Tenemos conciencia de estar todos en el mismo barco, debemos pensar globalmente y actuar con una responsabilidad planetaria. El planeta tierra es la casa común que nos debería igualar a todos. Todos somos hermanos. ¿Es así?
El problema es que en la casa común no se participa de forma igualitaria. El abrazo que a todos nos da la economía de mercado capitalista es un abrazo desigual. Las formas de participación de los bienes del planeta tierra de los diferentes pueblos es desigual. Es más, con la globalización se ha incrementado injustamente las desigualdades entre los pueblos, las personas y los grupos sociales. Hoy están más globalizados los ricos que los pobres. Muchos pobres se mueven en una localización injusta en grandes extensiones o espacios de olvido insolidario con olor a muerte. La justicia social y una redistribución equitativa de los bienes del planeta tierra, no se ha globalizado. No se ha globalizado la solidaridad y la fraternidad entre los hombres.
En el pasado reciente, remontándonos hasta el Siglo XIX y pasando por toda la revolución industrial, se daba en el mundo una explotación de los trabajadores que ha sido denunciada por diferentes movimientos políticos y sociales conocidos por todos. Incluso las Misiones Urbanas que yo he tenido el privilegio de promocionar en España, surgen en medio de situaciones de deterioro e insalubridad de los trabajadores explotados en las grandes ciudades del mundo, viviendo en barrios y suburbios insalubres y llenos de todo tipo de problemática humana. Entre trabajadores explotados y oprimidos se movían los primeros misioneros urbanos llevando todo tipo de alimentos y ayuda, a la vez que caminaban con la Biblia debajo del brazo. Se les conocía a estos misioneros urbanos como los hombres del libro.
Había explotación, pero era una explotación integradora que metía a los obreros en las fábricas, en las minas, en los ferrocarriles. Era una explotación que, a pesar de ser integradora, no debemos aprobar por inhumana. Hay que rechazar todo tipo de explotación y opresión siguiendo las orientaciones bíblicas.
Ahora el mundo globalizado está en una situación más inhumana y peor que la explotación y opresión practicada contra los trabajadores en el pasado. Ya, para muchos en el mundo globalizado, no hay explotación ni opresión y, si la hay en algunos ambientes, muchos pobres la dan por buena frente al fenómeno de la exclusión. El mundo, en la etapa de la globalización, está siendo expoliado y grandes masas de población se queda en la exclusión total. No cuentan para nada. Estarían felices de ser explotados por los empresarios con tal de conseguir algunos niveles de integración o inclusión en los medios de producción. Ahora, con la globalización, estamos viviendo la exclusión de millones de congéneres nuestros, nuestros prójimos, que han sido rechazados, expoliados y excluidos. Es lo que yo algunas veces he llamado el sobrante humano. Hay un sobrante de personas a las que no se les quiere ni siquiera para explotarlos. Se les ha despojado y se les ha dejado tirados al lado del camino.
Es por eso que, a veces, muchos inmigrantes, ya dentro de nuestras puertas, se encuentran felices con horarios interminables de trabajo, con salarios de miseria y explotados y oprimidos. Al menos no pertenecen a ese sobrante humano que hay en el mundo, hay alguien que cuenta con ellos aunque sea para explotarlos... y pueden llevar un trozo de pan a sus hijos.
La globalización ha dado lugar a grandes masas de personas, muchos de los cuales nunca han llegado a ser trabajadores, que están en la exclusión y, también, ha hecho que grandes masas de trabajadores hayan sido excluidas del sistema, del mundo del trabajo. Hoy, en muchas partes del mundo pobre, muchos se considerarían contentos y dichosos por el hecho de que hubiera algún empresario que los explotara y oprimiera con tal de llevar algo de alimento para ellos y para sus hijos. Es la infravida de los pobres, nadie cuenta con ellos, viven en una no-existencia sufriente, desamparada y olvidada de todos... también de los cristianos que, en la mayoría de los casos, no tenemos ni siquiera voz profética para denunciar.
Parece que en el mundo hay un grandísimo no-espacio, no-lugar en donde se mueven millones de seres considerados no-personas, excluidos, olvidados y con el sentimiento de no servir ni siquiera para que se les explote moviéndose en la infravida.
Esto es posible porque alrededor de las personas pobres late un hálito de resignación, de pensar que ese es su destino, no se rebelan para reclamar algo de los bienes del mundo al que pertenecen y que les pertenece. La voz que clama por justicia desde el campo cristiano no llega o llega tan débil y falta de compromiso que es una voz incapaz de despertar conciencias políticas o hacer caer estructuras económicas excluyentes.
Los excluidos y olvidados y el silencio insolidario de los cristianos, se dan la mano, se alían para que las cosas no cambien en el mundo... pero el silencio siempre es cómplice. Cómplice del escándalo y la vergüenza humana que es la pobreza en el mundo, la injusticia masiva, el alejamiento de los valores del Reino de la vida de los excluidos, el predominio del antirreino. Se necesita que los cristianos vuelvan a ser profetas y denuncien. Hay que globalizar la denuncia profética como voz de los pobres, de los excluidos, de los sin voz.
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