Jesús Dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). La frase: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”, debería estar escrita por todas las calles y esquinas de nuestras ciudades y barrios para que, de alguna manera, acabara grabada en las conciencias y en los corazones de los hombres de hoy.
Es una frase crucial que ataca el centro y las entrañas del hombre de nuestros días, deslumbrado por el brillo de las riquezas y que no es feliz cuando no consigue todo lo que quiere dando rienda suelta a su ambición y su avaricia. No ha sabido encontrar lo esencial de la vida. Es la tragedia del hombre coetáneo nuestro y, quizás, ha sido la tragedia de toda la historia de la humanidad. No miran a lo invisible a los ojos.
Hemos confundido el rumbo. La felicidad no se busca en la entrega y en el dar, como nos aconseja la Biblia, sino en el poseer, lo visible a los ojos y medible en el bolsillo. De ahí que muchos hombres vivan para trabajar, acumular, pagar hipotecas, consumir... algunos ahorrar, pero no dan lugar a la auténtica vida que se describe en la Biblia y que no consiste en la abundancia de bienes. No. Ahí no se encuentra al sentido de la vida. Hay que buscar lo esencial de la vida que es menos visible a los ojos.
Si no sabemos captar esta filosofía de vida cristiana, la consecuencia es clara: No se está dispuesto para el compartir, para preocuparse de tantas personas en la exclusión y en el no vivir de la pobreza severa y la marginación. Levantamos nuestra mirada hacia el rico que acumula, hacia el triunfador sin que nos importe cuáles han sido los valores en los que se ha apoyado para llegar a loa cumbre de la riqueza. Nuestros ojos se llenan con el brillo del oro, nos humillamos ante él.
“Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado”, decía uno de nuestros clásicos. Sobrevaloramos al rico acumulador y avaricioso y le colocamos en el pedestal del prestigio humano... allí donde se sitúa al dios Mamón, al dios de la riqueza. Allí donde se le adora y se le ofrecen sacrificios de millones de vidas que son despojadas de hacienda y de dignidad. También de posibilidades de vivir una vida digna.
El “mamonismo” de nuestros días nos deslumbra, nos ciega, nos humilla. Lo vemos con cierta envidia encaramado y encumbrado como mostrando las esencias de la vida plena. ¡Qué engaño! El problema es que estos ideales “mamonistas”, del dios de las riquezas, se adentran también en la vida de nuestras congregaciones cristianas y nos moldea... y consigue que nos olvidemos de los millones de personas pobres y excluidas que se quedan tirados al lado del camino, desheredados y excluidos.
Es, entonces, cuando comenzamos a vivir la religión a la que se ha mutilado cortándole la dimensión del prójimo, el concepto de projimidad... y, encima, somos capaces de pedir al Señor, como ocurre en este texto que estamos comentando, que sea nuestro repartidor de herencias, de bienes materiales, de dinero. Pero la voz de Jesús suena:
“Mirad y guardaos de toda avaricia”. No os humilléis ante el resplandor del oro, no lo adoréis.
Así, a todos los que andan por el mundo deslumbrados por el materialismo y la acumulación de bienes que se da por los desequilibradores del mundo, hay que dedicar la frase de Jesús:
“La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Frase que sería capaz, si la hiciéramos vida en nosotros, de eliminar la pobreza del mundo.
Jesús nos da el prototipo del malo. Nos lo da en el texto que estamos comentando en donde está la parábola del rico necio, ese rico, prototipo hoy del prestigio y del triunfo para muchos de los humanos que se mueven a nuestro alrededor, para Jesús era necedad. Este tipo de rico acumulador es también el prototipo del necio, del insensato... del malo. Tiene que ser condenado y destruido.
Este prototipo tiene que ser arrancado de la faz de la tierra. Tiene que ser eliminado y que las generaciones futuras lo olviden, que ya nadie se acuerde de él.
Jesús, en este texto que estamos comentando, lo destruye, lo elimina del mundo de los vivos para que otros puedan desarrollar su vida en dignidad. “¡Necio! -son las palabras de Jesús-. ¡Esta noche vienen a pedirte tu alma!”.
¿Se deberían plantear los cristianos estrategias para eliminar de la faz de la tierra a los acumuladores injustos que se encumbran sobre las miserias de más de media humanidad? Yo creo que sí. Estrategias pacíficas que acercaran el reino de Dios a los pobres y al mundo. Estrategias del uso de la voz y de la denuncia. Estrategias de búsqueda de justicia que dieran al traste con los valores maléficos que aclaman la riqueza y la acumulación como prestigio.
Si leéis la parábola, toda ella es un monólogo del rico consigo mismo. Le falta la dimensión del otro, del tú, del prójimo. Un monólogo de orgullo egoísta que, además, es aniquilador del pobre, le roba sus posibilidades de vida digna. La escasez del despojado se queda en la mesa y en los almacenes de este rico acumulador. Para él no existe el prójimo, no existe el desvalido, ni el hambriento, ni el explotado, ni el oprimido. La Biblia para él, si es que se lo plantea, sólo se interpreta en términos de espiritualidad. Así se regodea en un monólogo materialista con abundancia del uso de los pronombres posesivos. Llega hasta aplicar el posesivo a su alma:
“diré a mi alma”... Es el colmo del egoísmo insensato.
La frase de Jesús: “La vida del hombre no consiste en los bienes que posee”, es hoy una frase que es contracultura en relación con los valores egoístas que se desenvuelven en el mundo. De ahí que los cristianos asumamos la tarea de la evangelización de la cultura. El poder decirse uno a sí mismo, en el monólogo egoísta:
“Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”, comporta un concepto totalmente materialista de la vida. Es como decir que
“el hombre es lo que come”, burda frase del materialismo histórico, pero Jesús nos dice que
“el hombre es más que la comida”.
El que los cristianos podamos captar esta filosofía, es lo que puede dar una salida al mundo de la pobreza, de la exclusión y la marginación. Es lo que puede hacer que volvamos nuestra mirada al prójimo sufriente. Nos realizamos como hombres y somos humanos en la búsqueda de la paz, de la justicia, de la solidaridad, de un equilibrado reparto de bienes del planeta tierra, del cuidado de la propia tierra... del cuidado del otro, del hermano, del prójimo.
No caigamos en la pregunta de la muerte:
“¿Soy yo acaso el dueño de mi hermano?” Así nunca podremos ser felices. Sólo somos felices en la entrega al otro. Sólo así podremos encontrar la felicidad del dar y del darnos. Lo otro es tanto necedad como maldad.
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