Jesús, en el pórtico del milagro de la multiplicación de los panes y los peces fue conmovido por la compasión. Este sentimiento compasivo le llevó a decir de las multitudes: “No tienen qué comer”. Esta frase y este sentimiento compasivo, escandalizó a los discípulos. Pensar ahora en una multitud tan grande hambrienta, era escandaloso.
Para los discípulos era un imposible el saciar a tan ingentes multitudes: “¿De Dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto para saciar a una multitud tan grande?”. No creían en el milagro.
Lo mismo les pasa a muchos cristianos hoy ante los mil millones de hambrientos en el mundo: Se escandalizarían si Jesús les dijera: “Dadles vosotros de comer”. Falta confianza en el poder del Señor... y el hambre sigue devorando a esta multitud tan grande. ¡Escándalo de la humanidad!
¿Qué es esto? ¿Falta de amor o de confianza en el poder del Señor actuando a través de sus hijos?
¿Qué tienes para comer hoy? ¿Puedes comer tranquilo tu pan? La pregunta se la pueden hacer hoy muchos cristianos ante las dimensiones del hambre y de la desnutrición que hay en el mundo. Paraliza el ver las dimensiones de la pobreza, el ver a los más de mil millones de hambrientos. Así, cuando se hacen llamadas a la solidaridad y a la fraternidad universal que nos debe llevar al compartir, podríamos preguntarnos como los discípulos: ¿De dónde? ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes? Nos agobiamos, nos paralizamos, nos escandalizamos y damos la espalda al grito de los hambrientos. Nos hacemos sordos al gemido de los marginados del mundo.
¿Cómo crear tranquilidad en nuestras mesas? Bendiciendo nuestro pan y cambiando también en nuestro interior: pasando a ver que hay hermanos nuestros en pobreza... e intentar compartir. Al compartir el pan bendecido, nos damos cuenta que nuestra familia aumenta hasta extremos insospechados y, si somos sinceros delante del Señor, no nos queda otro remedio que compartir el pan bendecido. Si no, nuestro pan sería maldito y basado en la escasez del pobre.
¿Cómo eliminar intranquilidad al comer el pan? ¿Cómo eliminar el escandalizarte? No puedes comer tu pan maldito a espaldas de tus hermanos hambrientos. Cuando te dispones a compartir un pan bendecido, debes acordarte de tus hermanos ancianos y solitarios, de los extranjeros inmigrantes explotados y presas de modernas esclavitudes y opresiones, de aquellos parados de larga duración que les resulta casi imposible entrar de nuevo en el mundo del trabajo, de los niños que pasan hambre… y ver la forma de pasar a la acción haciendo que el pan se comparta, que sea el pan de todos.
El pan maldito crea intranquilidad. El pan comido en el egoísmo de espaldas a los colectivos marginados y excluidos del mundo, es pan maldito, es el pan que representa la escasez del pobre. Es un escándalo.
¿Puedes comer tranquilo tu pan? La parábola nos demuestra que nadie puede comer con tranquilidad un pan maldito, no bendecido. Sólo puede comer con tranquilidad su pan aquel que, una vez bendecido, sabe que ese pan no le pertenece sólo a él, sino que es el pan de todos. Comer con tranquilidad tu pan, despreocupándote de los estómagos vacíos de tantos hambrientos, es comer pan maldito. La tranquilidad saltará echa pedazos. Será una tranquilidad rota por los mazazos del egoísmo que nos intranquiliza. Estar satisfechos frente a las bocas vacías de tantos coetáneos nuestros, hermanos nuestros, es estar desobedeciendo la voz del Maestro: “Dadles vosotros de comer”.
La Parábola nos muestra que hoy también hay muchos hambrientos que no tienen qué comer. Hoy, el mundo pobre se pone delante de nuestras puertas. Las grandes masas de inmigrantes que cruzan nuestras fronteras son como la punta del iceberg que representa la escasez y el hambre del mundo, la infravida en la que muchos hermanos nuestros viven. Vienen a participar de lo que también a ellos pertenece.
La Parábola nos enseña que cuando negamos nuestro pan y no lo compartimos con nuestros hermanos que están cruzando nuestras fronteras y acercándose a nosotros, comemos pan maldito que genera odios, racismos, xenofobias, incomprensiones. Pan maldito que piensa que esos extranjeros vienen a quitarnos lo nuestro, nuestro trabajo, nuestros medios. Eso es no saber compartir el pan, es desobedecer el mandamiento de Jesús: “dadles vosotros de comer”. Es entonces cuando las palabras de Jesús escandalizan.
La parábola es clara y nos recuerda el camino a seguir en medio de la injusticia del mundo. Bendecir nuestro pan, ponerlo en las manos del Señor y compartirlo, es la única forma de poder cumplir con el mandamiento del Señor.
Compartir el pan hoy nos debe llevar también a otros sentimientos con los pueblos pobres, con los extranjeros que están dentro de nuestras puertas: Compartir el pan también es preocuparse por la justicia en el mundo, por las leyes de extranjería, por el sufrimiento de tantas expulsiones e internamientos de extranjeros en los CIE que están dentro de nuestras puertas.
La Parábola nos grita: Compartir el pan es buscar la justa redistribución de los bienes del planeta tierra. Es la única forma de convertir nuestro pan en pan bendecido, pan que ya no nos pertenece, sino que es el pan para todos, el pan que ha de ser justamente redistribuido en el mundo. Es la única forma de que las palabras de Dios no escandalicen, de que no nos escandalicemos ante el mandato de Jesús de dar de comer a tan ingentes multitudes.
La Parábola nos interpela en el presente. No nos escandalicemos. El problema no se va a solucionar a través de los contables del mundo, del “dios” mercado que nos rodea. La solución del problema es trabajar con pan bendecido, no con el pan valorado por las estrictas leyes económicas de gobiernos injustos. El pan bendecido, el pan que ya no considero como únicamente mío, el pan que es de todos, es el único que podrá ir resolviendo el grave problema de poder dar de comer a todos. La solución del problema viene de aquellos que no se escandalizan de las palabras del Señor y se ponen manos a la obra, bajo la dirección de Dios.
Para no escandalizarse y ponerse a la tarea de dar de comer, los gobiernos deben ser bendecidos, las iglesias igualmente, así también las familias. Ser bendecidos en este contexto es darnos cuenta de que lo que tenemos no nos pertenece. Debemos darnos cuenta que todo lo bendecido es público, es de todos, no guarda en almacenes de pueblos ricos, no desprecia el comercio justo.
¿Cómo pueden ser bendecidas las estructuras injustas para que también el pan sea bendecido, pan de todos, de todos los habitantes y pueblos de la tierra en un plan de igualdad y de justa redistribución?
La Parábola nos anima a bendecir el pan. Eso implicará que ya nada será nuestro, que lo hemos puesto a disposición de todos, que lo hemos compartido… que ni siquiera somos nuestros. Pero en ese no ser nuestro, es donde nos encontraremos con nuestros hermanos, los pobres de la tierra que podrán ser liberados. La aparente pérdida se habrá convertido en ganancia.
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