Parece que este joven rico era consciente de que la vida en la tierra era limitada, que el disfrute de sus herencias no iba a ser permanente, que el tiempo pasaba de forma inexorable y que sus riquezas no le ayudarían a conseguir una vida eterna en nuestras coordenadas espacio-temporales. Era bonito disfrutar de las herencias en la tierra. Pensó que sería bueno intentar heredar también para el más allá. Quería tener todo en la tierra y todo en el cielo. Esta filosofía no se compadece con los valores del Evangelio a los pobres.
Jesús le enfrenta con una realidad dura: Esto que me pides no es posible. No puedes marchar detrás de mi, camino a la vida eterna con un lastre tan grande de riquezas. Sin embargo, el joven rico tuvo que recorrer un camino, en el que exhibe toda su ética de cumplimiento y conocimiento, toda una conversación con Jesús, antes de llegar a esta conclusión que le produce gran tristeza. Creer no es cumplir, no es participar en rituales cúlticos, es comprometerse con Dios y con el prójimo dando como resultado líneas de acción de cara al prójimo necesitado, al prójimo sufriente.
Una de las líneas que se repite en la Biblia en relación con el Evangelio a los pobres, abarca dos conceptos importantes: la necedad de las riquezas y la omisión de la ayuda de los ricos a los desamparados, a los pobres de la tierra. El joven rico estaba feliz con el disfrute de sus riquezas en la tierra, pero se llena de tristeza cuando se le pide que la comparta, que sea solidario, que practique la solidaridad.
También la pregunta que hace al Maestro,
“¿qué haré para heredar la vida eterna?”, se repite en diferentes parábolas y no parte de la boca de los pobres. Los ricos se interesan por el más allá, por situarse también allí, por unir a sus posesiones en la tierra, los bienes del más allá. A través de esta pregunta del joven rico se le pide a Jesús que responda sobre algo fundamental, algo esencial, algo sumamente importante y vital. Se trata de ver qué hacer, cómo comportarnos… nada menos que para conseguir la salvación eterna.
La pregunta viene desde los cumplidores, desde los que creen que la vida eterna se puede ganar actuando, cumpliendo con rituales. Pedían algo concreto. Probablemente se hubieran desilusionado si Jesús les hubiera dicho que creyeran, que tuvieran fe. Hubieran dicho que ellos contaban con la fe desde siempre, que eran grandes creyentes.
Jesús, por tanto, les responde desde el plano de lo concreto, desde el plano de la vida en el aquí y el ahora. Conocían los mandamientos que eran concretos y prácticos: “Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos”. Esta respuesta, para los que vivían dentro de la ética del cumplimiento como en la parábola del buen samaritano y en esta del joven rico, era decepcionante. ¡Señor, si vivimos para eso!
“Todo esto lo he guardado desde mi juventud”, dice el joven rico. ¡Maestro, tienes que darme otros retos! El joven rico consideraba esta respuesta incompleta. El cumplir la ley y los mandamientos era “pan comido” para estos cumplidores, para este joven rico y otros integrados en los sistemas religiosos y económicos del momento.
Desde los parámetros del Evangelio a los pobres, se pueden ver las siguientes características de estos religiosos ricos y acumuladores del mundo: son cumplidores, intentan tener una ética de cumplimiento, pero es cumplimiento ritual, no actúan. Son cumplidores religiosos, pero no tienen misericordia del prójimo caído al lado del camino. Son cumplidores, pero no tienen una fe comprometida en la línea del Evangelio de Jesús… Jesús no capta en ellos una fe viva, aunque sean cumplidores de los mandamientos y de los ritos eclesiales.
El compromiso que se pide a los ricos desde el Evangelio a los pobres es tan radical que no basta, no es suficiente, el que dejen algunas migajas para los pobres. Eso hizo el rico de la parábola del rico y Lázaro, que le dejaba que comiera de las migajas que caían de su mesa. Hay que dar y darse hasta límites insospechados. El Evangelio a los pobres asusta hasta hacer muy difícil que un rico herede la vida eterna.
En la parábola del buen samaritano, que responde a la misma pregunta por la salvación, se da un imperativo de acción siguiendo las líneas de projimidad para con los apaleados y marginados de la historia: “Haz tú lo mismo”. En la parábola del joven rico, desde las líneas del Evangelio a los pobres, se da un imperativo tan radical que obliga a compartir de forma total y absoluta si se quiere seguir a Jesús para poder heredar la vida eterna. La respuesta final es:
“anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”.
En el fondo la respuesta que enlaza con el Evangelio a los pobres es que no hay que vivir para las riquezas, sino para el servicio a los pobres, a los más necesitados, a los sufrientes del mundo. En el fondo, la respuesta es: No basta con ser religiosos, no basta con ser cumplidor. Hay que tener una fe viva que actúa, que hace el bien, que comparte, que da, que reparte, que hace felices a los otros. Ahí está la fuente de la felicidad. El rechazo a estas líneas nos sume en la tristeza, como ocurrió con el joven rico.
En la línea de esta parábola, no hay felicidad para el mundo si hay personas cargadas de un lastre grande de riquezas. Esas cargas de riquezas almacenadas hay que repartirlas igualitariamente para que no haya pobres entre nosotros, en el mundo. Si los ricos se van y no aceptan el reto de Jesús y siguen cargados de riquezas, estos ricos se van tristes. Se quedan con sus riquezas y con sus tristezas.
Pero ocurre algo más grave: La tristeza, en grado sumo, en grado de sufrimiento, se desparrama por el mundo haciendo que millones y millones de personas vivan en la infravida, en el no ser del hambre y de la marginación. Por eso, si se quiere el tesoro del cielo, hay que vender y repartir. ¡Todo! Quizás porque todo es de todos.
Señor, ayúdanos a concienciar al mundo de la necesidad de una mejor redistribución de los bienes del planeta. Ayúdanos a que, con nuestra acción, nuestra voz y nuestra búsqueda de justicia, podamos eliminar la tristeza de esos ricos que no pueden seguirte para que, así, eliminemos mucho sufrimiento del mundo. No nos dejes caer en la pasividad. No nos des voz ni influencia hasta que no la usemos para llevar al mundo los valores del Evangelio a los pobres… hasta convertir a los ricos, como fue el caso de Zaqueo.
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