Cuando titulo esta reflexión como “Cristianos sosos, iglesias son luz”, tampoco es mi propósito hacer una crítica a la iglesia y al pueblo cristiano en general, sino hacer una reflexión sobre la vida desalada que, a veces, podemos llevar los creyentes dejando al mundo sin sabor, sin luz.
Creo que la reflexión merece la pena. Espero que no os escandalicéis ni de las palabras de Jesús ni de esta reflexión. Jesús nos tuvo que decir:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada”… Vosotros sois la luz del mundo… No se enciende una luz y se pone debajo de un celemín… para que vean vuestras buenas obras…”. Mateo 5:13-16.
En todo caso,
sin pretender ninguna crítica que escandalice, sería una crítica a la vivencia del cristianismo de forma no comprometida, light, sosa, cómoda… irresponsable, para llevar a una reflexión en búsqueda de un compromiso lleno de sabor, de luz, de fuerza… de gracia. No debemos convertir el cristianismo en una religión cómoda que a nadie interpela en forma de reto y de servicio, que a nadie ofende ni cuestiona.
Cuando no vivimos en profundidad y con coherencia la projimidad, el servicio, el compromiso con el mundo, con los valores del reino y con la radicalidad de las enseñanzas de Jesús, convertimos nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana en algo insaboro, inodoro, lleno de indiferencia, irresponsablemente cómodo y falto de compromiso… no hay sal, no hay luz. Nos convertimos en un grupo que intenta mirar al cielo o que nos miramos a nosotros mismos, pero un grupo al que le falta sal, especies, picante… vida.
Cuando esto es así, nuestra presencia cristiana en el mundo, sólo sirve para que nos pisoteen como algo vano y sin valor, que nos echen a los contenedores de la basura porque hemos perdido todo principio que nos motiva a la vivencia de una vida cristiana que da sal y luz al mundo.
Así, cuando somos cristianos sosos o iglesias sin luz, podemos hablar desde el pesebre hasta la cruz, haciéndonos cómodos rincones para adormilarnos al olor de los animales o de las imágenes de lo que llamamos un belén, o para recostarnos buscando goces insolidarios en los brazos de la cruz. Todo nos sirve para sestear e intentar vivir goces insolidarios que son vanos y que no sirven para nada. Vapores adormideros de conciencias. Búsquedas de seguridades que huelen a insolidaridad y egoísmo pernicioso. Vapores religiosos que no nos comprometen, como nos pide la definición bíblica de religión, ni con los huérfanos, ni con las viudas, ni con ningún otro colectivo sufriente del mundo.
Es entonces cuando hemos caído en la sosería, en lo insípido, en lo no motivante ni liberador para el mundo. Estamos metidos debajo del almud, del celemín, de las cuatro paredes de la iglesia sin que la luz y la sal lleguen al mundo que nos necesita.
Cuando perdemos el contacto con el mundo y nuestra vivencia del cristianismo transmite vaciedad y oscuridad, hemos perdido el contacto con el Dios de la vida, con el Dios que es luz y sal para el mundo. Hemos perdido el reflejo que de lo divino debe haber en los seguidores de Jesús.
Cuando no somos sal y luz, cuando hemos dejado de hacer del cristianismo vida que esparce sal y luz por el mundo, es cuando convertimos la vivencia de lo espiritual en ritual, en doctrinas y tradiciones que no nos hacen caminar por el mundo como “vivos entre los muertos”, no andamos como vivos que van salando el mundo, vivos que son una ráfaga permanente de luz. Caminamos como cadáveres que han perdido la esencia de la vida cristiana, el sabor y la luminosidad. Somos cuerpos opacos que caminamos por el mundo ante la indiferencia de todos.
Cuando no vamos esparciendo sal y luz, ya no somos testigos del Evangelio. Hacemos para nosotros mismos un evangelio de autoconsumo que no nos reta ni nos convierte en las manos y los pies del Señor que se mueven en medio de un mundo de dolor esparciendo la sal y la luz que debe convertirse en el consuelo, la práctica de la misericordia, la acción social cristiana comprometida con los débiles del mundo, los estilos de vida y las prioridades en la línea de los ejemplos que nos dejó Jesús.
Cuando vivimos un cristianismo inoperante que no esparce ni la sal ni la luz que el mundo necesita, estamos convirtiendo nuestra fe en algo mortecino, que no actúa, que no tiene obras… las obras de la fe, las obras del amor. Es por eso que el texto concluye que debemos ser sal y luz para que se puedan ver nuestras buenas obras, nuestros hechos, nuestros compromisos prácticos de ayuda solidaria a los sufrientes del mundo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos”.
Los cristianos que huyen de lo insípido, de lo soso, de lo inoperante, no tienen más remedio que vivir su fe de forma que ésta actúe a través del amor. El Apóstol Pablo, que lo vemos como el defensor de la salvación por fe, y es cierto, tiene que darnos esta frase que convierte la fe en algo activo, operativo, con obras, actuando a través del amor… las obras de la fe: Lo importante es “la fe que actúa por el amor”. Las obras que hacen que los cristianos puedan ser sal y luz, un fermento de compromiso que puede liberar al mundo, que lo puede cambiar, que puede acercar a todos sus rincones los valores del reino que son valores solidarios, restauradores de los sufrientes del mundo y que trae a la luz a aquellos que han sido relegados a los últimos lugares de forma inmisericorde.
Es entonces cuando ya no vamos a buscar el rincón cómodo o romántico del pesebre, ni vamos a sestear más acurrucados en los brazos de la cruz.
Tanto el pesebre como la cruz van a ser nuestra fuerza, lo que nos impulsa a salir al mundo para sazonarlo con el sabor de la sal e iluminarlo con la lumbre de la vida. Cuando miramos con compromiso hacia el pesebre o hacia la cruz, es cuando nos damos cuenta que nos queda un camino estrecho que recorrer siguiendo al maestro. Es cuando nos haremos testigos vivientes y visibles de Cristo, fuerza divina humanizadora, liberadora, solidaria… Se necesita más sal, sal de la tierra y luz del mundo, para dejar de sestear y que mundo pueda ver nuestras buenas obras… Si no, ¿cómo van a glorificar a Dios?
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