Han tenido que llegar los tiempos de una sociedad volátil caracterizada por la incertidumbre y la ansiedad, para hacernos entender el valor de la familia como refugio seguro.
Desde el Grupo de Trabajo de Familia de la Alianza Evangélica Española hoy queremos celebrar más que nunca el día internacional de la familia. El gran escritor y filósofo G. K. Chesterton decía hace más de 100 años que la familia iba a ser la última célula de resistencia contra la actual tiranía. A un siglo de distancia sus palabras suenan a auténtica profecía, pero aún Calvino en el s. XVI hablaba de la soberanía de las esferas y en particular de la soberanía de la familia.
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Lamentablemente hoy el matrimonio natural y la familia son el blanco al que se quiere apuntar en aras de un modelo de estado que cada vez limite más nuestras libertades y asuma competencias que siempre fueron privativas de la esfera familiar. La estrategia es la abolición del “modelo patriarcal y obsoleto de la familia tradicional”, tal y como los detractores del orden natural catalogan a la familia.
Por todo ello, no podemos ser ajenos a la dura realidad que nos toca vivir en una sociedad donde el matrimonio, la familia y la paternidad/maternidad, no sólo son contempladas como aspiraciones desfasadas y anacrónicas, sino que son opciones que abiertamente se combaten desde las nuevas estructuras de pensamiento, como impedimentos para el nuevo “modelo social” a conseguir en el siglo XXI.
Atrás quedaron los tiempos de sanas tradiciones, donde la familia seguía siendo la institución que aglutinaba y daba sentido de dinastía e identidad generacional. Hoy vivimos tiempos complicados donde los pilares de la civilización occidental están siendo removidos, las bases judeocristianas de Europa y Occidente en general están siendo negadas, mientras los conceptos de la modernidad líquida, la cultura gaseosa el transhumanismo y la posverdad, están contagiando las políticas sociales de la mayoría de nuestros países. La decadencia de nuestra cultura se sucede a marchas forzadas, la familia en muchos casos es vista sólo como un residuo de épocas pasadas, y la maternidad es contemplada por una gran parte de las nuevas generaciones, como algo obsoleto que hay que superar para que la mujer no quede relegada “al papel de simple reproductora pasiva”.
Como seres relacionales necesitamos formar parte de redes o sistemas donde poder desarrollar relaciones significativas que otorguen sentido a nuestras vidas. Por ello el valor social de la familia es innegable, constituye la célula básica de la sociedad y el primer marco relacional de todo ser humano. Su trascendencia es absoluta pues en ella las personas adquieren las claves formativas con las que tendrán que desarrollarse en sociedad. Todos los conceptos y pautas para que un ser humano se desarrolle emocionalmente equilibrado, tanto en su mundo interior como en su red social de relaciones, se aprenden en el contexto de la familia, hasta tal punto que podemos afirmar que la familia, como extensión natural del matrimonio, es el destino de la persona. La primera y principal imagen que los niños tienen sobre cómo funciona el universo es su hogar, su familia. Ese es el ámbito en el que se forman sus conceptos de realidad, amor, responsabilidad, y pautas de comportamiento social.
Sin embargo, la desintegración de la familia y la nula valoración del concepto de matrimonio, son una triste evidencia de un modelo social que hace aguas por todas partes. Ahora estamos recogiendo los frutos amargos y podridos de una siembra donde no se plantaron los conceptos troncales de la educación (valores, normas, afectividad, disciplina). Vivimos en una sociedad donde hemos “roto la baraja” en todos estos aspectos de una ética normativa, y la apertura hacia los derechos del “individuo” ha restado valor al concepto de compromiso y entrega. Como consecuencia, el matrimonio y la familia son las primeras víctimas de esta sociedad líquida y mutante más preocupada en los derechos personales y aun en el adoctrinamiento de nuestros hijos, que en la búsqueda de relaciones estables y significativas. Hasta hace unas décadas, el enfoque de la sociedad era familiar, pero desde que los conceptos del marxismo cultural, la cultura woke y la modernidad líquida entraron en escena, el enfoque es al individuo, desde el egoísmo, el hedonismo y la independencia. Hemos involucionado hacia lo que hoy se denomina la soberanía del individuo.
Es evidente, frente a un ataque tan directo y frontal, que hay que defender y reivindicar nuestros valores y creencias de la cultura sólida que conformó nuestras raíces, y debemos hacerlo con valentía. Hoy más que nunca nos toca reivindicar el papel de la FAMILIA, su valor innegable, la inmensa bendición de la maternidad, de los hijos, de nuestro rol de padres como formadores de hogar, de la herencia generacional y de seguir escribiendo nuestra propia historia en clave familiar. A esto nos obliga moralmente el Salmo 11 que en su verso 3 dice: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?”, asimismo Hebreos 12:12 dice: “Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas y haced sendas derechas para vuestros pies”. Ya no podemos ser espectadores pasivos en una actitud conformista.
El psiquiatra Pablo Martínez comentaba hace poco que dos de las grandes anclas que sustentan la estabilidad del ser humano son la verdad y la esperanza. Así es, ya que las dos únicas instituciones capaces de transmitir ambos valores son por este orden, la familia y la iglesia. Ya lo estamos viendo, la familia está siendo el refugio “obligado” para todos, pues dónde más seguros estamos es en nuestro nido social de referencia. Por eso los cristianos de cualquier apellido tenemos ahora los tiempos propicios, siendo los únicos capaces de lanzar los salvavidas de la verdad y la esperanza frente a una sociedad obligada a indagar en el verdadero sentido de la existencia, frente a la “era del vacío” en la que nos hemos convertido.
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Han tenido que llegar los tiempos de una sociedad volátil caracterizada por la incertidumbre y la ansiedad, para hacernos entender el valor de la familia como refugio seguro. Por eso hoy, en el Día internacional de la familia, nos toca reivindicar el lugar que esta ocupa como garante de la sociedad, pues todas las involuciones defendidas por políticas sociales influenciadas por la ideología de género sobre la negación de la biología más elemental, todas sus imposiciones a la libertad de conciencia y de expresión, y todas sus restricciones a la plena potestad de los padres en la educación de sus hijos, acaban en un ataque frontal a este organigrama biológico básico, el que nos ha protegido física y emocionalmente como especie, y el que constituyendo el principal nido social de referencia, nos forma la personalidad y nos da sentido de identidad arraigo y pertenencia: la FAMILIA.
Juan Varela es el Presidente Grupo de Trabajo de Familia de la Alianza Evangélica Española.
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