No es posible entender el mensaje del Evangelio si no se tiene en cuenta el compromiso de Jesús con los pobres del mundo… y sólo en la persona de Jesús conocemos a Dios, en Jesús se nos ha hecho cercano. Dios es el Dios de los pobres y no sólo escucha su gemido, sino que lo asume como propio… porque Dios es un Dios justo que sufre con la causa de la pobreza: la injusticia.
La clave para entender al Dios de los pobres no es sólo que Jesús nació pobre, que vivió pobre y que murió desnudo en la cruz, sino que hizo todo esto como mensaje de amor a los pobres, mensaje a todos nosotros ante la pobreza del mundo, o mejor dicho, ante los empobrecidos del mundo para que éstos puedan llegar a ser dignificados y valorados a través de nuestro compromiso. El compromiso que deben asumir los seguidores de Jesús. Así, no es casual cuando El Maestro comienza su vida pública citando un texto del profeta Isaías, un texto en el que no solamente se compromete con los pobres como parte esencial de su ministerio, sino que entronca con los profetas cuya esencia de su mensaje y su trabajo fue la denuncia de las causas que empobrecen y oprimen al hombre.
Este es el Programa que asumió Jesús:
“El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”. (
Lc. 4:18-19). Y algunos, a pesar de ser una cita de Isaías, profeta que clama contra la pobreza y la opresión de su pueblo, se empeñan en espiritualizar estos términos.
Esta espiritualización puede dar lugar a que la labor de Jesús como Dios, el Mesías con el que irrumpe en nuestra historia todo su concepto del Reino, un reino cuyos valores y cuyas parábolas se encarnan en la realidad histórica y en medio de las problemáticas del mundo, su compromiso a favor de la liberación y dignificación de los pobres, haya quedado reducido a unos mínimos que no se corresponden con el Evangelio que trajo Jesús.
De ahí que nos hayamos quedado anclados en una parte importante y fundamental del mensaje de Jesús:
Jesús murió por nuestros pecados. Ante esto hay que decir: correcto. Nadie lo duda. Es una afirmación general que tiene una trascendencia metahistórica y eterna. Se da en el plano de la verticalidad que en parte tiene la relación entre Dios y el hombre.
Sin embargo, también, si consideramos el proyecto de Jesús que consiste en traer al mundo el Reino de Dios y su justicia, si analizamos ese plano de la horizontalidad y arraigo histórico del Reino de Dios en la tierra, desde esos valores del Reino que “ya” está entre nosotros, valores dignificantes, liberadores y de lucha contra la injusticia, podemos ver y constatar que Jesús también murió por defender la causa de los pobres, por su compromiso en la búsqueda de justicia para ellos y por su anuncio del Evangelio a los pobres que escandalizó tanto a autoridades religiosas como políticas que no entendían este mensaje revolucionario. Quizás en este compromiso radical con los pobres se estaba fraguando su crucifixión.
Por tanto, yo, personalmente, creo que a Jesús le duele el que no se reconozca que su muerte se debió también a su compromiso escandaloso con los pobres. No murió solamente por nuestros pecados, sino por la defensa de la causa de los pobres. Su Evangelio a los pobres no era solamente un concepto espiritualista, sino en relación con los injustamente empobrecidos del mundo real en el que vivimos. Porque Jesús no sólo nos enseña que cuando hagamos banquete -con la importancia que tenía la comensalidad para los judíos que sólo comían con aquellos con los que podían compartir la vida-, para ser bienaventurados en esta tierra, llamemos a los pobres y no se llame a los amigos o vecinos ricos, sino que, además, cuando habla de la parábola de la Gran Cena, símbolo de la acogida de Dios en el Reino y no solamente en esta tierra, sino con perspectivas metahistóricas, también se excluye a los compradores de haciendas, a los compradores de bueyes en tiempos en que tener animales era tener una gran empresa, excluye a los que se aferran al placer mundano. Así, Jesús, enfadado con ellos da la orden a su siervo:
“Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad y trae acá a los pobres…” (
Lc. 4:15-24).
No creo que se pueda interpretar que Jesús está llamando a los espiritualmente pobres, aunque ésta sea una virtud especial para Dios, sino que el poner el concepto de pobre al lado de los mancos, los cojos, los ciegos, como se ve en el texto -que también eran pobres en los tiempos de Jesús-, el tema de la pobreza a la que Jesús se refería queda totalmente clara.
Yo creo que para cualquier persona que se acerca al Nuevo Testamento queda claro que la muerte de Jesús estuvo motivada en gran parte por su compromiso con los pobres, sin que esta afirmación sea excluyente de la que afirma que Jesús murió por nuestros pecados. Cuando Juan el Bautista le pregunta por su identidad como Mesías, él se identifica de esta forma tan impresionante y comprometida:
“Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y a los pobres es anunciado el Evangelio; y bienaventurado el que no halle tropiezo en mí”. (
Mt. 11:4-5).
¿Hallan tropiezo hoy en esta identificación de Jesús muchos de los cristianos de hoy? ¿Nos hemos centrado tanto en un concepto de pecado, también en muchos casos espiritualizado del que queremos que Jesús nos limpie, que hemos olvidado una parte esencial del Evangelio de Jesús? Jesús murió por el compromiso asumido por los pobres de la tierra porque es un Dios justo. Quizás también nuestra vivencia del Evangelio debería llevarnos, siguiendo a Jesús, a un auténtico compromiso con los pobres… ¿Hasta la muerte?
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