Esta es una parte del Evangelio a los pobres que más nos debería hacer reflexionar, ya que no se trata solamente de que dejemos a los empobrecidos, marginados y excluidos tirados al lado del camino sin que seamos movidos a misericordia, como en la parábola del Buen Samaritano, sino que el texto de Mateo 25 nos lleva a la visión de cómo repercute esto en la sensibilidad de Dios mismo. Dios percibe la omisión de la ayuda como si hubiéramos sido inmisericordes con Él mismo. Es la mayor llamada de atención que nos hace el Evangelio a los pobres.
Lo que no hemos hecho por uno de estos que tienen hambre, hemos dejado de hacerlo por el mismo Dios. Jesús, el experto en sufrimiento, se queda también al lado del camino, al lado de los sufrientes del mundo, cuando omitimos la ayuda. Por tanto, podemos dejar también a Dios tirado al lado del camino cuando cometemos el pecado de omisión.
La verdad es que el Evangelio a los pobres que nos deja Jesús suena con una radicalidad tan fuerte a nuestros oídos que, quizás, tenemos problemas para comprometernos en esa forma tan radical que demanda el concepto de projimidad que nos deja Jesús, nos da miedo… podríamos temblar al pensar que nuestras insolidaridades para con el prójimo son insolidaridades para con Dios mismo al que podemos dejar tirado en la estacada. Hiere a nuestra sensibilidad el pensar que estamos dejando tirado a Dios al lado del camino. Nos interpela menos el dejar tirado a nuestro prójimo, pero está en la relación de semejanza que nos habló Jesús.
Quizás es por eso que
el cristianismo lo hemos ido adaptando, de forma cómoda, para que nuestra sensibilidad no se sienta tan radicalmente llamada al compromiso. En lugar de esta radicalidad en la línea horizontal del Evangelio a los pobres, en la relación de servicio al prójimo, hemos adoptado una espiritualidad un tanto desencarnada en busca de una relación más cercana con el más allá y con los ángeles, que con el prójimo que gime y grita al lado del camino implorando misericordia. Le damos la espalda en muchas ocasiones, faltando a los deberes de projimidad, sin darnos cuenta que lo que estamos haciendo es dar la espalda a Dios mismo.
Es tanta la responsabilidad y el compromiso actuante que nos demanda, tanto la fe como el Evangelio a los pobres, que
nos da miedo de que trastorne todas nuestras comodidades, goces y disfrutes insolidarios. Es como si Jesús fuera demasiado lejos en sus demandas para con el prójimo, pero esto lo vemos en toda la Biblia y se resume con las palabras de Jesús en donde el amor a Dios y el amor al prójimo se ponen en relación de semejanza. Así, pues, en la situación de pobreza en el mundo, o en nuestras ciudades, cuando dejamos al prójimo desnudo, sin albergue y hambriento sin hacer nada y sin ser llamados al compromiso, estamos dejando tirado a Jesús mismo.
Es curioso que lo que el texto nos demanda es cubrir simplemente las necesidades básicas, aunque todo esto bíblicamente sea el comienzo de la búsqueda de la justicia y la denuncia del despojo de los pobres, pero el texto parece que no nos habla de ayudas excelsas, ni de sacrificios ímprobos. Nos habla de dar de comer, vestir, albergar, visitar… Es la importancia de la ayuda asistencial, aunque el proceso culmine con la búsqueda de justicia. Es la línea que va marcando el proceso de puesta en marcha de la solidaridad cristiana en el seguimiento del Evangelio a los pobres.
Esta línea del Evangelio a los pobres nos muestra la importancia y la repercusión de nuestras acciones comprometidas y liberadoras, de nuestros compromisos solidarios y, en su caso, la maldad de la omisión de la ayuda. Es tal la relación y comunión de Dios con los hombres, que la omisión de nuestras acciones de fe, le afectan profundamente. Por eso separa de su lado a los insolidarios y a los que han sido sordos ante el grito de los pobres, ante su dolor, ante su hambre.
Así,
el pecado de omisión, tal y como se ve en Mateo 25, es callarse o pasar de largo ante las necesidades de los empobrecidos del mundo, de los tirados en las cunetas por falta de misericordia de tantos que dicen querer servir a Dios. El pecado de omisión, no es sólo un pecado contra el hombre, sino contra Dios. Por tanto, no hay ningún Evangelio que no pase por las líneas del Evangelio a los pobres que nos anunció Jesús. Es lo que dio identidad a Jesús como el Mesías enviado y es lo que da identidad a los auténticos seguidores de Jesús.
Así, pues, a los insolidarios y acumuladores que se ponen vestimentas religiosas y se dan golpes de pecho buscando la espiritualidad cristiana, no los creáis. Si ellos anduvieran por las líneas de la auténtica espiritualidad cristiana, deberían actuar como Zaqueo: repartir los bienes entre los más pobres.
Mateo 25 nos dice que Dios no puede salvar a los insolidarios que, pudiendo, no actuaron y dejaron en el hambre, en la desnudez y en la intemperie a sus prójimos necesitados. Son condenados por esta omisión porque, según estos textos, no es Dios quien los separa de sí, sino que fueron ellos los que dejaron a Dios tirado al lado del camino:
“Lo que no hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”.
Esto no quiere decir que la salvación sea por obras. Lo que quiere decir es que la salvación por fe implica una fe viva y actuante que sabe que creer es comprometerse tanto con Dios como con el hombre, con el prójimo.
Señor, no nos dejes gozarnos en el disfrute insolidario, no nos des alegría hasta que no entendamos las líneas que tú nos dejaste en el Evangelio que, siendo para todos, tú nos quisiste hablar de forma específica del Evangelio a los pobres.
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