traedme mi lupa de trillones de aumentos… ¡Señor, no lo encuentro! Sólo tú lo puedes crear, pero queremos ser colaboradores tuyos.
El hombre nuevo debe ser el hombre convertido y cambiado, el que se involucra en el acercamiento del Reino de Dios al mundo. Se busca. Cuando lo encuentres grítalo a los cuatro vientos para que sea imitado por todos y para siempre. Pero primero, busca para ti esa novedad.
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