El edificio que conforma la Declaración Universal de los Derechos Humanos debe ser un todo conjunto en donde no haya rendijas por donde se cuela el incumplimiento parcial de alguno de ellos. O se cumplen todos o el edificio se viene abajo. Todos los Derechos Humanos están coimplicados. O el todo integral o la fría nada inhumana.
Algunas veces estamos dispuestos a reivindicar el derecho a la vida, pero no reivindicamos otros que, de no cumplirse, estamos haciendo que la vida se convierta en una infravida como ocurre cuando defendemos el derecho a la vida en casos como el aborto, pero dejamos que haya niños que se están muriendo por el hambre, por enfermedades vencibles, falta de medicamentos o de agua potable. El derecho a la vida se defiende también desde la defensa de los derechos sociales, económicos, sanitarios, de condena de las torturas… Si rompemos el todo, caemos en la nada. Ley que se da en la defensa de los DDHH.
No basta con conceder unos derechos y luchar por ellos incluso de forma fanática, si se están dejando de lado otros derechos que acompañan y refuerzan el que defendemos. El edificio de los DDHH se vendrá abajo por falta de integralidad, parcialidad o división de las partes del edificio que no debe tener rendija alguna. Así, pues, no reafirmamos en el todo integral en los DDHH o la fría nada inhumana.
Es una necedad, una falta de cordura defender unos derechos y restringir otros. No basta con conceder y respetar algunas libertades y derechos civiles o políticos, derechos que fueron reivindicados especialmente por la burguesía frente a las monarquías, como es el derecho a la vida o a la integridad física, libertades de expresión y pensamiento, de reunión, de propiedad y de libre circulación de las personas en sus desplazamientos.
Si se queda en esto y no se están defendiendo los derechos que ayudan a la persona a vivir con dignidad como el derecho al trabajo, a la casa, a la salud, a la enseñanza, etc., para todos en plan de igualdad y sin discriminaciones entre ricos y pobres, el edificio de los DDHH se resquebraja y acaba derrumbándose y convirtiendo al mundo en un mundo desigual, injusto en donde no se respeta al hombre por el mismo hecho de serlo.
No basta con defender desde los movimientos cristianos algunas ideas en torno a la vida, o en torno al concepto de una sexualidad más o menos acorde con lo que algunos creen interpretar desde el texto bíblico. No basta con reclamar este derecho tan básico como es la libertad, libertad de expresión, libertad de cultos, libertad de reunión y propagación de la fe o de ideas, sino que se han de cumplir los derechos de igualdad, los derechos económicos, sociales y culturales.
Hay que reclamar que se cumplan los derechos de los trabajadores, no eliminarlos en épocas de crisis, el derecho al salario justo, a la salud, a la educación y a la cultura. Algunas de estas problemáticas están rebrotando hoy con la actual crisis que recae todo su peso sobre los más débiles.
Hoy hay que seguir trabajando a favor del movimiento obrero, la justicia a los trabajadores, en contra de la opresión y de la injusticia redistributiva. Estos no son temas que solamente se dan en los DDHH, sino en la propia Biblia. Basta con leer a los profetas, a Jesús mismo. La defensa que de los obreros se hace en el texto bíblico, la lucha que se observa en la Biblia en contra de la opresión mientras se practican rituales religiosos. El auténtico ayuno en los profetas era la solidaridad con los pobres y los oprimidos, con los desnudos y hambrientos. Fuera de esto, la espiritualidad cristiana cae en la fría nada, se muere, la fe termina por dejar de ser.
Si esta solidaridad bíblica falla, no existen ni libertades de pensamiento, ni de propiedad, ni de libre desplazamiento… Todo es una mentira. Sin estos derechos, los llamados civiles y políticos se quedan en algo formal y en papel mojado. El edificio de los DDHH queda dañado y su importancia queda reducida casi a la nada. Si no hay derechos económicos, protección sanitaria, educativa y cultural, todo el edificio de los Derechos Humanos se viene abajo como ya ocurre en tantos lugares del mundo.
También, dentro de un edificio bien estructurado de los DDHH, deben de cumplirse los derechos relativos a la solidaridad internacional con la defensa del medio ambiente, la lucha contra el tráfico de armas, la búsqueda de la paz en contra de todo tipo de guerra. Así mismo, los relativos al desarrollo, la lucha contra el racismo, la xenofobia, contra la tortura, contra todo tipo de violencia, contra toda exclusión o marginación de los más débiles. La lucha por los derechos de los inmigrantes, de los desplazados por cusas económicas, políticas, religiosas o de conflictos bélicos.
Así, pues,
los DDHH son indivisibles, coimplicados los unos con los otros, imprescindibles todos ellos. Si mutilamos uno con el incumplimiento, estamos mutilando todo el edificio.
Los cristianos tenemos mucho que ver en esta lucha por la integralidad en el cumplimiento de los DDHH. Porque el Evangelio también es integral y si dejamos de cumplir con alguno de los mandamientos bíblicos también se viene abajo todo el edificio de la espiritualidad cristiana. Nos derrumbamos en el vacío y en la nada.
Los cristianos somos los más adecuados para defender el cumplimiento de la totalidad de los DDHH sin que se queden atrás esos derechos económicos, sociales y de defensa de los trabajadores, de los pobres y los marginados del mundo, porque entendemos el deber de projimidad, deber que es un derecho de todo hombre que se encuentra en desventaja social y en la infravida.
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