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El poder del evangelio

Sabemos que hoy abundan personas tan necesitadas del mensaje de la Buenas Nuevas como en tiempos del Señor Jesús.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 01 DE OCTUBRE DE 2025 16:34 h
Foto de [link]Mario Purisic[/link] en Unsplash

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios (…) Mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (1Co.1.18,24).



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El autor de estas palabras –el Apóstol Pablo- estaba convencido de que la predicación del Evangelio no era algo optativo, sino un deber impuesto por el mismo Dios y Padre del Señor Jesucristo; era una necesidad “impuesta” tanto a él como a los demás apóstoles del Señor. La razón es que el mismo Señor había realizado una obra de salvación por medio de su muerte y resurrección, de la cual dependería la salvación de todo ser humano, fuese judío, griego o de cualquier otra raza, pueblo, nación o lengua (Ap.5.9). De ahí la ordenanza de Jesús de que se predicase el Evangelio “en todas las naciones”, “hasta lo último de la tierra” y, “hasta el fin del mundo –de la Historia-” (Hch.1.8; Mt.28.19-20).



Ante esta ingente tarea y las dificultades que se pueden percibir de antemano en la aplicación del mandato de Jesús, muchos han desistido de ella argumentando que “lo mejor es dejar que cada uno crea lo que estime conveniente”. Así se da “carpetazo” al asunto.



Pero cuando leemos el Nuevo Testamento llegamos a otra conclusión y es que, los primeros apóstoles y cristianos tenían esa misma aparente problemática y podrían haber argumentado de la misma manera. Sin embargo, ellos sabían que aunque eran una pequeñísima minoría frente a todo cuanto ocupaba el Imperio Romano -además de otros pueblos más lejanos, no dominados por el Imperio- no por eso dejaron de cumplir con su llamado a cumplir con la Gran Comisión recibida del Señor. Y en su predicación a unos y a otros, había ciertos elementos que siempre -¡siempre!- estaban presentes en su mensaje: 1. “El arrepentimiento para con Dios y la fe en el Señor Jesucristo” (Hch.2.38; 3.19;11.18; 17.30-31; 20.20-21;); 2. Una transformación de vida acorde con las enseñanzas de Jesús (1Co.5.8-11; Ef.4.17-25); y 3. Una alusión al “juicio venidero” dando a conocer que quien rechazara al Señor Jesús como Salvador, Señor y Maestro, al final de los tiempos le tendría que conocer “como el Juez de todos” (Ver, J.5.17; Hch.10.42; 17.31; 24.25). Por eso no se olvidaron de predicar “todo el consejo de Dios” (Hch.20.27) sin que faltara nada de lo esencial del mismo.



Por tanto, la cuestión hoy es si el Evangelio es pertinente, tanto en cuanto a su anuncio, como en cuanto a su aplicación, sin importar la cantidad de miles de millones de habitantes que hay en el planeta Tierra que no han oído el Evangelio, ni la multitud de dificultades de todo tipo (lingüistas, raciales, étnicas, culturales, religiosas, políticas, etc.) para llevar a cabo la Gran Comisión, tal y cómo la ordenó el Maestro y Señor nuestro. Para un servidor, tal Gran Comisión sigue siendo pertinente; y nuestro deber como seguidores e Iglesia de Jesús es cumplir con ella hoy día. No es cuestión de “hacer proselitismo”, sino de anunciar el Evangelio para que aquel que oiga el mensaje de “la salvación que es en Cristo Jesús” tenga opción de aceptarlo y gozarse de los beneficios del mismo. Y nosotros sabemos que, aun en este país nuestro, que ha presumido siempre de ser tan religioso, abundan personas tan necesitadas del mensaje de la Buenas Nuevas, como en tiempos del Señor Jesús. De ahí la necesidad de seguir cumpliendo con “su agenda” (Ver, Lc.4.18-20).



De esa necesidad que acabamos de mencionar estamos bien informados por haberlo visto en el pasado y por seguir viéndolo y comprobándolo en el presente: Que hoy día “el Evangelio es poder para salvación a todo aquel que cree…” tal y cómo lo fue en el pasado cuando se manifestó en tiempos de Jesús. Hoy también hay personas con el corazón roto -quebrantado- en mil pedazos y  que por el poder del Evangelio son sanados y restaurados. Hoy también hay personas que reciben el perdón de sus pecados encontrando la paz para sus almas, por la misericordia de Dios expresada a través del Evangelio. Hoy, como en tiempos de Jesús, también  sigue habiendo personas que son liberadas de diversas esclavitudes e idolatrías, y que son alumbradas por el Evangelio y guiadas a practicar la verdadera adoración y servicio a Dios y la ética que practicó y enseñó Jesús (J.4.23-24; 1ªTes.1.9-10; Ef.4.17-24). Hoy también las familias son reconciliadas y restauradas por el poder del Evangelio. Y todo eso lleva aparejado en sí mismo un bien social.   



Todo lo dicho anteriormente, no contradice el hecho de que, para otros muchos que no creen e incluso condenan el mensaje del Evangelio -¡e incluso lo persiguen!- les sea “locura”. Pero hay otros muchos que, considerándose cristianos, niegan la pertinencia y eficacia de la Gran Comisión, aludiendo a las dificultades mencionadas antes. Sin embargo, las dificultades y problemas que pudieran darse en relación a dicho cumplimiento, no niegan ni contradicen la orden de anunciar el mensaje, su pertinencia y la eficacia del mismo. Es una orden divina dada por aquel que dijo: “Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…” (Mt.28.18-19). En todo caso, descansamos en el hecho de que el Dios de los cielos y de la tierra, sabe bien como solventar las dificultades aludidas, tanto mientras se predica el mensaje como en su cumplimiento hasta el final de la Historia, dado que su amor misericordioso, su sabiduría, su soberanía y su poder, no tienen límites.



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Porque, si el Evangelio y el medio por el que se da a conocer como es la Gran Comisión han dejado de ser pertinentes, entonces dejemos de predicarlo; que los misioneros vuelvan a sus países y todas las misiones sean cerradas; que todas las sociedades bíblicas dejen de producir biblias completas o parciales y textos afines; que se dejen de llevar a cabo campañas evangelísticas grandes o pequeñas; que las instituciones teológicas sean cerradas y que las iglesias se conviertan más en clubes sociales que centros de enseñanza, comunión y evangelización. Total, si el Evangelio ha dejado de ser pertinente, ¿para qué mantener tanta institución, tanta misión, tanga organización y tanta actividad derivada de todo eso? Trabajo inútil es todo eso si el Evangelio ha dejado de ser pertinente. No obstante, no me cabe duda de que para algunas mentes de cierta “altura teológica” todo esto mencionado sería una muy buena opción.



Finalmente, solo decir que la imagen que nos ofrece el libro de Apocalipsis sobre los resultados de la obra de Cristo por su muerte en la cruz y su  resurrección se cumplirá, sí o sí (Ap.5.9)  por encima de cualquier opinión de hombres por muy sabios que éstos sean, en vista de que “Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén… para la gloria de Dios” (2ªCo.1.20). O, dicho de otra manera y por el mismo autor: “Antes bien, sea Dios veraz y todo hombre mentiroso” (Ro.3.4). Y eso aunque no comprendamos cómo el Dios del universo lo llevará a cabo completamente. Pero eso no es cosa mía; ni tuya tampoco, sino de Él.



 



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