Comenzamos una nueva serie con el tema: “Los Derechos Humanos, los cristianos y los pobres”. Así, pues, nos introducimos por un largo camino en el tratamiento de estas temáticas tan comprometidas. Pedimos la ayuda de Dios para que todo llegue a buen término, a conseguir la meta que deseamos de concienciación de los cristianos sobre el tema de los Derechos Humanos, derechos tan cercanos a los valores bíblicos, a los valores del Reino.
Venimos del tratamiento de los temas de dos series basadas en los Evangelios. Dos años trabajando y comentando los Evangelios. Una grata experiencia para mí. Espero que lo haya sido también para vosotros.
Ha sido toda una aventura extraordinaria la de ir analizando la fuerza, la belleza, la espiritualidad y la humanidad de estos temas que se dan en torno a las enseñanzas de Jesús, en torno a sus doctrinas, mandamientos, principios, prioridades y estilos de vida. Creemos que es muy difícil superar estas dos series sobre los Evangelios con el tema de los Derechos Humanos pero, por otra parte, es también una forma de reflexionar un poco más sobre las problemáticas humanas actuales. Nada humano le es ajeno a Dios.
Estamos acostumbrados a oír decir que los Estados tienen el deber de intervenir, de manera solidaria, para defender los Derechos Humanos. Muchas veces pensamos que deben ser los Estados quienes, de manera subsidiaria y solidaria, intervengan para defender los derechos del hombre y los derechos ecológicos que afectan tanto a la vida del hombre, como de los animales, como de los ecosistemas… Pero ¿y la iglesia?
Debemos olvidarnos del hecho de que la iglesia es solamente un lugar de reunión y de que su función termina con el culto, porque si no hay solidaridad con el hombre y búsqueda de justicia, el culto no es posible. Dios cierra sus oídos y no escucha. Leamos los textos proféticos. La insolidaridad con el hombre que sufre y que es despojado de sus derechos humanos, en el más amplio sentido de este término, cierra las compuertas del cielo. Así, ni nuestras oraciones ni el olor o el perfume de nuestro incienso cúltico, superará la altura del techo de nuestro templos. Nuestro ritual será vano.
Los cristianos tenemos unos valores que, lógicamente, engloban toda la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los supera. Tenemos los valores del Reino defensores del hombre, comenzando desde los más débiles a los que Jesús quiere encumbrar, trastocando valores de manera que los encumbrados pueden llegar a sumergirse en los últimos lugares. Así,
“muchos primeros serán postreros y muchos postreros primeros”.
Jesús nos deja con una ética humana excelsa y nada de lo humano le es ajeno. Sin embargo, no siempre los cristianos intervenimos hoy en la defensa de los derechos de los hombres, comenzando por los más pobres, oprimidos, despojados y lanzados a los ámbitos de la infravida. Vivimos, a veces, un cristianismo despojado del compromiso con el hombre. Un cristianismo no sólo light, sino falso.
Otras veces, usamos los temas bíblicos de solidaridad con el hombre desde la vivencia de una espiritualidad desencarnada e insolidaria con el hombre al que se le han robado su dignidad y sus derechos. Espiritualizamos los términos, usamos un lenguaje eclesial que muchos hombres en el mundo rechazan… muchas veces, prefieren los lenguajes seculares por la incoherencia de lo que dicen los cristianos en relación con sus hechos.
No sé hasta qué punto ha cuajado en el mundo la ciudad secular de la que hablaba Harvey Kox, pero sabemos que, en muchos ambientes, el lenguaje de los religiosos, del clero, de los hombres de iglesia, es rechazado. ¿Deberíamos los cristianos salir por el mundo con el texto de las parábolas del Reino con sus valores defensores de los débiles en una mano y con el texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la otra? ¿Nos entendería mejor el mundo, el mundo secular, desde tantos ambientes secularizados en medio de los cuales se ven crecer las injusticias, el robo de dignidad y de los derechos de los pobres y despreciados del mundo, si los cristianos no dejásemos solos a los Estados en su intervención en la defensa de los Derechos Humanos?
¿Son los Derechos Humanos unos mínimos morales de justicia que pueden ser una herramienta válida para defender el concepto de projimidad, aunque éste desde los valores bíblicos se vea como algo mucho más excelso? ¿Nos sirve la Declaración Universal de los Derechos Humanos como materia, aunque sea segunda, para ponerla junto a los valores bíblicos para que esto nos ayude a enraizar más nuestra fe en la historia, en la situación en la que vive nuestro prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora? ¿Nos puede servir la defensa de los Derechos Humanos para romper un poco las paredes de nuestros templos y hacerlos más permeables al exterior, más cercanos a la gente que sufre?
Si el cristianismo se viviera desde el compromiso tan radical con el hombre que tuvo Jesús, desde la defensa de una ética que abarca los ámbitos socioeconómicos, desde una ética liberadora de los pobres y débiles del mundo, desde una ética restauradora de todos aquellos que han sido humillados, ofendidos y lanzados a los márgenes de los caminos, apaleados y robados, el texto bíblico es más que suficiente.
Sin embargo, hemos de reconocer que nuestro compromiso con el hombre, vivido desde el ámbito eclesial, falla muchísimas veces, se espiritualiza de manera insolidaria y pierde las raíces que nos deben unir a la defensa de los derechos y la dignidad de nuestro prójimo en un mundo hoy en el que se vive un escándalo humano con más de media humanidad en pobreza, que afecta a la pérdida de derechos humanos tanto de los niños, como de las mujeres, como de los hombres, así como a los deberes del hombre con el ambiente ecológico, perjudicando todo el ambiente humano, el ambiente de la tierra y de los animales.
Desde ciertas perspectivas espiritualistas y faltas de compromiso radical con el hombre que sufre, el hecho de que los cristianos se decanten por una intervención solidaria en defensa de los Derechos Humanos tal y como los muestra la Declaración Universal, puede ser una herramienta que nos ayude al cumplimiento de nuestros deberes de projimidad.
Personalmente, desde esta revista Protestante Digital, quiero dedicar al menos un año a hablar de los Derechos Humanos, los cristianos y los pobres de la tierra. Vamos a hacer un recorrido en el que intentaremos estar lo más acertados posible, con la ayuda de Dios, manteniéndonos siempre con el texto bíblico en una mano y con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la otra.
Si queréis, con los Derechos Humanos como materia segunda con respecto a la propia Biblia, pero materia segunda totalmente válida y digna de defenderse como camino hacia una ética de dignificación del prójimo al que debemos amar con un amor semejante al amor que debemos tener a Dios.
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