La globalización consigue que, como decíamos en la serie que hemos escrito sobre inmigración, podamos ver el multiforme rostro de Dios en el rostro colectivo o nuevos rostros que emergen en los salones de nuestras casas a través de las pantallas de televisión o de Internet. Nadie es ajeno, nadie es ignorante de la situación del mundo.
Tenemos dos opciones: o damos la espalda al dolor de los hombres, de forma insolidarias y haciéndonos cómplices con nuestro silencio, o reaccionamos y nos ponemos a trabajar como agentes de liberación. En el segundo caso habría que dedicar tiempo y esfuerzos para trazar las vías sobre la que debe de circular una pastoral social, una pastoral de los pobres de la tierra.
En el artículo anterior habíamos examinado como punto primero e importante, el concepto y los contenidos que hemos de dar a la evangelización. Ahora vamos a ver un segundo punto importante en una pastoral de lo social. Tener una visión global del mundo. Hay que agrandar la visión ante el concepto de prójimo. Una pastoral social, sin dejar de realizar toda la ayuda asistencial y de integración que pueda hacer en su aquí y su ahora, en su iglesia, en su ciudad o en sus propias casas, debe ampliar el horizonte, agrandar la visión para así poder contemplar la pobreza en el mundo. Los inmigrantes que se acercan a nuestras puertas son solamente la punta del iceberg de la pobreza en el mundo, una muestra de las grandes problemáticas y sufrimientos que hay detrás de estos viajeros por necesidad, por hambre o por otros tipos de violencias. Cuando ampliamos la visión, el concepto de projimidad también se nos amplía. Un colectivo de sufrientes se nos acerca demandando misericordia. El prójimo apaleado y tirado al lado del camino, robado y expoliado, se nos configura como colectivo. Son los pobres del mundo que se nos hacen cercanos. El multiforme rostro de Dios se nos refleja en los rostros de esos pobres y excluidos.
El prójimo apaleado que configura el nuevo concepto de pobreza, los colectivos bíblicos de los huérfanos, las viudas y los extranjeros, se nos configura hoy así:
Los pobres del mundo que abarcan a más de las tres cuartas partes de la humanidad, los migrantes, desplazados y refugiados que caminan por el mundo como iconos de un mundo desigual que crea zonas de gran pobreza y exclusión de las que muchos se quieren escapar. Tenemos también las víctimas del tráfico de personas, de las mafias que explotan a sus semejantes, las víctimas de la prostitución obligada o por necesidad, los perseguidos y torturados por la conculcación de los más elementales Derechos Humanos y los más de mil millones de hambrientos en el mundo. Debemos hablar de la feminización de la pobreza que da lugar a la explotación sexual y a todo tipo de tráfico humano que se centra de manera especial en la mujer pobre o marginada, la cantidad de niños y niñas que viven en pobreza y maltrato en el mundo, los niños de la calle, los niños prostituidos y víctimas del tráfico sexual entre niños, de la pornografía infantil y de la violencia que se hace con los niños trabajadores, los que no pueden tener acceso al empleo y se han convertido en un excedente humano que no se necesita ni siquiera para ser explotado. Tenemos, por otra parte, a los excluidos del mundo, a las personas “sin techo” que se mueven por las grandes ciudades de todo el mundo, a los excluidos de la enseñanza y la capacitación que son analfabetos por no saber leer o son simplemente analfabetos por no poder acceder a la informática y a las nuevas tecnologías. Necesitamos hablar también de los “sin tierra”, los indígenas empobrecidos… todos ellos podrían caber hoy como nuevos colectivos que amplían los bíblicos representados por los huérfanos, las viudas y los extranjeros.
Si una pastoral de lo social, una pastoral de los pobres no amplía su visión hasta llegar a comprender lo que significa hoy la pobreza en el mundo y se restringe a las ayudas asistenciales que pueda ofrecer a los pobres que se aproximan a sus puertas, no será la pastoral de lo social que el mundo hoy necesita. Tiene que ser una pastoral con visión, con amplitud de miras que ora a Dios con la Biblia en una mano y en la otra todo lo que le ofrecen los medios de comunicación que analizan la situación de pobreza y desigualdad en el mundo.
Una pastoral de lo social tiene que esforzarse en transformar la iglesia en una iglesia sin fronteras, atenta a ese prójimo colectivo que, en tantos casos, se mueve por el mundo en busca de oportunidades de vida. Tiene que ampliar su visión y su acción hasta ver cómo puede influir en el mundo a través de líneas de cooperación internacional y del uso de la voz a favor de los marginados y empobrecidos del mundo y en busca de una mejor justicia redistributiva de los bienes del planeta tierra.
Una pastoral de lo social tiene que concienciar y responsabilizar a la iglesia en torno a las problemáticas del mundo. Tiene que trabajar por unir criterios y acciones para convertirse en una iglesia disponible para el servicio al mundo rompiendo todo tipo de fronteras y obstáculos para que la acción misericordiosa de los cristianos se haga notar en el mundo. Necesitamos una iglesia que no pase de largo ante el sufrimiento de ese prójimo colectivo que la globalización le acerca y ante el que no tiene excusa, debiendo, necesariamente, trazar líneas de servicio que seguiremos viendo en próximos artículos que intentan desarrollar las bases imprescindibles de una pastoral social.
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