Ante casos como este resulta difícil no ver un patrón de corrupción de la infancia y la juventud, lo que nos lleva a plantearnos qué sociedad estamos construyendo.
El campamento de verano de localidad alavesa de Bernedo./ Onda Vasca
Han saltado las alarmas por el escándalo en campamentos de ideología abertzale y queer con menores en el País Vasco y Navarra. Veintiún familias han denunciado exhibicionismo, corrupción de menores, provocación sexual, agresión y coacción a menores. Los denunciantes hablan de monitores consumiendo drogas en presencia de los menores, juegos humillantes de chuparle un pie a un adulto y otras experiencias traumáticas, como duchas mixtas con ambos sexos y con adultos, que los promotores justifican como medida para “normalizar cuerpos” y “desexualizar la desnudez” desde una perspectiva transfeminista, pero que resultaron traumáticas, requiriendo varias niñas atención psicológica posterior.
Vemos que varias de estas acusaciones no son negadas sino que son justificadas por los organizadores y también no pocas familias que están contentas con la asistencia de sus hijos a estos entornos donde se promueve el euskera, la diversidad y la ruptura con concepciones tradicionales de la sexualidad. No debería hacer falta recordar que abusar de menores es delito, con o sin consentimiento de los padres.
Quizá lo más sorprendente es descubrir que ya había antecedentes de denuncias que quedaron en un cajón, que se les restó importancia, que algunos de los medios más importantes del país siguen ignorando estas noticias (¿qué pasaría si esto ocurriese en un contexto religioso?), que sin cumplir con varios requisitos legales recibían financiación pública, y que se está acusando de odio a los denunciantes, incluso invirtiendo los papeles de víctima para decir que hay una caza de brujas, como estrategia defensiva. Helena Molina, la trabajadora social que denunció primero, ha dado la cara en una reciente entrevista en El Correo, asumiendo los riesgos de presión y acoso.
Lidia Falcón denuncia todo esto en su artículo “La pesadilla de un campamento y la farsa posmoderna”, citando también a Zuriñe Ojeda, a quien debemos que este caso haya salido a la luz. Lidia es fundadora del Partido Feminista de España, expulsado en 2020 de Izquierda Unida tras la deriva transgenerista de éste. A pesar de ser una referente de izquierdas y haber sufrido cárcel por defender los derechos de todos, incluidos homosexuales y transexuales, durante el franquismo, es acusada ahora de ser facha, ultraderecha y promotora de discurso de odio contra colectivos LGTBIQ+. Estas feministas radicales están además indignadas porque los medios llaman “feminista” a una organización “transfeminista”, siendo que las feministas radicales (llamadas despectivamente “TERFas” por los transactivistas) se oponen a la ideología y las prácticas de la organización detrás de las colonias de verano, Sarrea Euskal Udaleku Elkartea.
Aner Auskitze (bertsolari, activista transfeminista abertzale y figura clave en la asociación Euskal Udalekua) escribe en su artículo “Haurrak eta genero-esentzialismoa” (Los niños y el esencialismo de género): “sabemos que la respuesta a la educación heterosexual es la educación trans-marihuana (…) queremos marijuanaizar a sus hijos (no solemos tener hijos propios) para que ustedes, como hicieron con nosotras, no los heterosexualicen”. No estamos ante un hecho aislado de un depredador infiltrado, encubierto, como puede ocurrir en cualquier parte y tristemente puede ocurrir aun en nuestras iglesias. Ni siquiera de encubrimiento sistemático institucional, como recordamos escándalos de abusos en la Iglesia Católica Romana o los Testigos de Jehová, sino de una ideología que se usa para promover y justificar orgullosamente acciones que a los demás nos producen repulsión.
El caso está siendo investigado. ¿Y qué hacen los políticos? De la Ministra de Juventud e Infancia no sabemos nada. En Álava, ante la solicitud del PP con apoyo de Vox para crear una comisión de investigación, PNV, PSE y Bildu se han negado alegando que esas comisiones “no valen para nada”; irónica confesión de quienes sí promueven comisiones para asuntos de su agenda. Incluso repiten advertencias contra estigmatización y caza de brujas contra los acusados, un tono defensivo muy similar al de los implicados que podría interpretarse como un indicio de connivencia ideológica o al menos de protección mutua.
Algunas de las organizaciones que señalan a las familias denunciantes sobreviven gracias a subvenciones públicas que saben usar diligentemente para vigilar y denunciar a quienes les ataquen. No es de extrañar que alguien se lo piense dos veces antes de dar la cara. Cabe preguntarse si hay algo más que indolencia por parte de los poderes públicos.
Al mismo tiempo, surgen estos días noticias como la fuga de Martiño Ramos Soto, líder político “feminista” acusado de violar durante años a una menor alumna suya; o la del cómic de la guía trans difundida por el Gobierno vasco, destinado a niños de Primaria (6-13 años), que dice ser “una herramienta para cultivar la sexualidad” sin “definiciones cerradas”.
Si añadimos otras campañas y declaraciones públicas hechas por políticos y opinadores de primera línea, animando a menores a tener sexo con quienes quieran, resulta difícil no ver un patrón de corrupción de la infancia y la juventud, y plantearnos qué sociedad estamos sembrando hoy para mañana. Las consecuencias ya empiezan a verse, y vendrán más.
¿Por qué debe preocuparnos esto como cristianos? Los creyentes observamos con preocupación cómo la enseñanza oficial se aleja progresivamente de los valores bíblicos sobre sexualidad, familia y protección de la infancia. Lógicamente no debemos esperar que un mundo no cristiano se comporte como nosotros, pero tampoco debemos quedarnos callados cuando vemos avanzar el mal, especialmente cuando hay víctimas inocentes. Al leer todas estas noticias recordaba el documental “Nefarious, mercaderes de almas” sobre tráfico de personas y prostitución, que conocí gracias a la promoción gratuita de la Alianza Evangélica, o la película “Sonido de libertad”. Como escribió el poeta irlandés William Butler Yeats: “el mundo está más lleno de llanto del que puedes comprender”. El pecado tiene consecuencias atroces, en esta vida y en la venidera. ¿Qué estamos haciendo?
No se trata tampoco de caer en una histeria colectiva ni limitar la libertad de otros adultos en su vida, sino de que no se limite la nuestra en informar y estar informados, en la educación y protección de la infancia en general y de nuestros hijos en particular. Jesús dijo que “cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar”. ¿Queda algún sitio limpio donde mirar y sanar a quienes sufren daño por estos abusos? ¿Seremos nosotros agentes de sanación? La buena noticia es que cuando todo en este mundo falla hay perdón y restauración para todos en Aquel que murió en la cruz y resucitó. Sus brazos siguen abiertos para recibirnos. Ahí sí que podemos acercarnos sin ningún temor.
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