Se trata de comentar las dos figuras de la parábola de “El fariseo y el publicano”. Dos figuras excluyentes: El fariseo, un ejemplo de autolimpieza y de autojustificación, y un publicano humillado y ejemplo de pecador para todos.
Dos iconos del mundo: los elevados en el pedestal de la religión, del dinero o del poder -en este caso de la religión- y los ofendidos y humillados. Jesús nos muestra perfectamente estos dos iconos excluyentes. No sólo nos habla de la actitud de su corazón, sino que nos describe sus posturas físicas, los gestos de su cuerpo que reflejan la altivez y el orgullo humano, o la humillación y el reconocimiento de su situación real ante un Dios tres veces santo.
Jesús hace esta descripción de posturas externas con total precisión. Observó y describió las posturas físicas de los personajes de la parábola en consonancia con la situación del corazón de cada uno. El religioso, que confiaba en sí mismo, tenía esta postura: permanecía en el templo ante Dios erguido, en pie. La postura del fariseo era propia del orgulloso autoconfiado. Tenía tantos méritos que no necesitaba ni se pasaba por su mente el humillarse ante Dios... porque ayunaba y diezmaba. Pensaría que era Dios el que le tenía que estar agradecido a él.
La frase bíblica que le dirige Jesús es derrumbadora de todo orgullo, cerraba los canales divinos, taponaba los oídos de Dios:
“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo”. Todos los canales del cielo estaban cerrados para él.
Oraba consigo mismo. ¡Cómo me recuerda esto a las frases de los profetas clamando que los canales del cielo están cerrados para los que no hacen justicia al huérfano, la viuda y el extranjero, justicia a los pobres y despojados del mundo!
“Así mismo, cuando multipliquéis la oración, yo no oiré”, decía Dios a través de Isaías contra los que son religiosos y no hacen justicia ni practican la misericordia con los pobres de la tierra.
El fariseo autoconfiado y despreciador, oraba consigo mismo en actitud y postura arrogante... y daba gracias a Dios porque no era como los otros marginados, tachados de pecadores o proscritos.
¿Podemos caer nosotros en estas posturas, posicionamientos ante Dios, desprecios, confianza en nosotros mismos que cierra los canales de relación con Dios? Debemos tener cuidado. El fariseo juzgaba a los demás sin límite, como si tuviera codicia de desprecio a los demás:
“no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros... publicanos”, despojados de dignidad y hacienda, aquellos que caminan en la infravida del hambre, la pobreza y la marginación como si fueran malditos de Dios. Pues no. En ningún caso son los malditos de Dios. Son los malditos de los hombres, de los injustos, de los cumuladores del mundo, de los religiosos autoconfiados y despreciadores de los débiles del mundo.
Este fariseo, orgulloso, volvía la mirada hacia el publicano y se alegraba en su interior de no ser como él. Seguro que ni le consideraba digno de entrar en el templo a orar. Cuando lo miró allí humillado, alejado como queriendo pasar desapercibido y, además, con los ojos bajados sin atreverse a alzarlos hacia el cielo, quizás pensaría que se lo merece, que merece esa humillación.
¡Cómo describe Jesús la postura del humillado y acepto a sus ojos! Fijaos:
“Mas el publicano estando lejos, no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho”... Ante Dios, esta debe ser nuestra postura y no la del orgulloso religioso de turno. Su postura, su actitud externa, el icono de humillación que nos describe Jesús, golpeándose el pecho es concorde con su oración:
“Dios, sé propicio a mí pecador”. Jesús deja claro dos posturas y posicionamientos diferentes... y ante Dios no somos nosotros muchos mejores que los proscritos del mundo.
Nos falta un dato, una apreciación: el sonido. No podemos escuchar el sonido de las voces del fariseo y del publicano. ¡Qué pena que no podamos tener esa grabación! ¡Qué diferentes sonarían esas voces! Voz de confianza, prepotente, acusadora del religioso, ante la voz de alguien que, a su vez, se golpeaba el pecho. Probablemente voz quebrada y con lágrimas de arrepentimiento que oscurecerían la voz que salía de su garganta.
Cuando basamos nuestra espiritualidad en la autoconfianza del religioso de los tiempos de Jesús, en el hecho de una justificación otorgada por nosotros mismo a causa de nuestros méritos y cumplimientos, tenemos el riesgo de llegar al desprecio y exclusión del otro, de tachar a otros de pecadores. El peligro que se corre es que con nuestro orgullo autoconfiado nos dirijamos a Dios de esta manera:
“Dios, te doy gracias porque no soy como este publicano”. Y comenzamos a contar a Dios nuestros méritos y cumplimientos. Pero puede ser que Dios no nos escuche en nuestro relato de méritos mientras fija su mirada en los auténticamente arrepentidos.
Pensemos en estos dos ejemplos y veamos dónde queremos estar nosotros. Si comprendiéramos al proscrito, al débil, al menesteroso, al pobre y al injustamente tratado, probablemente nuestra actitud no podría ser como la del religioso que nos describe la parábola.
Así, pues, os dejo estos dos iconos como ejemplo de reflexión. ¿Cuál es tu posicionamiento? De este tu posicionamiento va a depender cuál va a ser tu actitud de solidaridad o de desprecio a los débiles, pobres y proscritos del mundo. Tienes que hacer la opción. Tienes que estar posicionado en uno de estos dos iconos que nos deja Jesús en esta parábola. ¿Te da miedo?
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