La parábola de Los Obreros de la Viña, una de las parábolas del Reino, es hoy de gran actualidad en un mundo donde el desempleo destruye y empobrece las familias. Es el tema de los desempleados que, en el ámbito mundial, conforman como un enorme colectivo de sobrante humano de los que nadie tiene misericordia. Aunque suene fuerte, hoy muchos pobres desempleados en el mundo se dejarían explotar y oprimir para poder dar de comer a sus hijos, pero no solamente que nadie les contrata, sino que nadie les ofrece la posibilidad de algún trabajo esporádico para poder dar de comer a sus hijos.
Jesús se preocupa del desempleo:
“Y saliendo cerca de la hora undécima, halló otros que estaban desempleados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desempleados? Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado”. Texto completo: Mateo 20: 1-16. La parábola se plantea esta temática del desempleo desde un punto de vista de una justicia muy especial, la justicia de Dios, la justicia misericordiosa que trastoca todos los patrones y esquemas de la justicia en el mundo hoy.
Jesús se compromete con los desempleados. La parábola de los obreros de la viña es una parábola comprometida en la línea del compromiso con los más débiles, con los excluidos del mundo del trabajo, con los injustamente tratados e injustamente retribuidos o, simplemente, los que no llegan a conseguir el derecho de la retribución de un trabajo digno. Tiene todas las particularidades de la preocupación de Jesús por los pobres de la tierra.
Jesús sitúa esta parábola sobre el desempleo en el contexto de una conversación con un rico, porque la riqueza de unos es la escasez de los otros. Así, pues,
el contexto, curiosamente, es la parábola del joven rico que tenía todo asegurado en la tierra, pero quería también asegurarse todo en el cielo. Quería tanto las riquezas de la tierra como las del cielo.
Jesús, que estaba del lado de los parados y de los pobres, se enfrenta a él con una radicalidad que asusta: “Pero muchos primeros serán postreros, y postreros primeros”, idea central de la parábola de los obreros de la viña, parábola de apoyo a los desempleados, que se cumple de forma escandalosa pagando a los últimos los primeros y la misma cantidad que a los que habían estado trabajando todo el día. Es también idea central de toda la línea del Evangelio, de los valores del Reino que nos trajo Jesús.
La parábola es actual y busca justicia para tantos desempleados en el mundo hoy. Se sitúa en un contexto de paro masivo, de mucho desempleo. La situación de Palestina se había deteriorado en cuanto al empleo. Los pobres eran personas “sin tierra”, simples braceros que ofrecían mano de obra barata, que se vendían por lo mínimo. El cuadro que presenta la parábola podría ser el de algunas de nuestras ciudades de hoy en relación con los inmigrantes que esperan en las estaciones o lugares estratégicos a que llegue algún empleador y les dé trabajo para ese día, aunque sea explotándolos. Quizás estarían allí, en la plaza, con sus herramientas para ser “contratados” bajo la palabra de los empleadores, de los amos o, en su caso, de los explotadores u opresores.
Los amos, según la parábola, sólo contratan a los más fuertes, a los que mejor pueden explotar. ¿A quienes contrataban los primeros estos amos? Sin lugar a duda a los más fuertes, a los que más podrían rendir, a los que, quizás, mejores herramientas tendrían, mejores y más fuertes brazos. Eran contratados con precio pactado: un denario. Este privilegio sólo lo tenían los más competitivos, los que eran capaces de aguantar una jornada de sol a sol. No quedaba otro remedio que buscar el salario diario porque, quizás, el que no trabajaba, no podía llevar el pan a sus hijos.
Jesús, sin embargo, se fija en los desempleados más débiles, menos competitivos, más agotados y sufrientes. El hombre de la parábola de la viña, en la línea y dentro de los parámetros de los valores del Reino, era un empleador especial que no se limitaba a contratar a los competitivos, a los fuertes en la primera hora de la mañana. Este empleador era diferente: también salía a contratar en las últimas horas en donde ya sólo quedaban los no competitivos, los que nadie había querido contratar, los excluidos, los débiles, los que, con estómagos hambrientos, pensaban con tristeza que sus hijos tampoco hoy iban a comer ese día.
¿Quién puede contratar a estos desgraciados? ¿Qué les podrían pagar a esos débiles del mundo, a esos excluidos tirados en la plaza con la tristeza del rostro de un parado de larga duración que ha agotado todos sus recursos y tiene hambre? ¿Quién podría contratar a esas horas a estos desgraciados a los que nadie había seleccionado? ¿Qué salario se les podría dar a esos angustiados que veían pasar las horas del día sin que nadie se fijara en ellos?
Jesús, ante los desempleados deteriorados y sufrientes, con su inversión de valores, propia de los valores del Reino, intenta rescatar el concepto de auténtica justicia, de justicia misericordiosa que pone a los últimos como primeros en la línea de su Evangelio. Este hombre misericordioso de la viña se acerca a última hora de la tarde a los débiles y excluidos del mundo del trabajo. Ya casi no queda tiempo para trabajar, pero eso es secundario frente al hambre, frente a la imposibilidad de estos hombre de llevar un trozo de pan a sus hijos.
Jesús, cercano a los desempleados. Se acerca a ellos:
“¿Por qué estáis aquí todo el día desempleados? Le dijeron: porque nadie nos ha contratado”. Y ante la propia admiración y extrañeza de estos últimos, el hombre de la viña les dice que vayan a trabajar con él. Curiosidad: con estos últimos no hay pacto de salario. El dueño de la viña no ofrece, ni los trabajadores débiles y últimos le preguntan, no se atreven a pactar.
Ocurre lo típico de todos los pasajes del Evangelio:
Los desempleados acogidos por Jesús no se consideraban dignos de hablar de salario a aquella hora del día y en la situación de debilidad, deterioro o hambre en la que estaban. Simplemente van sin pacto de precio, guiados por la confianza en el dueño de la viña. Para ellos eran suficiente que, aunque fuera al final del día, pudieran contarse entre los elegidos para trabajar. Confían. Confían en el dueño de la viña. Eso era suficiente. ¿Cómo van a imponer condiciones los débiles y excluidos del mundo, los injustamente tratados, los que están en la infravida del hambre y de la miseria?
Los desempleados confían en este amo tan especial. El dueño sólo les dice una frase que para ellos es más que suficiente:
“recibiréis lo que sea justo”. Para los parámetros humanos, estos deberían haber recibido quizás la duodécima parte de un denario que era lo que ganaban los que estaban de sol a sol. Pero ellos confiaron en el concepto de justicia del dueño de la viña… y este no les falló.
Según Jesús, para los desempleados de larga duración, para estos excluidos del mundo del trabajo, la justicia del Señor de la viña es igualatoria, dignificadora y trastocadora de esquemas y valores: antepone los débiles a los fuertes, los últimos son los primeros, son pagados en primer lugar y, además, igual que los fuertes, igual que los que habían trabajado todo el día… porque el Evangelio comporta una justicia misericordiosa.
Según este concepto de justicia misericordiosa que aplica Jesús a estos desempleados, los fuertes de este mundo no tienen por qué recibir más. Señor, ayúdanos a aplicar esta justicia para con los desempleados y excluidos del mundo.