El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Nos toca defender y reivindicar nuestros valores y creencias, y hacerlo con valentía.
Las familias son el núcleo de las relaciones intergeneracionales y son nuestro sostén durante esta crisis.
El valor social de la familia es innegable, constituye la célula básica de la sociedad y el primer marco relacional de todo ser humano.
La visión es dejar no un patrimonio, sino un matrimonio, una familia, un legado que permanezca.
El matrimonio es un asunto creacional y no cultural, que ha de ser visto como una institución que nace antes de la historia.
Dios nos creó como seres relacionales, siendo el matrimonio y la familia, el primer lugar donde debemos suplir esa necesidad de soledad y compañerismo.
El matrimonio y la familia son el primer banco de pruebas de la autenticidad de nuestro cristianismo.
Nuestra sociedad moderna se enfoca en el individuo y su realización personal. En consecuencia, lo primero que se empieza a diluir y distorsionar es el concepto de matrimonio y familia.
Oponerse al activismo gay no es homofobia, sino ejercer nuestro derecho constitucional a no estar de acuerdo con su ideario.
No se trata de que pensemos igual, pero sí de que pensemos juntos; cuando entendemos esto, el amor tiene todas las posibilidades de éxito.
La conducta de nuestros niños y adolescentes no es algo que se pueda desligar de la conducta y actitudes del conjunto de la sociedad.
En el marco de la Palabra de Dios, origen de todas las cosas, todo se relaciona con el concepto de matrimonio y familia. Todo está escrito realmente en clave familiar.
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